Tancítaro se ve y se siente como una ciudad típica de México: en la plaza central hay música y una iglesia.
Una banda de mariachis está tocando cuando llego. La música es parte de un funeral.
Pero hay algo que hace que esta pintoresca ciudad en el estado de Michoacán se sienta diferente.
A Tancítaro la mueven los aguacates, su gente es rica en el "oro verde" del país . A esta localidad se la conoce como la capital del aguacate (palta) de México.
El municipio de 30.000 personas produce suficientes aguacates para satisfacer la demanda de California.
México genera alrededor del 45% de las paltas del mundo y Michoacán es el estado que más cultiva en el país. De aquí salen casi 2.000 millones de aguacates cada año hacia Estados Unidos.
Y como se trata de un lucrativo negocio, es blanco del crimen organizado.
Al ingresar a Tancítaro, hay una serie de puestos de control, conocidos como "filtros" por los lugareños. Algunos son más informales que otros. Uno tiene sacos de arena y en otros hay ancianos sentados en el asiento roto de un auto fuera de una vivienda.
Pasamos otro con varias camionetas y veo a un hombre con un rifle en la espalda. Esta es una ciudad que está bien armada.
En Michoacán comenzó la "guerra contra las drogas" en 2006. La estrategia fue lanzada por el entonces presidente, Felipe Calderón, y su objetivo era acabar con los carteles de la droga mediante el envío de tropas.
Pero lejos de resolver el problema, los carteles se fragmentaron y la violencia aumentó cuando las facciones rivales lucharon entre sí por el control del tráfico de drogas.
"A partir de 2007 empezaron a llegar personas armadas", dice el alcalde de Tancítaro, Arturo Olivera Gutiérrez.
"Empezaron a presionar a las autoridades, tomar el control de la policía y apoderarse de la población a través del miedo", agrega, "muchas personas desaparecieron, comenzaron a matar, intimidaron y se apoderaron de la tierra".
En ausencia de una policía efectiva, las comunidades se armaron para garantizar la seguridad de sus ciudades, lo que llevó a la aparición en 2013 de "grupos de autodefensa" en Michoacán. Lo mismo ocurrió en Tancítaro.
Pero mientras en otras partes del estado los grupos de autodefensas fueron tomados por el crimen organizado o desmantelados por el gobierno, los residentes de Tancítaro hicieron algo diferente.
A un lado de la plaza principal de la ciudad se encuentra la sede del Cuerpo de Seguridad Pública de Tancítaro (CUSEPT). Hay nueve o diez personas afuera portando armas.
"Los grupos de autodefensa liberaron al municipio del crimen organizado y luego, junto al gobierno, trabajamos con los productores de aguacate para reclutar policías", explica José Hugo Sánchez Mendoza, jefe de CUSEPT, "el primer requisito era que la fuerza estuviera compuesta por personas de este municipio".
La fuerza policial es, en parte, financiada por productores de aguacate, que pagan un porcentaje de sus ganancias dependiendo de la cantidad de hectáreas que poseen. El gobierno municipal también contribuye y sus miembros reciben capacitación de las fuerzas federales.
Todos en CUSEPT están conectados al comercio de aguacate de alguna forma, lo que el alcalde de Tancítaro considera su receta para el éxito. La gente tiene mucho que perder y quiere protegerlo, explica.
También tienen dinero. Todos portan armas, usan chalecos antibalas y una camioneta blindada.
En uno de sus patrullajes, me siento junto a Lorena Flores, propietaria de un terreno donde cultiva aguacates. Se sumó a la fuerza porque estaba harta de tener que pagar extorsiones a los criminales.
Trabaja en CUSEPT de lunes a viernes desde las 8 de la mañana a las 4 de la tarde. El tiempo restante se lo pasa en su hacienda y dice que la vida ahora es mucho más segura.
En un momento nos detenemos en un cruce donde hay un puesto de control. Es una casa de dos pisos pintada en colores de camuflaje. Un grupo de hombres charla en sus autos.
Son uno de los 16 grupos comunitarios que trabajan con la policía, avisando sobre cualquier cosa sospechosa. Me dijeron que tenían armas, pero que no querían mostrarlas.
La policía dice que los grupos comunitarios no llevan armas de fuego, pero que están ahí para ayudar a la policía e informarles.
Chema Flores, un rico agricultor rico que ha estado en el negocio del aguacate desde 1982, dice que nunca imaginó que la demanda de aguacates despegaría de la manera en que lo hizo. Para bien y para mal, cambió su vida.
Junto a su asiento, veo una enorme arma. Le pregunto por qué la tiene: "Por el momento aquí es seguro, hay mucha seguridad, pero en otras áreas es feo, no quiero mentir".
"Secuestraron a mi hijo cuando tenía 16 años. Me pidieron US$1 millón, pero solo tenía US$500.000 para darles. También me secuestraron dos veces".
Me dice que tiene permiso para portar un arma y que emplea a cuatro guardaespaldas armados para protegerlo a él y a su hijo durante todo el día.
La necesidad de tal seguridad se siente extrema para un agricultor, pero se puede ver cómo la alternativa podría ser peor.
En la ciudad me dicen que ahora no hay secuestros ni extorsiones. Productores como Lorena y Chema pueden dormir tranquilos.
La "policía del aguacate" es, a su manera, un punto alto en un período oscuro para México. Este es el año con más muertes en el país en dos décadas.