Crisis de los refugiados rohingya: "Por la noche tiraban desde el barco los cadáveres al mar"
"Nadie sabe cuánta gente murió. Pueden ser 50 o más", dice Khadiza Begum.
Esta mujer de 50 años es parte de un grupo de 396 musulmanes rohingya que rescató la Guardia Costera de Bangladesh, después de que el barco en el que viajaban quedara varado en el mar por dos meses.
Su estimación del número de muertos está hecha en base a los funerales que su hijo presidió como imán (predicador musulmán) en el mismo barco.
Se suponía que los contrabandistas los llevarían a Malasia.
Pero nunca llegaron.
Khadiza se vio obligada a huir de su casa en Myanmar ?también conocido como Birmania? por la violencia, descrita por investigadores de la ONU como un "ejemplo de libro de la limpieza étnica".
La vecina Bangladesh le dio refugio en el que ahora se ha convertido en el campo de refugiados más grande del mundo, y donde se han establecido los musulmanes rohingya que huyen de la violencia.
Cerca de un millón de rohingya viven en el Cox's Bazar en Bangladesh. Y muchos, como Khadiza, sueñan con una vida mejor en Malasia, al otro lado de la Bahía de Bengala.
Cuerpos lanzados al mar
Pero en el caso de Khadiza, el sueño se convirtió en una pesadilla.
Ella recuerda cómo la tripulación ?los traficantes? trataban de esconder las muertes que ocurrían en el barco abarrotado.
"Hacían funcionar los dos motores para que nadie pudiese escuchar el sonido que hacía el agua cuando lanzaban los cuerpos por la borda".
Por lo general, se deshacían de los cuerpos por la noche.
"Sé con seguridad que murieron al menos entre 14 y 15 mujeres".
La muerte de una mujer que estaba sentada a su lado sigue traumatizándola.
Severamente deshidratada, la mujer estaba desorientada al principio y se comportaba de manera extraña.
La tripulación se la llevó a la cubierta superior del barco.
Khadiza dice que allí fue donde murió.
"Su muerte todavía me persigue. Murió frente a nuestros ojos".
La mujer viajaba con cuatro hijos.
"Mi hijo le informó a su hija mayor, de 16 años, que su madre había muerto".
Huérfanos
Khadiza también tiene cuatro hijos.
"Los otros tres niños de la mujer no sabían qué había pasado con su madre", dice.
"Lloraban. Era desgarrador".
"El cuerpo fue lanzado al agua inmediatamente".
Khadiza quedó sin hogar y sin Estado en 2017, después de que su marido y uno de sus hijos murieran durante operativos del ejército en el estado de Rakáin, en el oeste de Myanmar.
Su poblado fue incendiado, y por ello se vio forzada a viajar a Bangladesh, para establecerse junto a sus hijos en el campamento de refugiados Cox's Bazar.
Después de casar a su hija mayor, quería brindarle una vida mejor a sus otros dos hijos.
"Teníamos una vida dura. No veía un futuro para nosotros en el campamento de refugiados".
Las historias que escuchó de rohingyas que habían cruzado el mar rumbo a Malasia en busca de una vida mejor la dejaron fascinada.
Con un poco de ropa y unas joyas de oro
Khadiza vendió sus joyas y juntó US$750 para pagarle a los traficantes que conseguirían un lugar en el barco para ella y sus hijos.
Luego, una noche en febrero, recibió el llamado que estaba esperando.
Todo en secreto
"El hombre al otro lado del teléfono me dijo que fuera a la parada de autobús de Teknaf".
Khadiza mantuvo todo esto en secreto y juntó algo de ropa y unas joyas de oro que tenía en un pequeño bolso.
"Les dije a mis amigos y vecinos que me iba porque tenía que hacerme un tratamiento médico", le explica Khadiza a la BBC.
Con su hijo y su hija, dejó su casa por la noche, en medio de la oscuridad.
Un hombre se reunió con ellos en la parada y los llevó a una granja, donde vio a cientos de otras personas.
Los llevaron al barco, que partió luego lentamente de la Bahía de Bengala, entre la Isla de San Martín en Bangladesh y Sittwe, en Myanmar.
"Había planeado esto por meses. Quería una vida mejor. Soñaba con una nueva vida en un nuevo país".
Sin espacio para estirar las piernas
Después de dos días, los transfirieron a otra embarcación, una más grande, llena de gente.
Khadiza recuerda que ni siquiera había espacio para estirar sus piernas.
"Había familias con mujeres y niños. Creo que éramos más de 500".
El barco era más grande que un arrastrero típico, de los que se usan el sur de Asia, pero claramente no era suficientemente grande como para llevar a tanta gente.
