Cómo la salida de Trump del acuerdo nuclear de Irán ahondó la brecha entre Europa y Estados Unidos
La brecha en las relaciones transatlánticas es cada vez más profunda: Estados Unidos y la Unión Europea no atraviesan su mejor momento.
Al abandonar el acuerdo nuclear con Irán, Donald Trump no solo rompió puentes con Teherán, también se alejó de Bruselas.
Antes de que el presidente de Estados Unidos hiciera pública su decisión, las principales potencias europeas desfilaron para pedirle que reconsiderara su posición.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel y el ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, visitaron Washington con ese objetivo. No tuvieron éxito.
Ahora, el desencuentro entre la UE y EE.UU. no es solo diplomático, sino también político y -potencialmente- económico, y se suma a una serie de desacuerdos que tensaron desde la llegada de Trump la estrecha relación entre Estados Unidos y la Unión Europea.
"La retirada del acuerdo del clima de París, el traslado de la embajada estadounidense en Israel a Jerusalén? Tenemos cada vez más asuntos en los que la política exterior estadounidense va contra la política exterior europea o contra los intereses europeos", le dice a BBC Mundo Manuel Lafont Rapnouil, director del centro de París del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, las diferencias entre Estados Unidos y la UE en torno a la cuestión iraní son más profundas que en casos anteriores.
Presiones sobre los otros miembros del acuerdo
Pese a tratarse de una decisión unilateral, las sanciones de Estados Unidos ponen presión para que el resto de firmantes del acuerdo lo abandonen.
"No se trata solo de que Estados Unidos no esté de acuerdo y deje a los demás continuar en él. El mensaje es: nosotros no queremos seguir en el acuerdo y no queremos que ustedes se mantengan en él", apunta Lafont.
Este domingo, el consejero de la Casa Blanca en materia de Seguridad Nacional John Bolton aseguró que las sanciones a empresas europeas son "posibles".
Ante esta perspectiva, ¿qué opciones tienen los países europeos para mantener su autonomía frente a quien desde la II Guerra Mundial fue uno de sus principales aliados?
"Los gobiernos europeos tienen ante sí tres opciones: fingir que Estados Unidos tiene un liderazgo que ya no ejerce por consenso, transformar a la UE en una superpotencia o dejar que cada país del bloque haga la política que crea más conveniente", asegura Mariano Aguirre, en un artículo en la revista digital Esglobal, editada por la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior de Madrid.
¿Se mantendrá unida Europa?
Hasta la fecha, la respuesta de la UE fue contundente: el acuerdo continúa en pie, aunque Washington se haya retirado de él.
Sin embargo, la división de la UE a la hora de enfrentarse a anteriores crisis transatlánticas plantea dudas sobre cuánto tiempo será capaz Europa de conservar una postura unida.
Uno de los ejemplos más recientes en ese sentido fue la fragmentación del bloque ante la invasión de Irak en 2003, cuando países como España o Reino Unido apoyaron a Estados Unidos.
El acuerdo iraní, sin embargo, fue presentado en 2015 como uno de los grandes éxitos de la política exterior común europea. Y por el momento -y ante una situación menos tensa que la de los meses previos a la invasión de Irak- el grupo europeo fue capaz de mantenerse unido.
"Este es el momento más difícil para Europa para demostrar que es capaz de actuar con autonomía estratégica", señala Lafont.
"La autonomía no tiene por qué ser contra la política estadounidense, pero puede ser sin ella cuando Europa tiene que actuar sin el apoyo de Washington", agrega el investigador francés.
Desde el punto de vista del gobierno estadounidense, la ruptura del acuerdo -calificado de "podrido" y "defectuoso" por Trump- cumple una promesa electoral del presidente, profundiza en su línea de decisiones unilaterales y desmonta uno de los legados de Barack Obama en materia de política exterior.
Pero las voces críticas sobre las consecuencias que puede tener su medida también se escuchan al otro lado del Atlántico.
"La decisión de abandonar el acuerdo nuclear con Irán aísla a EE.UU., incumple un compromiso del país, aumenta el riesgo de una guerra comercial con los aliados de EE.UU. y de una guerra real con Irán", escribía recientemente en Reuters James Dobbins, exayudante de la Secretaría de Estado de Estados Unidos y actualmente investigador en el centro de estudios Rand Corporation.
El dilema económico
Más allá de la tensión diplomática y política, la crisis transatlántica abierta tras la ruptura del acuerdo también tiene consecuencias económicas.
Antes de la imposición de las sanciones a Irán en 2012, la UE era su mayor socio comercial. Pese a un retroceso en aquel año, las relaciones económicas entre ambos bloques aumentaron de nuevo tras el acuerdo de 2015.
En 2017, la UE exportó a Irán bienes por valor de US$12,9 miles de millones. Las importaciones alcanzaron los US$11,9 miles de millones. Estas cifras suponen un 0,6% del comercio total de la UE y un 6% del iraní.
Pese a que estas cifras se duplicaron respecto a las de 2016, los analistas indican que el impacto del acuerdo nuclear de 2015 no tuvo las consecuencias previstas en términos de inversión e intercambio comercial.
"La decisión de mantener el acuerdo con Irán pese a la retirada de EE.UU. en lo fundamental no se trata de intereses económicos, sino de promover una idea determinada de la seguridad internacional y una visión concreta de cómo debería ser el orden mundial desde un punto de vista más multilateral y donde se respeten los compromisos adquiridos", sugiere Lafont.
Meses antes del anuncio de Trump, el Crisis Group -un centro de estudios con sede en Bruselas- realizó una encuesta entre ejecutivos de multinacionales que están buscando oportunidades de negocio en Irán.
La mayoría de ellos -83%- se mostraba desconfiado ante la posibilidad de que EE.UU. volviera a imponer sanciones unilaterales y 79% había retrasado sus planes de entrar en el mercado iraní.
No obstante, numerosas empresas europeas con intereses en Irán temen ahora tener que enfrentarse a un dilema: mantener -o iniciar- su apuesta por el mercado de ese país o arriesgarse a sufrir sanciones y, quizá, perder el mercado real estadounidense.