Pocas frases reflejan mejor la amabilidad y hospitalidad de una persona que cuando te dice eso de "mi casa es tu casa".
Solo que, para los mexicanos, esta especie de generosa invitación llega ciertamente a otro nivel.
La frase está tan inmersa en el ADN de su población que, según el conquistador español Hernán Cortés, el propio emperador azteca Moctezuma le dijo algo similar cuando ambos se encontraron por primera vez en Tenochtitlán.
Más de 500 años después, y poco después de mi llegada a México este año, la historia se repetía cuando alguien me dijo lo siguiente: "En tu casa siempre hay lugar para uno más".
Yo, claro, no entendía nada. ¿Por qué esa persona hablaba de mi casa si no la había visto nunca? ¿Cómo sabía cuántas personas caben en ella?
Pronto me explicaron que cuando un mexicano te dice "tu casa", se refiere realmente a la de él, pero digamos que ya la hace casi tuya y la está poniendo así a tu disposición.
Aquel día me quedé pensando que seguramente haya pocas fórmulas tan bellas en nuestro idioma como para hacerle sentir a otra persona tan querida y bien acogida con unas simples palabras.
Un país vibrante y tembloroso
Antes de llegar a Ciudad de México el pasado febrero como el nuevo corresponsal de BBC Mundo, ya había escuchado hablar de la amabilidad, generosidad y optimismo que caracteriza a muchos mexicanos.
Puede sonar a mero estereotipo, aunque lo cierto es que también hay estudios que corroboran esta idea.
Por ejemplo, la encuesta que publicó el año pasado Internations -una compañía enfocada a personas expatriadas- y que ubicó a México como el lugar en el que más fácil resulta para un extranjero establecerse y hacer amigos, y también como el segundo país más amable del mundo.
En estos meses he visto y vivido muchos ejemplos de ello. Recuerdo especialmente cuando el país volvió a temblar en junio debido a un sismo de magnitud 7,5.
El primer terremoto de mi vida lo pasé en la colonia Roma, una de las zonas de la capital mexicana donde más se sienten los temblores.
Dio igual que antes me hubiera aprendido el sonido de la alerta sísmica casi de memoria: aquel movimiento que al principio me hizo creer que me estaba mareando me agarró totalmente desprevenido.
Pero eso no es lo que más recuerdo de aquella jornada, sino el momento en que varias personas pasaron por el barrio regalando "bolillos p'al susto" entre las personas que aún permanecíamos en la calle a la espera de posibles réplicas.
Desconozco el efecto concreto que tiene el pan sobre el cuerpo humano a la hora de "asentarlo" o de calmar emociones. Pero este gesto tan tradicional tras los sismos me pareció otro claro ejemplo del buen corazón y cordialidad de los mexicanos hacia quienes les rodean.
El anterior gran terremoto en México, el de 2017, lo seguí desde la televisión en la oficina de la BBC en Miami. Aún recuerdo cómo se me erizaba la piel cuando veía a la gente entonar emocionada "Canta y no llores" durante las labores de rescate.
Porque si los mexicanos son amables, no se quedan atrás en resiliencia, optimismo y por ser capaces de sobreponerse a las tragedias que les sacuden por el simple hecho de vivir en esta zona de tanta actividad sísmica.
Eso también está en su ADN.
"Los mexicanos somos así"
Aquel día de febrero en el que aterricé en México, me tocó pasar más de media hora en una salita del aeropuerto por algún dato que no encontraban de mi visado.
Pensé que aquella era una mala señal como primera experiencia en un nuevo país, pero lo cierto es que cuando se resolvió el problema, perdí la cuenta de las veces que me pidieron disculpas por el malentendido.
En Miami, donde vivía antes, también me tocaba visitar una de esas atiborradas salitas el 90% de veces que aterrizaba en su aeropuerto. Nunca nadie allí se molestó en explicarme qué sucedía para que estuvieran examinando mi pasaporte día sí, día también.
Si, como yo, se preguntan el por qué de tantas revisiones adicionales, solo un agente de aduanas me respondió una vez que probablemente la culpa era de mi nombre y apellidos tan poco originales, y que al parecer coincidían con los de algún delincuente fichado en su sistema.
El caso es que desde aquella llegada a tierra azteca, pude conocer gracias a mi trabajo a personas que me confirmaron la idea de que muchos mexicanos son de una pasta especial a la hora de abrirse y relacionarse con el mundo.
Como las familias de Valentina y Frania, dos mujeres polacas que llegaron a México como refugiadas en la Segunda Guerra Mundial, y que cuando las visitamos en sus casas ya tenían preparada su mesa de la manera más elegante para compartir el almuerzo con nosotros.
