Lilia Hernández lleva 20 años sin festejar el Día de la Madre.
En Colombia se trata de una celebración importante y ella la solía pasar junto a su esposo y tres hijos, con regalos, música y salidas a comer.
La última vez fue en mayo de 1997, seis meses antes de la tragedia que cambiaría la vida de todos ellos.
El 24 de noviembre de ese año, Carlos Alberto Hernández, el hijo mayor de Lilia, médico y capitán de policía, desapareció, posiblemente por un secuestro.
Durante muchos años, la madre se montó en lanchas, carros o avionetas detrás de cualquier pista o dato que recibía sobre el paradero de su hijo.
Todo apuntaba a que había sido raptado por las FARC, pero eso nunca se pudo verificar.
Agotada por los engaños, estafas y los muchos peligros corridos, la mujer encuentra alivio en un hábito diario que para ella es lo más importante de toda su jornada: enviarle mensajes a Carlos Alberto cada madrugada a través de un programa de radio.
Se levanta antes de que salga el sol, cuando el termómetro en Bogotá marca apenas unos pocos grados centígrados, llama por teléfono a la radioemisora y obtiene dos valiosos minutos al aire.
Ese es el tiempo que tiene para contarle a Carlos que ella se encuentra bien, que sus hermanos están sanos y que los dos hijos que dejó siendo niños pequeños ya son adultos.
Casi siempre termina diciéndole que vuelva pronto y que lo están esperando.
Después le envía la bendición y cuelga el teléfono.
Un avión
Mientras conversa con BBC Mundo, a ratos Lilia Hernández llora y se le seca la garganta.
Sucede cada vez que piensa en cómo se encuentra su hijo, si pasa frío, hambre o tiene alguna enfermedad, pero ella afirma y reafirma que está con vida.
"Todos los días imagino el momento en el que lo veré bajando de un avión, corriendo a abrazarnos. Yo no pierdo la fe", dice la mujer.
Por un instante se le ve un esbozo de sonrisa, pero de inmediato se le quiebra la garganta, comienza a toser y tiene que tomar otro sorbo de agua.
A Lilia le gusta recordar a su hijo y no tiene reparos en contar que era muy travieso en la escuela y que le encantaba comer mucho y de todo.
Añade que era hincha del club bogotano Millonarios y que le gustaba correr en las madrugadas y levantar pesas.
Después, señala una de las paredes de la sala de su casa donde está colgado el diploma de médico que Carlos Alberto consiguió en la universidad.
Mira orgullosa aquel certificado dentro de un marco dorado y la voz se le corta nuevamente.
"Éramos muy buenos amigos. Solo lo pude tener a mi lado 22 años".
La abuela y los hijos
Horas antes de conversar con este medio, en la madrugada, Lilia empezó el mensaje diario a su hijo diciendo "hola mi corazón lindo, ¿cómo amaneciste?".
Después le contó que su sobrino, que desea conocerlo, cumplía 17 años ese día y que David sigue "juicioso estudiando".
Cuando Carlos Hernández desapareció, su hijo David apenas tenía un año y ahora ya está en la universidad; mientras su hija Daniela, que tenía cinco, ya concluyó sus estudios.
Lilia señala con orgullo que, a lo largo de estas dos décadas, le contó todos los detalles del crecimiento de ambos a través de sus llamadas a la radio.
"Siempre le cuento de ellos, lo que hacen, cuando fueron los bautizos de ambos, su primera comunión, cuando entraron al colegio, las graduaciones. Cada paso, cada paso que dan se lo voy contando", señala.
Sin embargo, la mujer reconoce que no todas las llamadas llevan buenas noticias y de inmediato recuerda cuando murió su madre, la abuela de Carlos.
"Él era su nieto favorito, prácticamente lo crió. Ambos se querían muchísimo. Se murió preguntando por Carlos: '¿Dónde está Carlos? ¿Ya llegó? ¿Por qué no ha venido?'".
