La historia del mexicano que rescató víctimas en los dos sismos más devastadores de México
Bajo los escombros, en el pequeño túnel que cavaba para buscar personas atrapadas, Javier Serrano Olivera escuchó un fuerte golpe.
Alguien desde la cima de la montaña de tierra, trozos de concreto y piedras en que se convirtió una fábrica textil de cuatro pisos, golpeaba con un marro.
Era la noche del 19 de septiembre de 2017. Horas antes un sismo de 7,1 grados Richter sacudió a Ciudad de México y provocó la mayor tragedia en la capital del país en 32 años.
Los golpes no sólo se escuchaban, se sentían con fuerza le dice Javier a BBC Mundo.
"Alguien gritaba muy desesperado: ?¡No golpeen!?, con una voz que nunca se me va a olvidar. Y entonces la trabe (viga) se deslizó con un ruido fuerte. Después de eso, nada. Ya no oí a quien gritaba".
Javier quiso regresar pero el túnel estaba bloqueado. Su lámpara de mano se agotó. En la oscuridad buscó otra salida.
"Empecé a cavar y cavar por donde pudiera pero el oxígeno se acababa. Me sofoqué", cuenta.
"Alcancé a percibir la luz de una lámpara y les grité: Jálenme".
Alguien gritaba muy desesperado: '¡No golpeen!', con una voz que nunca se me va a olvidar
Lo siguiente que vio fueron doctores y enfermeras en el Hospital Balbuena en el centro de la ciudad, a donde lo llevaron después de su rescate.
Vaya coincidencia. El 19 de septiembre de 1985 perdió algunos dientes frontales cuando tropezó mientras rescataba cuerpos en un restaurante, destrozado por el terremoto que ocurrió ese día.
Y ahora, el 19 de septiembre de 2017, casi pierde la vida cuando quiso sacar de los escombros a personas atrapadas por el impacto del sismo más devastador en tres décadas.
Dos sismos
Javier Serrano es uno de los mexicanos que rescataron personas en los dos terremotos más intensos en la historia reciente del país.
Y en ambos casos el desastre ocurrió cerca de su casa, en el centro de la capital mexicana.
En el primer sismo de 1985 preparaba los detalles de un festejo familiar, cuando a las 7:19 el movimiento telúrico derribó miles de casas y edificios.
El vecindario de Javier, en el centro de la capital, fue uno de los más afectados, pues colapsaron varios edificios.
En ese lugar existía el popular restaurante Súper Leche, en la esquina de las calles Victoria y Eje Central y que a esa hora de la mañana solía estar completamente lleno.
El terremoto tomó por sorpresa a los clientes. Muchos no pudieron evacuar el restaurante y quedaron atrapados.
Serrano Olivera y algunos vecinos llegaron minutos después del sismo y empezaron a cavar con picos y palas. Pero no encontraron sobrevivientes.
Cuando me metí (a los escombros) no encontré a nadie vivo, solo muertos. Pero a todos los sacamos
"Hubo un incendio y el humo asfixió a los que estaban atrapados", recuerda.
Otros murieron cuando bajaban las escaleras, y a algunos el terremoto les sorprendió en cama pues sobre el Súper Leche existían departamentos y oficinas.
"Cuando me metí (a los escombros) no encontré a nadie vivo, sólo muertos. Pero a todos los sacamos", recuerda Javier.
El socorrista civil, como prefiere que le llamen, rescató a muchas personas.
"No me acuerdo a cuántos, pero eran un montón. A algunos los llevaron a una fosa común".
El número de víctimas en la cafetería Súper Leche no se conoce, pero habitualmente trabajaban allí más de cien empleados, que atendían a cerca de 1.000 clientes cada mañana.
"Contarlo desde el cielo"
El mismo 19 de septiembre pero 32 años después de esa tragedia, Javier Serrano se preparaba para comer en su casa, a unos pasos del edificio donde operaban tres empresas que fabricaban ropa.
Dos horas antes participó en el simulacro que cada año, desde el terremoto de 1985, se realiza en todo el país.
Acalorado volvió a su casa y empezó a beber una cerveza. "Dejé el vaso en la mesa y empezó a moverse. Lo primero que pensé fue: ¿Qué pasó, si apenas llevo una?".
Pero no era efecto del alcohol.La tierra se sacudía en ese momento.
Sin pensarlo Javier salió de su casa y entró a la escuela primaria Simón Bolívar, a un lado de la fábrica de ropa para mujer.
Ayudó a evacuar a los niños y después volvió a los restos de la empresa.
La primera vez que subió a la montaña de escombro encontró a una mujer que le reclamó por qué se encontraba en la azotea. "No sabía que el edificio se había derrumbado", recuerda.
El rescatista civil trató de meterse por huecos o cavar un túnel y dar con las víctimas.
Cuatro veces hizo las incursiones, sin éxito. Sólo alcanzaba a escuchar los gritos de quienes pedían ayuda.
En el último intento quedó atrapado. "Los rollos de tela amortiguaron el golpe de la trabe (huequito). Si no fuera por eso ya la estaría contando en el cielo".
"Disciplina para vivir y morir"
Después del sismo de 1985 Javier formó parte del colectivo Topos Azteca, que suele apoyar en los rescates de personas atrapadas bajo los escombros en cualquier país.
Hay que tener disciplina para vivir y para morir, la verdad. Pero es lo que uno debe tener si se mete por instinto a estas cosas
Desde hace varios años se dedica a recolectar motores y equipo de cómputo de desecho, para quitarle algunos chips que revende.
A diferencia de otros rescatistas voluntarios, la experiencia de rescatar personas no parece haber marcado su vida.
Pero siempre existen riesgos. Y lo supo de cerca. Cuando quedó atrapado bajo los escombros y prácticamente sin oxígeno, Javier Serrano se resignó.
"No estaba desesperado, ya me había resignado a que me iba a morir en cualquier momento", cuenta.
"Hay que tener disciplina para vivir para morir, la verdad. Pero es lo que uno debemos tener si te metes por instinto a estas cosas".