"¿Pero por qué te sorprende? Los mexicanos somos así", me dijo riendo un colega local que formaba parte del equipo que fuimos a entrevistarlas.
O cuando Margarita fue tan generosa de recibirme en su casa y abrirse en canal para contarme cómo es su vida y la de sus nietos después de que su hija fuera asesinada presuntamente por su pareja hace cuatro años.
Cuando llegué a su casa, nuestro saludo fue con un cordial apretón de manos. Cuando me despedí de aquella fuerte mujer, en cambio, nos fundimos en un sincero y largo abrazo, de esos que casi rompen los huesos.
¿O acaso les parece casualidad que los mexicanos tengan incluso una palabra concreta para definir esos abrazos que parece que reparan el alma? ¿Ya tuvieron la suerte de que alguien los apapache?
Llegar en pandemia
Este año viviendo en México, obviamente, estuvo marcado por la pandemia que trastocó los planes y la vida de todos en el mundo.
Jamás pensé que mis primeros días aquí los pasaría prácticamente encerrado, descubriendo mi nuevo país a través de la ventana o leyendo la prensa local.
Pero esta crisis también me brindó la oportunidad de conocer cómo algunos volvían a sacar su cara más amable en la mayor de las adversidades.
Como los dueños de una mezcalería en mi colonia, que durante las mañanas convirtieron el bar en un salón de estudios para que niños sin internet en casa pudieran conectarse gratuitamente para seguir sus clases a distancia.
Y no puedo olvidar a los amigos mexicanos que, sabiendo que el confinamiento podría ser aún más duro para una persona que vive sola, recién llegada a un nuevo país y sin muebles durante varios meses (esto es otra historia) me llamaban y escribían constantemente.
"¿Pero querías algo?", les preguntaba yo cuando llamaban. "No, checando cómo sigues, nomás", me decían.
Otros momentos en los que disfruto de la amabilidad y hospitalidad mexicana es cuando te descubren sus apasionantes tradiciones con un gran -y no disimulado- orgullo (lo cual, supongo, me provoca una inconsciente y gran envidia).
Como Gabriela y Georgina, que me hablaron durante casi una hora sobre lo que supone para ellas el Día de Muertos, esa particular manera de conmemorar la vida y recordar a los difuntos, y que a muchos nos fascina por ser tan diferente al tipo de celebración que hemos vivido siempre.
O como los amigos mexicanos que me invitaron a cenar en el Día de la Independencia porque no concebían que lo fuera a pasar solo y sin celebrarlo de algún modo.
Aquella noche -que, dado mi origen español, me despertaba cierta curiosidad por descubrir cómo se festejaba- acabó emocionándome en cierto modo al ver cómo lo vivían algunos mexicanos y cómo entonaban sus "vivas" tras el mensaje del presidente.
O como otro amigo que disfruta llevándome por los puestos de tacos en la calle para que conozca sus innumerables modos de prepararlos, los cuales aún -y para mi desgracia- no he conseguido memorizar.
O como quienes me invitaban -cuando estábamos en la "vieja normalidad" pre-covid 19- a unirme a esas divertidas fiestas nocturnas que casi siempre acaban con algunos emocionados y etílicos cantos a pleno pulmón de los mayores éxitos del folclore mexicano.
País de contrastes
Y no, este artículo no es un publirreportaje acerca de las bondades de México.
Porque hablamos del mismo país que se desangra cada día a causa de la violencia y el narcotráfico, en el que diez mujeres son asesinadas a diario y que, este año, lucha además contra una pandemia que ya se cobró más de 110.000 vidas.
Pero, de todas estas tragedias, los medios de comunicación ya les hablamos casi cada día.
Quizá precisamente por eso, es aún más importante destacar en esta nota el hecho de que los mexicanos consiguen siempre salir a flote con una fuerza y actitud asombrosa.
Y que, además, desbordan una calidez con la que hacen sentir casi como en su hogar al último recién llegado a un inmenso país de casi 130 millones de personas en el que bien podría pasar inadvertido.
Y no se confundan: esta amabilidad mexicana no debe interpretarse como algo excesivo que los convierte en personas "demasiado buenas". De hecho, cuando llega el momento, no tienen problema en mentar la madre de quien trata de aprovecharse de ellos.
Sin embargo, y aunque este país también me recibió con la temida "venganza de Moctezuma" (busquen en internet si tienen la suerte de no saber qué es), lo que me acompañó principalmente desde el principio fue esa filosofía e invitación de tantos mexicanos: "Mi casa es tu casa".
Y así la siento hasta ahora.