Mientras el huracán Irma inundaba su casa y destruía algunas de sus cosas más preciadas, el marinero Denis Schneider recordaba una frase del poeta estadounidense T. S. Elliot.
"Y dijo Dios // su profecía al viento, al viento solamente porque solo // sabe escuchar el viento".
Schneider vive en Goodland, un vecindario pesquero de la ciudad de Marco Island, al suroeste de Florida.
Es uno de los sitios en Estados Unidos, junto a Naples y Key West, en el que más destrozos ocasionó el temido huracán Irma.
El ojo del sistema tropical alcanzó Marco Island a las 15:30 del domingo, hora local, como un huracán categoría 3 y vientos de más de 200 kilómetros por hora.
Dos horas después, el agua ya había cubierto hasta el cuarto escalón de la casa de Schneider y se filtraba por su techo.
Mientras conversa con BBC Mundo este lunes, Denis coloca al sol su vieja colección de revistas sobre navegación y barcos.
Pese a ser un gran aficionado al tema, el marinero de 85 años asegura que no ve "los pronósticos meteorológicos que jóvenes inexpertos realizan en la televisión".
No se esperaba que Marco Island fuera parte del recorrido devastador de Irma, pero así fue.
Debido a un giro de última hora, fue la costa oeste de Florida la más castigada por el paso de Irma, cuando los pronósticos previos apuntaban a que el impacto directo sería sobre la costa en la que se encuentra Miami.
Schneider vivió durante muchos años en un bote e incluso asegura que logró salvarse, en su embarcación, del paso del poderoso huracán Allen, que en 1980 arrasó con el Caribe y el golfo de México.
No es la primera vez que le toca sacar el lodo de la sala de su casa, y está seguro que no es la última vez que lo hará.
Por ello señala que Irma le quitó algunas cosas, pero no le quitó el sueño.
El camino
Unos 170 kilómetros separan a Miami, donde se esperaba que ocurriera el desastre, de Marco Island, donde sucedió el desastre.
En el medio está el Parque Nacional de los Everglades, una extensa área pantanosa con abundante flora y fauna.
Por el huracán, la marejada alcanzó a la reserva forestal e incluso ganó espacio en parte de la carretera.
En el camino hay que esquivar árboles, señales de tránsito e incluso una torre de alta tensión.
Y algunos tramos parecen alfombrados por el follaje de los árboles que quedaron desnudos por la fuerza del viento.
Antes de llegar al puente que desemboca en Marco Island, es necesario abandonar la carretera para no entrar en contacto con un cable de alta tensión que fue derribado por una enorme rama que se vino abajo.
La mañana después del huracán
Frente a la alcaldía de Marco Island se puede ver un enorme árbol que no resistió la fuerza del viento.
Sus raíces eran tan grandes que levantaron una montaña de tierra del tamaño de una persona adulta.
Al pasar por las principales calles de esta ciudad de no más de 17.000 habitantes la escena se repite.
Árboles, cercas, señales de tránsito y botes de basura derribados por la fuerza del viento.
Ya no quedan zonas inundadas, pero ahora caminar por sus veredas es muy peligroso por la gran cantidad de lodo acumulado allí.
El agua alcanzó hasta los 60 centímetros de altura en algunas zonas, según reportó el jefe de la policía local Al Schettino.
La electricidad todavía no se repuso y por ello las autoridades instaron a los residentes de la ciudad a no volver mientras las calles no estén rehabilitadas y los servicios repuestos.
De los 17.000 residentes permanentes, al menos 3.000 se quedaron allí a pesar del temporal.
No es el caso de Ty Loyd, que dejó su casa para buscar un refugio más seguro en Naples, a 30 kilómetros de allí.
El lunes, cuando al fin se pudo ver el sol nuevamente en Marco Island, la mañana después del huracán, volvió a su ciudad para ver cómo habían quedado su casa y la de su abuelo.
"Perdimos muchas cosas, pero fuimos muy afortunados", señala Loyd, de 30 años, a BBC Mundo.
La familia de Ty reside en el área desde los años 60 y nunca ninguno de ellos vio un huracán con la fuerza del que pasó el domingo.
"Estábamos preocupados por cómo quedaron nuestras cosas, pero lo realmente importante es que todos estamos bien", señala Loyd mientras saca una sierra eléctrica para abrirse paso entre las ramas que cayeron frente a la casa de su abuelo.
Para él, como para muchos otros en Marco Island, llegó la hora de retirar las ramas de las puertas de los parqueos, reparar los techos, barrer el lodo, cambiar los cristales y volver a clavar las cercas.
Arduo trabajo, pero con el enorme alivio que Irma no produjo un solo herido de gravedad ni un muerto en la ciudad.
Goodland
La pesca es la principal actividad de Goodland, en el extremo sur de Marco Island.
Cuando BBC Mundo llega al lugar se encuentra con una pareja de estadounidenses mirando cómo quedó su casa después del paso del huracán.
"Es un lugar muy especial", señala el hombre entre lágrimas.
"Hay mucha gente que lo ha perdido todo, hay gente sufriendo por todas partes", añade antes de volver a consolar a su esposa.
La escena se repite en varios puntos del lugar.
Vecinos retornando con la incertidumbre de saber si su casa resistió al poder devastador de Irma o si quedaron reducidas a escombros.
En Goodland encuentras un poco de todo.
Las más frágiles cedieron, otras con un poco más de fortuna perdieron el techo y también hay varias que lograron salir airosas ante el acecho del huracán.
Siempre el viento
"Bienvenido José. Ven a mi casa, José. Te alimentaremos, te daremos cerveza. Puedes quedarte en el cuarto del lado, José. Después de Irma, estaremos muy halagados si nos visitas, José".
Así respondió Denis Schneider a la consulta sobre si le preocupa que José, el nuevo huracán que se encuentra en el Caribe y que podría alcanzar Marco Island.
El viejo marinero sabe de huracanes desde hace más de 50 años, y por ello afirma que si no será José ya llegará otro huracán a "visitarlo".
"Dependerá siempre del viento".
Al concluir la entrevista con BBC Mundo, Schneider suelta una nueva referencia que combina a la literatura con el poder de las ráfagas.
Antes de irse a dormir en la noche del domingo, mientras su casa seguía inundada, Denis se puso a leer el libro "Journey into the Whirlwind" (Viaje al torbellino, en español), las memorias de Eugenia Ginzburg, una escritora rusa que pasó 18 años en el Gulag soviético y no salió libre sino hasta la muerte de José Stalin.
"Ahí entendí en perspectiva lo que son las situaciones en las que tu vida corre peligro. En comparación a lo que la gente experimentó en Rusia bajo Stalin, Irma fue una brisa".