Aquel día de 2008, los hermanos Luis Alfonso, Simón y José Regino González Villarreal limpiaban una fábrica en Malasia cuando los sorprendió la policía.
Llevaban una semana trabajando en el lugar. Viajaron más de 15.000 kilómetros desde Sinaloa, México, donde vivían, hasta la ciudad de Johor Bahru, donde fueron detenidos.
La persona que los contrató dijo que había un buen proyecto donde ganarían mucho dinero.
El empleo era en una empresa donde aparentemente se fabricaban globos gigantes para publicidad. Pero en realidad era una fachada para producir drogas sintéticas, como metanfetaminas.
Los hermanos González Villarreal lo sabían. "Nosotros estábamos en esa fábrica, a un lado tenían el laboratorio", cuenta ahora José Regino a BBC Mundo.
"Uno no es tonto, llegamos con la idea de que se iba a hacer algo ilegal", reconoce.
José Regino y sus hermanos fueron sentenciados a morir en la horca, por procesar narcóticos.
Durante 11 años pelearon en los tribunales pero perdieron dos apelaciones a la condena.
Su última esperanza era un indulto. Y lo consiguieron de parte del sultán del estado malasio de Johor, Ibrahim Ismail Ibni Almarhum Sultan Iskandar Al-Haj.
El pasado 10 de mayo los hermanos regresaron a Culiacán, Sinaloa, después de ser perdonados con una condición: que jamás regresen a Malasia.
"Está bien", dice José Regino. "Después de todo lo que pasó no quedan ganas de volver".
"¿A quién íbamos a acudir?"
El mismo año de la captura de los hermanos González Villarreal, agencias internacionales antidrogas, como la DEA estadounidense, detectaron que narcotraficantes mexicanos producían drogas sintéticas en países de Asia y Oceanía.
De hecho, fueron desmantelados laboratorios del Cartel de Sinaloa en Australia y Nueva Zelanda, por ejemplo.
Durante el primer juicio que enfrentaron en la Corte Superior de Kuala Lumpur, los mexicanos fueron señalados de pertenecer al cartel.
Ellos siempre lo negaron.
E inclusive, cuando se conoció el caso la Procuraduría (fiscalía) General de la República (PGR) dijo que los hermanos no tenían antecedentes penales en México.
Pero una de las pruebas que presentó la fiscalía de Malasia en el juicio fue la ropa de los detenidos con restos de metanfetaminas.
José Regino recuerda que a principios de 2008 un amigo le ofreció un empleo bien pagado en Malasia.
No lo pensó mucho. Como sus padres y diez hermanos, Regino se dedicaba a fabricar ladrillos, una actividad de mucho esfuerzo físico y pocas ganancias.
"Estaba con la ilusión de hacer una casita y dije, nos aventamos, todo va a estar bien", cuenta.
"El amigo nos dijo: 'Yo los llevo y los traigo'. Pero allá nos abandonó".
La realidad los enfrentó en Johor Bahru.
Cuando llegaron a la fábrica, encontraron el laboratorio de drogas. José Regino insiste a BBC Mundo que no pudieron escapar.
En el juicio los hermanos dijeron que les habían obligado a permanecer en la fábrica.
"Cuando llegamos y vimos todo eso no tuvimos la oportunidad de salir ni nada porque nos quitaron los pasaportes", asegura.
"No sabíamos hablar inglés ni malayo, se nos hacía muy difícil comunicarnos y teníamos muy poquito dinero. ¿A quién íbamos a acudir?".
Una semana después, al llegar la policía, empezó su odisea.
Abandonados
Los tres mexicanos fueron enviados a una antigua prisión, construida en el siglo XIX, que no tiene baños ni letrinas.
Las condiciones eran "terribles, muy duras", le dice a BBC Mundo Luis Alfonso González Villarreal.
Su hermano José contrajo tuberculosis y así enfrentó el primer juicio.
Ellos denuncian que durante los primeros tres años no recibieron apoyo de la embajada de México y sus familias no tenían dinero para enviarles.
"Estábamos abandonados, solos, no teníamos ni para comprar jabón", recuerda.
Sin embargo, la Cancillería afirmó en un comunicado que en marzo de 2008, cuando fueron capturados, los hermanos González Villarreal recibieron asistencia consular.
