Cuando los soldados británicos fueron enviados a Rusia hace 100 años, después de la Revolución Bolchevique, sus principales enemigos eran los alemanes y sus aliados, contra los que se enfrentaron en la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, también se vieron combatiendo y capturando bolcheviques.
En medio de ese proceso, en 1918 abrieron el primer campo de concentración en suelo ruso, un lugar que llegó a ser llamado "la isla de la muerte".
Hasta allí viajó la BBC.
La embarcación navega río abajo por el Dvina, pasando por las iglesias con sus cúpulas bulbosas, aserríos y troncos flotando en el agua. Finalmente llega al mar abierto y, una hora más tarde, una mancha marrón aparece en el horizonte.
A medida que nos acercamos, puedo atisbar un faro y unas antenas de radio. Cuando salgo de la embarcación con mis acompañantes y caminamos a lo largo de una playa desierta, una jauría de perros nos rodea ladrando furiosamente.
No están acostumbrados a los visitantes. Las únicas personas que actualmente habitan en esta remota localidad son guardias fronterizos y un par de meteorólogos.
En la época soviética, barcos llenos de turistas llegaban a la isla de Mudyug para visitar un museo. Se encontraba entre los restos de un campamento de prisioneros, uno muy diferente a las decenas de antiguos y remotos gulags que están desparramados por el norte de Rusia y Siberia.
Para empezar, se estableció en 1918. Pero más sorprendente aún es que la gente que lo administraba eran británicos y franceses.
Mi colega Natalia Golysheva, que se crió en la capital regional de Arkhangelsk -o Arcángel como solía conocerse- dice que el lugar tenía una temerosa reputación. Los lugareños lo llamaban "la isla de la muerte".
Blancos y rojos
"Cuando era chica, la gente decía que, si no te comportabas, llegarían los blancos y te llevarían a Mudyug", cuenta.
"No entendía, pero cuando preguntaba qué es Mudyug y quiénes son los blancos, mi abuela me pedía silencio y volteaba la cabeza, significando que la conversación había terminado".
Los "blancos" eran las fuerzas antibolcheviques que surgieron después de la Revolución de Octubre de 1917.
El nombre vino de los uniformes color crema que vestían los altos mandos del ejército zarista. Algunos eran militares reaccionarios que querían restaurar la monarquía, otros eran socialistas moderados, reformistas, comerciantes, pescadores o campesinos.
Cuando los bolcheviques tomaron el poder en otoño de 1917, Rusia todavía estaba peleando en la Primera Guerra Mundial, del lado de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos contra las Potencias Centrales de Alemania, el imperio austrohúngaro y sus aliados otomanos.
Sin embargo, Lenin había llegado al poder con la promesa de ofrecerles a sus adeptos no sólo pan para comer y la redistribución de tierras aristócratas sino, también, paz.
Cuando firmó un tratado con Alemania, los gobiernos occidentales actuaron rápidamente para reabrir este frente oriental de la guerra.
En unos meses, decenas de miles de soldados de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Canadá, Australia y otros países fueron enviados a Rusia en lo que llegó a conocerse como la Intervención Aliada.
Unos fueron desplegados en el sur y lejano oriente de Rusia, y 14.000 tropas bajo comando británico fueron enviadas a Arkhangelsk, cerca del Círculo Ártico. Los hombres tenían la misión de proteger el almacenamiento militar y evitar el establecimiento de una base submarina alemana.
Pero esas tropas extranjeras también se hicieron del lado de los "blancos" en la naciente guerra civil de Rusia. Algunos políticos europeos, como Winston Churchill, estaban preocupados de la propagación del comunismo en Europa.
Camas como ataúdes
Poco después de que los aliados anclaran en Arkhnagelsk, el 2 de agosto de 1918, empezaron a tomar prisioneros.
"No sabían en quién confiar o cuál era la diferencia entre rojos y blancos, así que decidieron encarcelar a cualquiera que les pareciera sospechoso", afirma Liudmila Novikova, una historiadora que vive en Moscú y es experta en el período posrevolucionario en el norte de Rusia.
Como la prisión principal del pueblo estaba hacinada, los sospechosos fueron transportados a la isla de Mudyug, a 70 kilómetros de distancia.
El primer grupo de reclusos se vio obligado a construir su propio campamento de prisión en este desolado lugar azotado por el viento.
Caminamos a lo largo de la playa pasando una desvencijada torre de observación antes de tomar un atajo por entre un bosque de pinos. Conduce a donde unas barracas de madera con oxidados alambres de púas en las ventanas.
La puerta se abre con un crujido y nos encontramos adentro de un largo dormitorio con cientos de camas, divididas por rieles de madera. Cada una del ancho de un ataúd.
Marina Titova, la joven guía del museo que nos acompaña desde Arkhangelsk, se sienta en una de las camas, absorta en sus pensamientos.
Su tío bisabuelo Fyodor Oparin, un techador, había peleado en el frente contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial.
Tuvo poco tiempo para reunirse con su esposa y pequeña hija antes de que lo arrestaran y enviaran a Mudyug, acusado de reclutar hombres de su aldea para el Ejército Rojo.
Había pocas instalaciones de baño y ninguna muda de ropa, así que los reclusos pronto quedaroninfestados de piojos. El tifo se propagó descontroladamente.
En total, unas 1.000 personas fueron encarceladas en este sitio y unas 300 murieron, ya sea por enfermedad o porque fueron acribilladas o torturadas hasta la muerte.
