Aunque sus escasos 11.586 kilómetros cuadrados equivalen a poco más de la mitad del tamaño de El Salvador, el país más pequeño de América Latina, a Qatar no le faltan ambiciones.
Este emirato, una pequeña península ubicada en el golfo Pérsico, ha dado a través de su política exterior múltiples muestras de audacia e independencia, pero también de abiertas contradicciones difíciles de conciliar.
Tiene relaciones cordiales con Irán, pero es aliado de Estados Unidos; respaldó a los rebeldes libios que en 2011 se alzaron contra el gobierno de Muamar Gadafi en Libia; pero ese mismo año también formó parte de la coalición que apoyó la supresión de las protestas prodemocráticas en Bahréin.
Estas señales mixtas han terminado por valerle un grave conflicto diplomático con seis países árabes, que le acusan de crear inestabilidad en la región.
Arabia Saudita, Egipto, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Yemen y Libia acusan a Qatar de respaldar a grupos terroristas, incluyendo al autodenominado Estado Islámico (EI) y Al Qaeda, algo que el pequeño emirato niega rotundamente.
De pobre a millonario
Qatar era uno de los países más pobres del Golfo hasta que en 1939 fueron halladas grandes reservas de hidrocarburos en su territorio.
La época de las vacas gordas aún tardaría en llegar unos años, hasta el final de la II Guerra Mundial, cuando esa riqueza potencial comenzaría a ser explotada.
En la actualidad, Qatar es el cuarto mayor productor de gas natural del mundo y el segundo mayor exportador de este hidrocarburo después de Rusia. Además es el octavo exportador neto de petróleo en el planeta.
Esta circunstancia ha garantizado una situación de prosperidad para sus apenas 2,7 millones de habitantes y ha permitido financiar la modernización del país, con la construcción de infraestructuras pensadas para maravillar al mundo.
En la actualidad, Qatar supera a los dos gigantes latinoamericanos, Brasil y México, en la clasificación que realiza la página Skycraper Center sobre los países del mundo que tienen rascacielos, a partir de la cantidad y altura de los mismos.
Su línea aérea de bandera, Qatar Airways, ganó en 2015 el premio a la mejor del mundo, otorgado cada año por la organización Skytrax.
En 2005, el gobierno estableció el Qatar Investment Authority (QIA), fondo a través del cual ha invertido los ahorros procedentes por la venta de hidrocarburos en numerosos negocios en distintos países. Entre ellos se cuentan el banco británico Barclays, la compañía de automóviles alemana Volkswagen, la multinacional petrolera Total y la cadena de joyerías estadounidense Tiffany & Co, entre muchas otras.
Se estima que el portafolio de inversiones del QIA es ubica en unos US$335.000 millones.
¿Promotor de la democracia?
Qatar es una monarquía absolutista en la que no existe ningún poder capaz de hacer contrapeso al emir Tamim bin Hamad al Thani, descendiente de una familia que ha controlado el país desde el siglo XVIII.
El Índice sobre Democracia elaborado en 2016 por la unidad de investigación de la revista The Economist, ubica al país en la categoría correspondiente a regímenes autoritarios.
Las únicas elecciones existentes son municipales.
De acuerdo con la organización no gubernamental Freedom House, que cada año evalúa los niveles de libertad de decenas de países alrededor del mundo, Qatar es un país no libre.
En una escala de 1 a 7, donde 1 es más libre y 7 menos libre, el pequeño emirato obtiene una puntuación de 6 en términos de derechos políticos y de 5 en libertades civiles.
El país no tiene prensa libre. Sin embargo, es propietario de la cadena de televisión internacional Al Jazeera, que le ha dado voz a los disidentes de muchos de los gobiernos autoritarios de la región y fue señalada en su momento como uno de los motores que ayudó a impulsar la llamada Primavera Árabe.
Este es justamente uno de los puntos de fricción entre Qatar y algunos de los países árabes con los que está enfrentado.
Más allá de Al Jazeera, el país ha mantenido una política exterior propia basada en alianzas puntuales que varían de acuerdo con las diversas disputas.
Así, por ejemplo, Qatar es uno de los principales financistas del grupo palestino Hamás, pero mantiene unas relaciones relativamente cordiales con Israel.
Aunque tiene buenas relaciones con Irán, país con el que comparte su mayor depósito de gas natural, financia a los grupos militantes que se enfrentan al gobierno en Siria de Bashar al Asad, uno de los principales socios de Teherán.
Se trata de jugadas complejas y arriesgadas, como fue su participación en 2011 en la coalición internacional, encabezada por Estados Unidos, que prestó apoyo a los rebeldes libios alzados en contra de Gadafi.
Detrás de estas decisiones, los expertos señalan que se encuentra la ambición de lograr un lugar propio en el escenario internacional.
Sería este el mismo motor que llevó a Doha a ser la sede del lanzamiento en 2001 de las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio conocidas como la Ronda del Desarrollo, la cual apuntaba a una reforma sustantiva del comercio internacional.
También el impulso que llevó al país a ser en 2012 sede de una de las reuniones ministeriales de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y para que el país sea la sede de la Copa Mundial de Fútbol en 2022.
Sin embargo, ahora esa ambición de Qatar por lograr un lugar propio en el escenario internacional deberá medirse con su capacidad para soportar las presiones de los países árabes que le quieren ver regresar al redil.