Y durante el juicio la diplomacia mexicana asegura que también solicitó atención médica para los detenidos e informó a su familia de los avances del caso.
La dureza de la prisión era una parte de su vida. La otra fue el proceso judicial que se complicaba cada vez más.
El abogado de los mexicanos aseguró que existían irregularidades graves, como la pérdida de evidencias sobre la culpabilidad de los clientes.
Tampoco contaron con traductores y denuncian que sufrieron maltratos.
Un informe de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos en el mundo señala que, en el caso de Malasia, "continuaron recibiéndose noticias sobre uso innecesario o excesivo de la fuerza, así como denuncias de tortura y malos tratos a detenidos a manos de la policía".
Los argumentos de su defensa fueron desechados por la Corte Superior que emitió una sentencia de muerte.
Los hermanos González Villarreal apelaron la decisión pero en 2015 la Corte Federal de Malasia ratificó la condena.
Para ese momento la embajada mexicana ya había contratado un nuevo equipo de abogados, "pero era tarde, ya todo había terminado", recuerda José Regino.
No obstante, solicitaron una nueva revisión del caso con la esperanza de que, al evidenciar las fallas en el proceso, se repusiera el juicio. Tampoco hubo suerte.
La última salida era el indulto del sultán.
Los diplomáticos mexicanos pidieron que se les conmutara la sentencia de muerte.
Es un procedimiento que la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) aplica en todos los casos de mexicanos que enfrentan la pena capital.
En México, está prohibida la pena de muerte y legalmente es obligación de la cancillería trabajar para impedir que se aplique esta sanción a los nacionales que reciben esa sentencia en otros países.
BBC Mundo solicitó a la SRE detalles de su participación en el indulto a los hermanos González. La cancillería declinó ofrecer comentarios sobre el tema.
La sorpresa
A partir de 2015, el caso se mantuvo virtualmente estancado, a la espera de la respuesta del sultán.
En marzo de 2018, el sultán ordenó conmutar la pena de muerte de los mexicanos por una sentencia de 30 años de prisión y, meses después, en octubre de ese año, el gobierno anunció la intención de derogar ese castigo de sus leyes.
La conmutación de la sentencia es algo que cumple con una de las tradiciones en Malasia. Cuando se celebra algún acontecimiento importante, las autoridades suelen otorgar medidas de gracia a los sentenciados a muerte.
Eso ocurrió en este caso. Pero los hermanos González Villarreal no esperaban la sorpresa del año siguiente.
Luis Alfonso cuenta que unos días antes de volar a México fueron enviados de la cárcel donde se encontraban a la prisión central de Malasia.
Para los sentenciados a muerte en ese país y que solicitan el perdón del sultán ese movimiento es una apuesta arriesgada: puede ser que les informen de un indulto, pero también pueden enterarse de que no fueron perdonados.
Los mexicanos sospecharon que podrían recibir buenas noticias porque su sentencia de muerte ya había sido anulada.
"El jefe de la prisión quiso jugar con nosotros", considera José Regino. "Nos preguntó qué le pediríamos a Dios si lo tuviéramos enfrente. Yo le dije que regresar con mi hija y mis viejos (padres)".
Respuesta atinada."Nos dijo: ?'Ya pueden regresar a México, el sultán los indultó'".
Las horas siguientes parecieron tan largas como la estancia en prisión, dice Luis Alfonso.
"En todo el viaje de regreso no dormimos nada. Estábamos ansiosos por pisar Sinaloa. Yo quería que se apuraran las horas pero con el tiempo no se puede".
No está claro por qué el sultán los dejó en libertad, pero los mexicanos creen que fue otro momento de misericordia por algún asunto importante.
Ahora es lo de menos. Desde hace unos días los hermanos González Villarreal gozan de su segunda oportunidad de vida.
Su plan es empezar otra vez, con un nuevo empleo y el empeño de redimirse. Y aprovechar el tiempo porque "cada minuto es valioso", dice Luis Alfonso.
"Dejé a mi hija chiquita y ahora ya cumplió 15 años", cuenta José Refugio. "Le dije: 'Mija, no tengo para hacer su fiesta'. Y me responde: 'Regresaste, tú eres mi mejor regalo'".