Intelectual estadounidense invitó a cenar a su casa a más de 150.000 extraños de todo el mundo
Jim Haynes era un icono y una reliquia del movimiento cultural londinense de los años 60 conocido como Swinging Sixties, un estadounidense en París que era famoso por invitar a cientos de miles de extraños a cenar en su casa.
Murió este mes, pero yo todavía pude verlo en persona antes de que llegara la pandemia de covid-19.
En febrero pasado, hice mi último viaje al extranjero antes de que llegaran los confinamientos.
Compré un billete de última hora y me subí al Eurostar que lleva de Londres a París, motivada por un impulso repentino de cenar con un amigo.
Jim Haynes había cumplido 87 años y su salud estaba empeorando, pero sabía que recibiría con agrado una visita.
A Jim le encantaba tener invitados.
La esencia de ese viaje ahora parece la antítesis de lo que sucede en tiempos del coronavirus.
Yo no era la única invitada que deambulaba por el cálido resplandor de su taller en el distrito 14 en una noche húmeda de invierno.
Política de puertas abiertas
En el interior, la gente se apretujaba, hombro con hombro, desde la estrecha cocina.
Los extraños entablaban conversaciones, se agrupaban en grupos, equilibrando sus cenas en platos de papel y turnándose para alcanzar la caja de vino.
Jim mantuvo una política de puertas abiertas en su casa todos los domingos por la noche durante más de 40 años.
Absolutamente cualquiera era bienvenido a asistir a una cena informal.
Todo lo que tenía que hacer era llamar por teléfono o enviar un correo electrónico y él añadía su nombre a la lista.
No se hacían preguntas.
Simplemente tenías que poner una donación en un sobre al llegar a la casa.
Siempre había un murmullo en el aire, mientras personas de diversas nacionalidades (lugareños, inmigrantes, viajeros) se apretujaban en el pequeño y diáfano espacio.
Una olla de abundante comida burbujeaba en la encimera y las porciones se servían en una mesa de caballete, para que pudieras servirte y seguir charlando.
Había buenas razones para apodar a Jim como el "padrino de las redes sociales".
Fue un pionero en conectar a extraños, mucho antes de que todos subcontratáramos esta práctica a las compañías de Silicon Valley.
Solo conocí a Jim en sus últimos años, pero toda su vida fue extraordinaria.
Nació en Louisiana en 1933 y vivió en Venezuela parte de su adolescencia.
Es el fundador del centro de cultura alternativa Arts Lab en Londres, donde se codeaba con David Bowie, John Lennon y Yoko Ono.
También dirigió una revista de liberación sexual en Ámsterdam.
Y todo lo hizo antes de convertirse en profesor universitario de política sexual en París, su hogar desde 1969.
Y, sin embargo, a menudo se le confundía como escocés, después de pasar allí un período influyente entre finales de los 50 y finales de los 60, cuando abrió la primera librería de bolsillo de Edimburgo, cofundó el Traverse Theatre y ayudó a poner en marcha el festival Fringe.
Cuando Jim murió, a los 87 años, a principios de este mes, un obituario del Herald lo llamó "el managerno oficial de la Generación Beat en Escocia".
La Generación Beat la forman un grupo de escritores estadounidenses de la década de los cincuenta.
Aunque muchas personas de gran prestigio tienden a refugiarse en sus amigos más íntimos después de alcanzar el éxito, Jim nunca dejó de ampliar su círculo de conocidos.
La primera vez que supe de él fue a través de un correo electrónico, que llegó a mis manos de repente en 2008.
Había escrito un artículo en un periódico hablando de Barcelona, no la de España, sino la de la costa de Venezuela, y le había traído recuerdos.
Su padre trabajaba en el negocio del petróleo y había trasladado a la familia allí cuando Jim era adolescente.
Mi artículo trataba sobre cómo conocer gente a través del sitio web de Couchsurfing, donde los locales abren sus hogares a extraños de forma gratuita en todo el mundo.
