Carta de amor a Kabul: los lugares que no voy a olvidar de la capital afgana
La toma de posesión del Talibán este verano fue un momento sísmico para Kabul.
Aquellos que consideran a esta ciudad como suya se preguntan si la vida ha cambiado para siempre.
Mucho de lo que hacía especial a Kabul es ahora un campo de batalla cultural.
Evocadores murales callejeros han sido pintados con versos islámicos, las escuelas secundarias para chicas han cerrado y por los callejones y tiendas ya no corre una música emocionante.
La mayoría de las calles se sienten ahora seguras después de acabar la guerra que devolvió el poder al Talibán.
Sin embargo, los miedos sobre la seguridad siguen presentes. Algunos temen por sus vidas bajo mandato talibán. Otros temen por los ataques con bomba de Estado Islámico.
La pobreza se agudiza de forma dolorosa.
Pero los afganos también saben que la larga y vibrante historia de Kabul respira más allá de los titulares en prensa.
Una ciudad azotada durante siglos por acontecimientos de época cuenta su propia historia.
Está escrito en las piedras de los bastiones antiguos y el cemento de los muros antiexplosivos modernos, y dibujado en palacios exquisitos, en bloques cuadrados de estilo soviético y en las gigantescas villas apodadas "palacios de amapolas", por las ganancias acumuladas en el lucrativo comercio de heroína y a través de importantes contratos militares estadounidenses.
Los afganos a menudo llaman a esta ciudad como lo harían con un amado amigo: Kabul jaan, Kabul querido.
En los muchos años que he trabajado allí, la última vez en octubre, me he preguntado qué tiene esta ciudad que atrae a la gente.
Este es otro capítulo de la tortuosa historia de Kabul. Los talibanes de todo el país reclaman ahora sus calles. Los afganos que se ven obligados a huir, o que están desesperados por irse, se aferran a sus recuerdos.
Y qué recuerdos.
Escuela secundaria para niñas Zarghuna
Una escuela prestigiosa, una fuente de orgullo. Toma su nombre de Zarghuna Anna, una poderosa mujer afgana del siglo XVIII.
En el patio de la escuela en Kabul se escuchan risitas y charlas.
Pero miles de niñas entre clases de 7 a 12 no están aquí. El Talibán dice que la mayoría de escuelas secundarias para niñas deben permanecer cerradas por ahora.
Los afganos temen que nunca reabrirán, como ya sucedió bajo el mandato talibán anterior, en los 90. La educación es ahora un frente de batalla para proteger los derechos de las mujeres y niñas afganas.
"Zarghuna es un lugar donde se cumplen los sueños de las niñas. Espero que el Talibán mantenga su promesa de permitir que todas las niñas estudien", reflexiona la subdirectora Rabia Rashid.
Niñas y padres entraron a raudales por sus puertas después de que los talibanes fueran derrocados en 2001. Desde entonces, aquí se han instalado casillas electorales en muchos comicios.
Nunca olvidaré el día en que las advertencias de seguridad casi nos impidieron pasar durante las elecciones de 2014.
Vinimos para ver una multitud de mujeres votantes que atravesaban los pasillos para emitir sus votos, desafiando las amenazas de los talibanes.
Calles con incienso
Las calles están cada vez más concurridas de niños y niñas de todas las edades y ancianos encorvados de barba blanca que mendigan y viven al día.
Los obstinados atascos del tráfico de la ciudad son exasperantes. También un terreno fértil para una organización cada vez mayor de niños callejeros que se mueven entre vehículos y agitan latas oxidadas.
De estas salen volutas de humo del incienso que flotan a través de las ventanas y prometen el poder de los buenos espíritus por un precio mínimo.
Con eso se compra pan para una familia y se genera una sonrisa traviesa.
¿Quién podría resistirse?
Mercado de intercambio de dinero Sarai Shahzada
El intercambio de dinero en Kabul, encajonado en un antiguo laberinto de la ciudad vieja, suena como una bolsa de valores.