Aunque le dan mucha paz, la señora Hernández también reconoce que sus llamadas diarias le llegan a costar y doler mucho.
Pero hay algo que es mucho peor para ella.
Son esas mañanas en las que, por una u otra razón, no logra que la radio la ponga al aire.
"Cuando no entran las llamadas no sabe cómo me pongo. Me paso todo el día como si me hubieran quitado un pedazo, como si algo me faltara. Pienso que Carlos se quedó esperando oír mi voz".
"Toda tu familia te espera, te amo inmensamente", es la frase final del mensaje de esa madrugada.
7 de octubre
El Día de la Madre no es la única fecha que se dejó de celebrar en la casa de Lilia, las fiestas de fin de año también se acabaron para ella y los suyos.
"En Navidad rezamos la novena y solo pedimos que la próxima vez nos acompañe Carlos. Antes pasábamos toda la noche bailando y echando pólvora (fuegos artificiales)", cuenta.
Sin embargo, hay una fecha que no se ha dejado de conmemorar en todo este tiempo: se trata del cumpleaños de Carlos Alberto, cada 7 de octubre.
"La iglesia ya la tengo pagada", cuenta Lilia y añade que hace la reserva con más de un mes de anticipación todos los años.
"Nunca le hemos faltado en eso. Siempre le hacemos su misa y pedimos por su retorno", dice.
Este año, la familia Hernández conmemorará el cumpleaños número 43 del primogénito.
Pasaron 22 de ellos juntos y pronto serán 21 los que transcurrieron sin que se sepa nada de Carlos.
Cuando era niño, lo infaltable eran los disfraces. Los favoritos de él eran los de El Zorro y del Llanero Solitario.
El último regalo que Lilia le hizo fue un juego de llantas para su auto.
Trágicamente ese carro desencadenó todo en ese triste noviembre de 1997, porque Carlos desapareció después de ir a buscarlo cuando lo robaron.
El vehículo sí fue encontrado, abandonado y desarmado en las afueras de Villavicencio, en el departamento del Meta, a pocas horas de Bogotá.
Los Hernández nunca lo fueron a reclamar a la fiscalía, ese auto ya no les importó más.
Ese fue el principio de este vía crucis de más de 20 años que viven los Hernández.
"Las alegrías se fueron. Mientras desayuno le encomiendo a Dios que él también tenga algo de comer. Pienso en esos aguaceros tan terribles y fríos y pido que al menos tenga una rama para cubrirse", concluye Lilia.
Un tinto y un poquito de arroz
En Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia (CNMH) publicó recién una base de datos del conflicto armado colombiano en el que se establece que se produjeron 80.569 casos de desapariciones y hubo 37.239 víctimas de secuestros en seis décadas.
Eso significa que entre 1958 y 2018 en este país desaparecieron en promedio 1.343 personas por año, es decir, más de tres casos por día.
El CNMH estableció que el conflicto colombiano dejó más desaparecidos que las dictaduras de Argentina, Bolivia, Chile y Uruguay juntas.
Una de las víctimas es Carlos Hernández, quien se encontraba por última vez en una zona donde la mayoría de los casos de desaparición son atribuidos a la exguerrilla de las FARC.
Las guerrillas son la segunda fuerza señalada como responsable de las desapariciones en Colombia detrás de los grupos paramilitares.
Cuando BBC Mundo comenta algunas de estas cifras con Lilia Hernández, ella responde desde su vivencia: "imagínese tanto dolor. Tantas madres desesperadas que no saben si sus hijos están vivos o muertos. No hay peor angustia".
"Al menos, cuando se encuentran sus cuerpos, se les puede sepultar para que descansen en paz", dice, aunque de inmediato insiste en que eso no será lo que suceda con su hijo.
Lilia tiene la firme convicción de que Carlos está vivo, pero una vez más no puede contener las lágrimas al pensar que está sufriendo.
"Ojalá que las personas que lo retienen le den un tinto (café) y un poquito más de arroz".