Intercambio cultural
Esto fue antes de que AirBnB descubriera cómo monetizar la idea y el concepto de intercambio cultural no comercial atrajo a Jim.
"Cuando regrese a Europa, venga a cenar", escribió, prometiendo contarme sobre un antiguo proyecto de viaje propio que pensó que podría gustarme.
Intrigada por la invitación, me dirigí a París.
Había imaginado una especie de cena íntima con la élite cultural, pero lo que encontré fue más como una fiesta en una casa de estudiantes, aunque con asistentes más maduros y con un consumo moderado de alcohol.
Jim era abstemio y las bebidas espirituosas terminaron estrictamente a las 23:00 horas.
Jim me saludó instantáneamente como un viejo amigo y, mientras charlábamos, se acercó a los estantes de su sala de estar para ofrecerme un libro.
"People to People" se leía en la portada.
Era el proyecto del que quería hablarme.
Me contó que, a fines de la década de 1980, había creado una serie de guías para los países del Telón de Acero.
Pero en lugar de las descripciones estándar de lugares de interés y listados de hoteles, el formato era como una libreta de direcciones que incluía los datos de contacto de cientos de posibles anfitriones en el país.
La idea era que si las personas no podían ver el mundo occidental por sí mismas, él se lo llevaba a través de los viajeros.
Fue "couchsurfing", pero sin internet.
La copia tamaño bolsillo que puso en mi mano trataba sobre Polonia.
Me encantó la idea y decidí viajar allí para ver si las personas del listado todavía estaban dispuestas a recibir visitantes al azar, a pesar de que las cosas habían cambiado mucho.
Cada persona estaba listada en la ciudad donde vivía, seguida de dos o tres líneas, incluyendo su dirección, fecha de nacimiento, número de teléfono y hobbies.
Usando Google y correo postal al mismo tiempo, logré contactar con varios de ellos.
La mayoría había conocido a Jim personalmente o a través de amigos de amigos.
Guías locales
Todos tenían buenos recuerdos del proyecto y todavía estaban dispuestos a actuar como guías locales para mostrarme los alrededores.
En Gdansk, le pregunté a la funcionaria Krystyna Wróblewska por qué se había inscrito en aquel proyecto.
Me dijo que había estado trabajando como mediadora, ayudando a los periodistas a cubrir las huelgas anticomunistas de los astilleros.
"Ellos [los medios] fueron a buscar mujeres con pañuelos en la cabeza y caballos con carros, perpetuando la misma imagen de siempre. Supongo que quería conocer gente para poder cambiar los estereotipos y demostrar que no todas las imágenes que tienes en la cabeza son reales", contó.
"Me sorprendió lo fácil que fue", me dijó Jim.
Produjo guías para Rumania, Checoslovaquia, Hungría, los países bálticos y Rusia, con miles y miles de lugareños.
Algunos de sus contactos procedían de sus libretas de direcciones personales que abarcaban varios volúmenes, y consiguió nuevos registros tras publicar entrevistas en periódicos locales y revistas de jazz.
Sacos de correo
"Algunas de las personas de Rusia más mayores tenían miedo de ser incluidas en una lista occidental, porque pensaban que sería más fácil detenerlos a todos. Pero mucha gente joven quería estar en el libro. Recibí sacos enteros de correo. Estoy seguro de que el cartero local se preguntaba qué diablos estaba pasando", dijo.
A lo largo de los años, las autoridades a menudo se preguntaron qué pasaba en la casa de Jim.
Sobre todo durante el período en que comenzó a emitir pasaportes de juguete.
Fue en la década de 1970, después de oir la historia de un viajero estadounidense que, 20 años atrás, había renunciado a su ciudadanía estadounidense y había creado su propio "pasaporte mundial".
Para Jim, los pasaportes no nacionales estaban en línea con sus ideales de paz y libertad global.
Así que convirtió su casa en una "embajada" y comenzó a producir pasaportes mundiales para cualquiera que quisiera uno.
Los documentos eran tan convincentes que algunas personas los usaban para cruzar fronteras.