Este centro de servicios financieros con una única ventanilla se ha vuelto más indispensable en la actual crisis de liquidez y el estricto límite sobre el retiro de dinero en los bancos.
Ahora el Talibán ha anunciado un veto sobre el uso de divisas extranjeras, elemento vital para esta economía.
Este mercado también es rico en historia.
Fue establecido hace un siglo por familias judías afganas. A fines de los 80, cuando viví en Kabul, estaba dominado por afganos sikhs e hindúes.
Pero los últimos judíos afganos abandonaron su amada ciudad a comienzos de septiembre.
Los sikhs e hindúes han estado yéndose, año tras año, por la persecución sufrida durante la guerra. Ya no queda ninguno en este mercado y muy pocos en el país.
Mercado de aves Kah Faroshi
Los agapornis amarillos y azules brillantes gorjean y se arrullan en la ciudad vieja en ruinas de Kabul, sin importar quién gobierne el gallinero.
Durante los últimos cuatro siglos, el canto de los pájaros ha llenado el sinuoso camino de tiendas con paredes de barro, adornado con jaulas de alambre o madera, un antídoto maravilloso contra las preocupaciones de la guerra.
Esta ha sido la banda sonora durante los 80 años de de Mohammad Khitab, quien ha estado criando amigos emplumados desde que era un niño.
Ya ha vivido dos reyes, dos golpes de Estado, dos invasiones de superpotencias y ahora el Talibán 2.0.
"He visto 13 cambios de gobierno y criado 20 millones de palomas", me dice con orgullo.
Se sabe las reglas, de la misma forma que la primera vez que el Talibán estuvo a cargo.
La compraventa de aves está bien, pero no las carreras de palomas, peleas de gallos o apuestas.
"No sé si son antiislámicos o no, pero estos pasatiempos afganos han sido parte de nuestra cultura por los últimos 400 años", dice.
Esta tienda nunca cerró en estos últimos 40 años de guerra, pero el negocio prácticamente se ha detenido por la creciente crisis de liquidez de la ciudad desde mediados de agosto.
Las palomas pueden llevar etiquetas de precios de hasta US$3.000 a US$4.000, un valor que definen el color de sus ojos y alas, el tamaño y la forma de su pico.
"¿Por qué son tan caros?" Pregunto.
"Porque son hermosos", exclama Mohammad Khitab.
Carril de los músicos
Las tiendas están cerradas en el distrito antiguo de Kuche Kharabat. Los instrumentos musicales están ocultos a la vista en este lugar, nacimiento de los grandes Ustads, las leyendas de la música tradicional afgana.
"Hemos invertido toda nuestra vida, toda nuestra energía, en la música", lamenta un venerable virtuoso en una habitación oscura, abarrotada de estuches voluminosos, incluidos megaparlantes para celebraciones como matrimonios.
"Es la única vida que conocemos".
Suavemente levanta un rubab de cuerdas de un revoltijo de cajas polvorientas para rasguear una interpretación conmovedora de "Watan" (Mi Patria) un registro de orgullo nacional.
Ahora se siente como un acto de resistencia.
Los talibanes aún no han prohibido oficialmente la música, como lo hicieron la última vez que estuvieron en el poder.
Pero sus combatientes han detenido a la fuerza algunas bodas con música en vivo. En otras, la música suena, pero solo con DJ.
Los afganos se preguntan qué es una boda sin música.
Cultura del café
Los afganos tradicionalmente beben mucho té.
Pero el café ha conquistado Kabul en las últimas dos décadas.
Ahora el Talibán está de vuelta y el negocio no es tan dinámico. Algunos clientes leales, incluidas mujeres jóvenes, se mantienen alejados.