Los miembros de la tripulación viajaban en la parte de arriba, las mujeres en el medio, y los hombres abajo.
Irónicamente, la tripulación estaba compuesta de hombres birmanos de Myanmar, el país de donde huían los rohingyas.
"Al principio estaba asustada", recuerda Khadiza.
"No sabía cuál sería nuestro destino, pero a medida que nos fuimos acomodando, comencé a soñar de nuevo".
"Pensé qué alcanzaríamos una vida mejor. Así que los problemas que enfrentábamos no me importaban".
Muerte en el baño
El barco no tenía cosas como agua o baños.
Khadiza se lavó solo dos veces en dos meses, sacando agua del mar, en frente de los demás.
Los baños eran dos tablas de madera con un agujero en el medio.
"Un par de días después de que comenzara nuestro viaje a Malasia, un niño se cayó al mar por el agujero", dice Khadiza.
"Se cayó y se murió".
Fue la primera de muchas muertes de las que fue testigo.
Malasia en el horizonte
Después de navegar por siete días, a veces con mal tiempo, por fin empezaron a divisar la costa malaya.
Aquí, esperaban que los recogieran pequeños barcos que los llevaran a la costa.
Pero ninguno llegaba.
La seguridad malaya se había vuelto más estricta por la pandemia del coronavirus y los guardias hacían ahora patrullas más frecuentes, con lo cual hacía más difícil entrar ilegalmente al país.
El capitán les dijo a los refugiados que no podrían llegar a Malasia.
Las esperanzas de Khadiza se desvanecieron por la pandemia.
Agua de mar
Tuvieron que retroceder y ahora se enfrentaban con escasez de agua y comida.
De camino a Malasia, los habían alimentado con arroz dos veces al día, a veces con lentejas, y un vaso de agua.
"Al principio, eso se transformó en una comida al día. Luego en una comida cada dos días. Arroz sin nada más".
La falta de agua potable se volvió insoportable.
Khadiza dice que, por pura desesperación, algunos refugiados bebían incluso agua de mar.
"La gente trataba de calmar la sed mojando su ropa en agua, y luego la escurrían sobre su boca".
Segunda oportunidad
Días después, en la costa de Tailandia, un pequeño bote que consiguieron los traficantes se acercó con suministros.
Pero, mientras esperaban una segunda oportunidad para llegar a Malasia, la marina birmana los interceptó.
"Arrestaron al capitán y a tres miembros de la tripulación, pero más tarde los liberaron", dice Khadiza.
"Imagino que habrán llegado a una suerte de acuerdo".
El segundo y último intento de llegar a Malasia también terminó en fracaso.
Rebelión a bordo
Para todos los que estaban en el barco se hizo evidente que no estaban yendo a ninguna parte.
"Estábamos a la deriva en el mar, sin ninguna esperanza de llegar a la costa. La gente se estaba desesperando. Nos preguntábamos cuánto tiempo más podríamos sobrevivir así".
Entonces, un grupo de refugiados se acercó a la tripulación y les rogó que los desembarcara en cualquier parte, sin importar si era Myanmar o Bangladesh.
Pero la tripulación se negó.
Era muy riesgoso, les dijeron. Los podrían arrestar y quitarles el barco.
Mientras el bote continuaba a la deriva en la Bahía de Bengala, comenzaron a circular historias de violación y tortura.
"Las cosas empezaron a salirse de control", dice Khadiza.
"Escuché que habían atacado y matado a un miembro de la tripulación y que habían tirado su cuerpo al mar".
Había diez birmanos controlando a 400 refugiados.
"Se dieron cuenta de que para ellos sería muy difícil pelear y ganar".
La tripulación exigió más dinero para alquilar botes pequeños para llevarlos a la costa. Entre todos juntaron US$1200.
Unos días más tarde, se les acercó un bote pequeño.
Inmediatamente, el capitán y casi toda la tripulación se subieron y huyeron.
Los pasajeros lograron llevar el barco a Bangladesh con ayuda de los dos miembros de la tripulación que quedaron en el barco.
Todo perdido
"Me puse tan feliz cuando finalmente vi la costa por primera vez después de dos meses", recuerda Khadiza.
Estaban de regreso nuevamente en Bangladesh.
Después de pasar dos semanas en cuarentena, Khadiza regresó al campamento de refugiados, solo para descubrir que su lugar ahora estaba ocupado por otra familia.
Ya no tiene esperanzas de regresar a Myanmar a vivir en la tierra que cultivaba.
Ahora tiene que compartir un pequeño espacio con su hijo y su hija.
"Lo perdí todo por un sueño", dice con calma.
"Nunca volveré a cometer el mismo error"
Ilustraciones de Lu Yang