"Mira, ya no puedes hacer esto. Tienes que dejar de hacer pasaportes", le decía la policía francesa exasperada cuando llegaba a su puerta.
Pero Jim continuó hasta que terminó en los juzgados.
Aunque finalmente fue absuelto de fraude y falsificación, fue declarado culpable de "confundir al público".
Jim siempre descartó la idea de que se trataba de una empresa ingenua, pero, según algunos de sus amigos, confiaba en exceso y esto lo llevó a errores financieros y problemas legales a lo largo de los años.
Pero el solo se ocupaba de los problemas cuando estallaban.
"A menudo tenía que evitar que firmara cosas. A veces ni siquiera las leía", dice Jesper, su hijo, que nació durante el matrimonio de Jim con Viveka Reuterskiold en la década de 1960.
"Había colchones en cada espacio vacío del piso, gente durmiendo en todas partes", dice al recordar sus visitas a París.
"Era emocionante y divertido, pero a veces me sentía celoso. Le pasó a mucha gente. La gente era muy posesiva con él. La gente quería reclamarlo, pero era imposible de reclamar", relata.
Jesper reconoce que su padre le abrió al mundo.
Utilizó ampliamente los libros de contactos de Jim mientras viajaba y actualmente vive con su propia familia en Bangkok, donde replicó brevemente las cenas dominicales.
"Solo por seis meses. Era mucho trabajo".
Los blogueros
Durante la década de 1990, las multitudes comenzaron a disminuir en las cenas de París, a medida que la multitud hippie original envejecía.
Pero luego una nueva ola de visitantes más jóvenes comenzó a ponerse en contacto.
Fue cuando lo descubrieron los blogueros.
"Internet arruinó y salvó las cenas al mismo tiempo", dice Seamas McSwiney, un amigo cercano que durante décadas ayudó los domingos por la noche.
"Se volvieron menos espontáneas a medida que la gente trataba de reservar con seis meses de antelación, lo que era un anatema para la forma en que Jim viajaba y también resultaba molesto porque era más probable que esas personas no se presentaran, pero al mismo tiempo, estos artículos online revitalizaron idea. Había un público más joven y un nuevo impulso", señala.
En el pico de las cenas, Jim daría la bienvenida a hasta 120 invitados, llenando su atelier y extendiéndose hacia el jardín trasero adoquinado.
Se estima que a lo largo de los años acudieron 150.000 personas a estas cenas.
"La puerta siempre estaba abierta", dice Amanda Morrow, una periodista australiana que se quedó con Jim durante un año y medio.
"Era una puerta giratoria de invitados: algunos querían quedarse y otros solo querían saludar. Jim nunca le dijo que no a nadie. Lo único que realmente deprimía a Jim era que la gente se fuera", dice Jesper.
"Luchó contra eso. No le gustaba estar solo. Aunque, afortunadamente, siempre había alguien nuevo que lo distraía".
En los últimos años, Jim se sentaba en silencio, mientras otros gravitaban en su órbita.
En mi última visita, se le veía frágil y aquejado de diversas dolencias, pero también tenía un aire de satisfacción.
Claramente nunca se cansaba de conectar gente.
"Me preguntaba cuándo volverías", me dijo, con el áspero acento americano que de alguna manera nunca había perdido.
Era un hombre que había pasado tiempo con Lennon y Bowie, que una vez fue amigo de Sonia Orwell y solía pasear por París con Samuel Beckett.
Y sin embargo, hacía que todos se sintieran especiales. Cada conexión importaba.
"Parecía el truco que usan los políticos, pero era natural", dice Seamas.
Hace poco, las restricciones por el covid-19 redujeron el horario de las cenas, pero sus amigos dicen que la pandemia no lo deprimió.
Daba por seguro que las reuniones se reanudarían y, mientras tanto, disfrutaba de un flujo más reducido de visitantes y, siempre que era posible, amigos.
En medio de la avalancha de tributos a su figura desde que muriera el 6 de enero mientras dormía, destacan estas palabras de Jesper: "Su objetivo desde el principio fue presentar al mundo entero. Casi lo logró".