La difícil tarea de Corea del Sur para aumentar la felicidad de sus ciudadanos
Desde la bulliciosa costa de la isla Jeju, Corea del Sur no parece tener un problema de felicidad. La música de un concierto al aire libre se mezcla con el alboroto de parejas que se toman selfies.
Sang-dae Cha veranea. Sentado en el paseo marítimo con su caña de pescar, sus hijos juegan a su alrededor. Parece un anuncio para la campaña worabel gubernamental.
"Worabel" es la expresión surcoreana del equilibrio entre el trabajo y la vida familiar.
Los surcoreanos hacen largas jornadas laborales. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), más del 20% de los trabajadores en el país exceden las 50 horas semanales. Y un empleado promedio apenas usa la mitad de sus días de libranza.
El estrés resultante está contribuyendo a crear una nación con un número elevado de suicidios. Además, influye en su baja tasa de natalidad, pues las madres trabajadoras deben hacerse cargo de los hijos.
Pero el gobierno tiene un plan para solucionar estos problemas: hacer que sus ciudadanos sean más felices.
Tiempo y dinero
La idea es generar un cambio cultural a largo plazo.
La felicidad nacional es una mezcla entre psicología y estadísticas. Naciones Unidas y la OCDE producen informes anuales sobre la felicidad combinando indicadores sociales y económicos -como el Producto Interior Bruto (PIB) o la esperanza de vida- para valorar el bienestar.
Esos factores crean el "bienestar subjetivo": cómo cada persona percibe cuán feliz es.
Y un nivel de vida alto no resulta necesariamente en un alto nivel de bienestar subjetivo.
Puede que los surcoreanos lo tengan todo, desde autos de lujo hasta retretes con control remoto, pero su grado de satisfacción vital está muy por debajo de la media de los países analizados por la OCDE desde 2013.
Por eso el presidente Moon Jae-in está liderando una campaña para cerrar esa brecha.
Este año, el ingreso per cápita en Corea del Sur alcanzará los US$30.000 anuales, dijo en una conferencia de prensa. "La cifra no es importante. Lo que importa es asegurar la calidad de vida", declaró.
Una de las mayores reformas es reducir la jornada laboral máxima de 68 a 52 horas semanales. Y los empleadores que no se atengan a la normativa podrían pasar hasta dos años en prisión.
El gobierno también ordenó un aumento del salario mínimo, permisos parentales, subsidios para el cuidado de los niños, reducción de costes de salud mental, aumento de pensiones... y un incremento para el Fondo de Felicidad, destinado a ayudar a ciudadanos a pagar deudas.
Cha, gerente de planificación de producto en una compañía de neumáticos en Seúl, cree que ese cambio es lo que Corea del Sur necesita, y que algunos de los problemas son demasiado graves como para ignorarlos.
"Creo que deberíamos aplicar estas políticas. Es el momento adecuado", señala.
Mejorar la calidad de vida beneficiaría a todo el país: descienden las tasas de suicidio, nacen más bebés, los trabajadores ganan más dinero y aumenta la demanda. ¡Problema resuelto!
Pero no es tan sencillo.
Un enfoque matemático
Shun Wang, coautor del Informe Mundial de la Felicidad de Naciones Unidas y profesor en la Escuela de Políticas Públicas del Instituto de Desarrollo de Corea, cree que los políticos deberían guiarse por las investigaciones de los economistas de la felicidad.
"No intentan decir a la gente cómo ser feliz, sino a los gobiernos qué políticas son más efectivas", le cuenta a la BBC.
Pero Corea del Sur no es el único país que lo tiene en cuenta. Reino Unido o Emiratos Árabes Unidos también buscan convertirse en países más felices, aunque el más representativo es Bután.
Moon, quien visitó la pequeña nación asiática en 2016, dice sentirse inspirado por ella.
Felicidad, recurso limitado
El éxito de Moon no está garantizado.
El salario mínimo está aumentando, pero también impulsando pérdidas de empleo. Algunas compañías han amenazado con detener sus servicios y otras recortan horas de trabajo.
La reducción de la jornada laboral también trae complicaciones. Los surcoreanos trabajan sin parar hasta cumplir fechas de entrega. Reducir las horas sin quitar carga de trabajo podría incrementar la presión para acabar los proyectos a tiempo.
Y según Eunkook M. Suh, director del Laboratorio de Felicidad y Psicología Cultural de la Universidad de Yonsei, Seúl, las diferentes culturas tienen diferentes interpretaciones de la felicidad.
En culturas individualistas, como Estados Unidos, cada persona crea su propia definición. Las colectivistas, como Corea, priorizan la comunidad sobre el individuo, por lo que la felicidad tiene un fuerte componente social.
Eso alimenta la necesidad de un logro tangible: "Tienes que demostrarle al mundo que mereces ser feliz, por lo que necesitas evidencias, como un diploma de una universidad de prestigio, un carro lujoso o un gran apartamento", dice Suh.
Pero las admisiones universitarias y los trabajos de funcionario no llegan a todo el mundo; la felicidad se convierte en un recurso finito que solo pueden alcanzar unos pocos.
Y como trabajar muchas horas es una virtud en Corea del Sur, el cambio no resulta fácil.
Iniciativa personal
Para predicar con el ejemplo, el presidente Moon decidió usar todos sus días de vacaciones. Si el hombre que negocia la paz con un país con armas nucleares (Corea del Norte) puede tomarse un descanso, entonces tal vez todos los demás también puedan.
Pero dar tiempo libre a la gente es solo parte de la solución. El resto depende de lo que hagan con él.
Song-dae Cha pesca con la caída del sol mientras sus hijos juegan. Lleva 15 años haciendo el mismo trabajo. Su empresa ya estableció una jornada de 40 horas y siempre se toma sus días libres.
"Mi empresa me lo recomienda y mi esposa también", admite.
Si el cambio viene de la propia comunidad empresarial, sugiere, la gente lo adoptará más rápidamente que si se lo imponen.
Pero, ¿cree que el país está apuntando a la dirección correcta?
"Yo creo que sí", dice sonriendo a su hija, quien corretea a su alrededor. "Creo que mejorará mucho en el futuro".