Los cafés no solo cambiaron los gustos, cambiaron vidas. Proporcionaron espacios públicos para que la generación más educada y conectada de la historia afgana filtrara nuevas ideas y proyectos y socializara discretamente en una sociedad muy conservadora.
"Los talibanes pueden encontrar mil razones para cerrarnos", advierte el dueño de un café.
Jardines Babur
El espacio público más grande y encantador dentro de esta ciudad abarrotada fue diseñado en el siglo XVI con el patrón clásico de cuatro jardines "charbagh", del emperador mogol Babur.
"Escuché que estaba encariñado con las flores, los espacios verdes y los lugares para la relajación y el entretenimiento", dice Ahmad Shah, de 23 años, un joven talibán de Kandahar, en el sur de Afganistán, cuando le pregunto qué sabe sobre Babur.
Grupos de jóvenes kandaharis con turbantes y túnicas azul eléctrico serpentean entre macizos de rosas afganas en su primera visita.
Estos elegantes jardines fueron devastados durante la caótica guerra civil de los años 90, luego cuidadosamente restaurados después de la caída de los talibanes en 2001 por la Agha Khan Trust for Culture.
Ha sido un destino querido para los dignatarios visitantes, para fiestas y picnics, incluso parala danza nacional tradicional, que se baila con flautas y tambores, el Atan-e-Milli.
"La gente debería divertirse, pero el Islam prohíbe la música y el baile", explica Ahmad Shah. "No golpearemos a la gente por hacerlo. Simplemente les diremos que no deberían".
Colina Nadir Khan
El mausoleo de mármol abovedado de Nadir Shah y su hijo Zahir Shah, el último rey afgano, corona esta colina de color pardo.
Sus gemas han sido durante mucho tiempo cometas brillantes que bailan con el viento, un símbolo afgano de libertad.
En el día de nuestra visita solo hay unos pocos cuadrados de seda elevándose en el cielo.
"El Talibán no ha vetado los cometas. Incluso nosotros las estamos volando", insiste un joven talibán.
En el primer mandato del Talibán, las cometas voladores y las luchas de cometas eran tabú.
"Hay menos visitantes ahora", lamenta el cuidador de tumbas Habibullah.
Ahora es un destino popular para el turismo talibán.
A medida que el sol se pone, bañando la ciudad en cálidos tonos dorados, siguen apareciendo grupos de jóvenes de todo el país.
Lucen las marcas registradas de los talibanes: cabello largo, pantalones cortos, una variedad de gorras relucientes y turbantes arremolinados.
La puesta de sol es la hora pico para los selfies, luego llega la hora de las oraciones.
Colina Bibi Mahru
"Extraño mucho nuestra bandera", dice Shah Faisal, exfuncionario del ministerio de finanzas.
Está visitando esta popular colina cubierta de hierba, salpicada de mesas de picnic y vallas blancas enmarcadas por rosas multicolores.
Detrás de nosotros, un mástil de bandera de 200 pies de altura se extiende como una aguja vacía hacia el cielo de Kabul.
Muchos afganos dicen que extrañan su estándar nacional, un regalo de India que una vez se izó sobre la ciudad.
Con 29 metros x 19 metros, no había una tricolor más grande en el país.
Los talibanes derribaron la megabandera verde, negra y roja. Rápidamente han producido enormes cantidades de su estandarte blanco con su shuhada árabe negro, o la escritura de los mártires, pero aún no de gran tamaño.
La colina, una vez acechada por ladrones, ahora es más segura, aunque un funcionario talibán nos ordenó salir poco después del atardecer y no pudimos tomar muchas fotos.
Son principalmente los talibanes los que descansan en sus jardines, disfrutan de la vista panorámica o se suben al trampolín de varios niveles en la piscina olímpica construida por los soviéticos.
Nunca se usó para nadar porque el agua no fluiría por esta pendiente empinada. Los talibanes arrojaron gente a morir aquí en la década de 1990.
Todavía sigue vacía en esta ciudad llena de historia.