La vez que visitamos es una húmeda tarde de verano y el aire está denso de mosquitos. No me puedo imaginar cómo pudo ser la vida aquí durante el invierno ártico, cuando las temperaturas pueden bajar a -30º C.
Las señales del ahora abandonado museo apuntan al lugar de las "celdas de hielo", que estaban expuestas a la intemperie, donde los prisioneros rebeldes eran castigados y morían o perdían extremidades por congelación.
Hambre y desesperación
Pavel Rasskazov, un periodista radical, pasó varios meses en Mudyug. En sus "Memorias de prisión", que fue un texto muy popular y estudiado durante la época soviética, documentó las abominables condiciones y la escasez de comida.
Describe cómo, cuando el pan seco se distribuía en la mañana, "hombres hambrientos y energúmenos con ojos ambiciosos gateaban sobre el suelo asqueroso, húmedo y cubierto de escupitajos para recoger cada migaja".
Rasskazov pudo sobrevivir este lugar, lo que no logró el familiar de Titova, Fyodor Oparin.
Según un relato, él intentó escapar, pero estaba muy débil para moverse con agilidad y fue acribillado en plena carrera. Otra versión de los hechos dice que fue atrapado y ejecutado al día siguiente junto con otros 13 prisioneros.
Bajo unos pinos, Marina encuentra una placa conmemorativa a los hombres que murieron intentando escapar. Cuando coloca dos claveles rojos frente a una lápida en ruinas, una niebla envuelve los árboles y empieza a lloviznar.
"Pudo tratarse de una coincidencia", dice más tarde. "Pero me pareció como un saludo del pasado y, quizás, esos prisioneros que sufrieron aquí, que intentaron sobrevivir, pudieron sentir que estaban siendo recordados".
En los tiempos de la Unión Soviética, estos hombres fueron recordados con mayor frecuencia.
Para no olvidar
En una pequeña colina cerca del campamento, hay un obelisco de 25 metros adornado con una estrella roja y la hoz y el martillo.
Algunos trozos de granito se han desprendido pero todavía se puede leer la inscripción que dice que fue construido "en honor a los patriotas torturados a muerte por los intervencionistas".
"Este monumento podía verse desde todas las embarcaciones que pasaban", dice la historiadora Liudmila Novikova.
"Los marineros extranjeros que llegaban a Arkhangelsk eran llevados frecuentemente a Mudyug para recordarles de las atrocidades cometidas por sus compatriotas y gobiernos".
Escolares y trabajadores de fábricas también venían de visita.
Cerca del monumento encontramos un deteriorado corredor con escaparates polvorientos, afiches en las paredes descascaradas y fotografías de los "mártires que entregaron sus vidas por la revolución", o murieron aquí en la isla que es descrita en los textos como un campo de concentración.
"Una gota en el océano de sufrimiento"
Hay fotos del general Edmund Ironside, el comandante británico de todas las tropas aliadas en la región. Novikova señala que él hubiera estado al tanto de lo que pasaba en la isla, aún si nunca la visitó.
Eso queda confirmado por una entrada en sus de los cuadernos empastados en cuero que solían estar en Rusia y que ahora los posee su hijo de 93 años.
"Parece que el escorbuto se está empezando a darse entre los prisioneros rusos en la isla de Mudyug... y como es un lugar de difícil acceso, las raciones se han reducido", escribió el general.
Si los británicos establecieron el campamento y algunos de los encargados eran franceses, parece que muchos guardias eran lugareños.
"Soy responsable de que los rusos traten a su gente bien. Siempre les estoy reclamando sobre el estado de la prisión", escribe el general.
Pero Novikova afirma que la mejora de condiciones en Mudyug no era una prioridad de Ironside.
"Para él era solamente una medida de seguridad necesaria. Después de todo, había gente combatiendo y muriendo diariamente en todos los frentes. Así que si los prisioneros en la retaguardia morían a causa de las malas condiciones, eso era apenas una gota en el océano de sufrimiento que había aquí".
El trato de prisioneros en Mudyug horrorizó a un hombre que luego jugaría un devastador papel en el norte de Rusia. Un destacado bolchevique cercano a Lenin, Mijaíl Kedrov, fue enviado a Arkhangelsk tras la Revolución de Octubre y luego se convirtió en un fanático jefe regional de la Cheka, la policía secreta.
Alexander Orlov, un agente de la Cheka que luego desertó a Canadá, recuerda a Kedrov como un hombre alto y buenmozo con pelo negro andrajoso. Escribe que sus ojos frecuentemente "brillaban como carbón encendido... es posible que esas fueran señales de locura".
Mientras el régimen de terror rojo no fue mencionado en la URSS durante décadas, los crímenes de las fuerzas blancas fueron denunciados sin fin en la propaganda oficial.
Atrocidades fueron cometidas por ambas partes, dice la historiadora Liudmila Novikova, pero a escala diferente.
"Los blancos y los aliados que los apoyaban eran principalmente pragmáticos. Querían matar a aquellos que minaban sus esfuerzos, a las tropas que se rebelaban o a los miembros del bolchevismo clandestino. No estaban interesados en eliminar a sus enemigos por completo", recalca.
"Del lado rojo fue diferente porque ellos estaban enfrentados al régimen antiguo: la burguesía, oficiales zaristas y clase enteras que percibían como enemigas y que tenían que ser liquidadas".
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