El terremoto político que causó la extrema derecha en Alemania
En febrero de 1930, Adolf Hitler estaba de buen humor. "Nuestro mayor éxito lo tuvimos en Turingia", escribió. "Allí somos el partido más importante. Los partidos en Turingia que intentan formar un gobierno no pueden asegurar una mayoría sin nuestra cooperación".
Alemania puede haberse comprometido con el "nunca más". Pero 90 años después, la extrema derecha ha vuelto a jugar, aunque sea brevemente, ese papel en el estado del este de Alemania.
La elección, la semana pasada, de un liberal como jefe del gobierno estatal de Turingia gracias a los apoyos del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha provocado un terremoto político que sacudió la columna vertebral del país y acabó con la renuncia de la favorita para suceder a Angela Merkel.
La crisis de Turingia
Hasta hace unos días, pocos alemanes habían oído hablar de Thomas Kemmerich.
La semana pasada, Kemmerich, del Partido Liberal Democrático (FDP) y de mentalidad empresarial, fue elegido jefe del Ejecutivo regional de Turingia gracias al apoyo de los legisladores locales de la AfD y de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel.
Sin embargo, la votación causó indignación en todo el país, y miles de alemanes se lanzaron a las calles a protestar.
La elección de Kemmerich rompió el "cordón sanitario" que hasta ahora había impedido toda cooperación con el partido de extrema derecha, algo que se considera un tabú en Alemania. Ningún dirigente estatal había asumido el cargo antes con la ayuda de la AfD.
Apenas tres días después de ser electo, y ante todo el revuelo causado, Kemmerich dejó su cargo "para eliminar la mancha del apoyo de la AfD a la oficina del primer ministro".
Ahora se espera que se lleven a cabo nuevas elecciones en el estado.
Pero para muchos, el caso de Turingia ha planteado paralelos dolorosos, cuando apenas hace unas semanas Alemania reflexionaba sobre las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, durante las conmemoraciones por el aniversario de la liberación del campo de exterminio nazi en Auschwitz.
El ex primer ministro belga Guy Verhofstadt fue uno de los que acudieron a las redes sociales en protesta, haciendo circular una fotografía de un recién elegido Kemmerich dándole la mano al líder de extrema derecha de Turingia, Björn Höcke, y yuxtaponiéndola con una de Hitler saludando al entonces presidente alemán Paul von Hindenburg.
La ruptura del "Brandmauer"
Kemmerich puede haber expresado su oposición a la AfD, pero aceptó el puesto de todos modos, con una mayoría asegurada con su apoyo.
Que la extrema derecha haya podido ejercer tal influencia, que un partido político dominante aceptara su apoyo y que, a sabiendas o no, la CDU de Merkel se alineara con ellos es, para muchos en Alemania, fuente de gran vergüenza.
El hecho simbolizó la vulnerabilidad de lo que los alemanes llaman Brandmauer, el cortafuegos que, por una convención política de larga data, se supone que evita que la extrema derecha ejerza una influencia real sobre la política alemana.
Desde Sudáfrica, donde se había reunido con el presidente Cyril Ramaphosa, Merkel describió lo sucedido como "imperdonable".
La canciller reprendió duramente a los políticos regionales de su propio partido que, al votar por Kemmerich, suscitaron acusaciones de que, al menos localmente, la CDU estaba lista para romper esa promesa de nunca unir fuerzas con la extrema derecha.
"Fue un mal día para la democracia, un día que rompió con la larga y orgullosa tradición de los valores de la CDU. Esto no está en línea con lo que la CDU piensa, con cómo hemos actuado durante la existencia de nuestro partido", dijo Merkel.
Por su parte, el jefe federal del FDP, Christian Lindner, inicialmente pareció aceptar el resultado, a pesar de la respuesta horrorizada de los miembros de alto rango de su partido.
Acusado de buscar el poder a cualquier precio, le recordaron a Lindner sus propias palabras cuando en 2017 abandonó las negociaciones de coalición con Merkel a nivel federal y dijo: "Es mejor no gobernar que gobernar mal".
Tiempos convulsos para el partido de Merkel...
Pero las consecuencias de lo ocurrido en Turingia fueron más allá de las declaraciones, las protestas y la renuncia de Kemmerich.
La ruptura del "cordón sanitario" a la ultraderecha se ha llevado por delante a la presidenta de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, incapaz de controlar a los sectores más a la derecha (y al este) de su partido.
Kramp-Karrenbauer, quien asumió la presidencia de la CDU en diciembre de 2018, no concurrirá para reemplazar a Merkel, quien lleva 15 años como canciller, aunque era vista como la favorita para sucederla.
Su renuncia ha desvanecido las esperanzas de la canciller Merkel de una transición suave del poder cuando renuncie el próximo año y haya elecciones generales.
Todo esto sucede mientras el Partido Verde alemán se acerca cada vez más en las encuestas.
... y para Alemania
Al igual que los otros partidos, la CDU aún no ha encontrado la fórmula para recuperar a los votantes atraídos por el nacionalismo xenófobo de la AfD, cuya popularidad ha crecido en los últimos años.
La AfD, con una retórica antiinmigración y antiislam, tiene legisladores en los 16 parlamentos estatales de Alemania.
A nivel nacional, la AfD tiene 89 escaños en la Cámara baja del Parlamento (Bundestag), de un total de 709, lo que lo convierte en el mayor partido de oposición.
Su presencia en el Bundestag ha vulgarizado los debates parlamentarios y, posiblemente, sus campañas centradas en la migración y la identidad nacional han roto los viejos tabúes alemanes y desplazado la política hacia la derecha.
La AfD ha encontrado un terreno electoral particularmente fértil en el este del país. En Turingia el partido duplicó sus votos en las elecciones regionales del año pasado.
Se avecinan unos meses turbulentos para la política alemana. Lo que comenzó como una elección regional no concluyente ha demostrado la capacidad de la extrema derecha de Alemania para causar el caos político al más alto nivel.