Brasil al borde de la recesión: por qué Bolsonaro no ha podido cumplir sus promesas económicas
El 1 de enero, cuando el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, asumió el cargo, a muchos en el país les preocupaba que no pudiera unir al país.
Pero un sector fue casi unánime en elogiar el ascenso al poder de Bolsonaro: los empresarios.
El presidente de Brasil se jactó durante la elección de que no entendía nada sobre economía. Y una vez en el cargo, delegó todas las decisiones en esta área al empresario Paulo Guedes, quien se convirtió en un "superministro" a cargo de las finanzas del país.
La tarea de rescatar al país de otra recesión era urgente. Sin embargo, la economía sigue al mismo nivel que en 2014.
Los mercados estaban entusiasmados con las perspectivas de las reformas liberales que estaban por venir, pero las expectativas pronto comenzaron a desmoronarse.
Una serie de errores del gobierno, disputas internas dentro del poder ejecutivo, un torpe intento de intervención estatal en el sector de los combustibles y la falta de liderazgo en el Congreso, dificultaron las expectativas de crecimiento.
La mayoría de los analistas han reducido a la mitad sus expectativas de crecimiento para Brasil y ahora creen que una expansión económica significativa no comenzará hasta 2020.
A continuación se presentan algunas de las cifras clave que muestran que la economía de Brasil no está avanzando.
1. No hay recuperación económica a la vista
En la década anterior, Brasil fue alabado (junto a Rusia, India, China y Sudáfrica) como uno de los poderosos países que pertenecían al grupo de los Brics: países emergentes con tasas de crecimiento económico muy rápidas que superarían a las economías desarrolladas en 2050.
El desempeño económico en esta década, sin embargo, sugiere que Brasil no pertenece a esa liga.
Una paralizante recesión de dos años en 2015 y 2016 hizo que la economía del país se contrajera casi un 7%.
Posteriormente, la recuperación económica ha sido lenta.
En 2017 y 2018, la economía creció a un ritmo escaso de 1,1% al año.
Y aún hay más malas noticias: desde el comienzo de este año, los economistas han reducido en más de la mitad sus expectativas de crecimiento económico para 2019, a una tasa no muy diferente a la observada en los últimos dos años.
2. El problema del desempleo no ha sido resuelto
Los trabajadores brasileños son los que están pagando el precio.
El número de desempleados aumentó de 7,6 millones en 2012 a 13,4 millones este año.
Bolsonaro piensa que estos números en realidad, subestiman la imagen real. Él cree que la situación es peor.
La encuesta oficial de desempleo muestra que 28,3 millones de personas están laboralmente subutilizadas, lo que significa que no trabajan, o que trabajan menos de lo que podrían.
Hay menos personas con empleos formales, mientras que los salarios apenas están al día con la inflación, que ha sido brutal. Desde el inicio de la recesión hace cuatro años, los precios en Brasil han subido un 25%.
3. La moneda local y la bolsa han arruinado las esperanzas posteriores a las elecciones
Durante la campaña electoral, la moneda de Brasil, el real, se recuperó con fuerza a medida que quedaba en claro que Bolsonaro ganaría los comicios.
Fue un claro signo de confianza de los inversores en el exterior.
Una encuesta realizada por Bloomberg a fines del año pasado entre los principales estrategas internacionales, mostró que Brasil encabezaba la lista de las mejores apuestas en tres categorías: divisas, bonos y acciones.
Después de casi cinco meses, las perspectivas son ahora sombrías.
Tanto la bolsa de valores como la moneda -que generalmente anticipan el ritmo de la economía real- están cerca del mismo nivel que tenían a principios de este año.
La bolsa alcanzó un máximo histórico en marzo de este año, pero ha devuelto la mayoría de sus ganancias tras los decepcionantes resultados corporativos.
4. Todavía sumido en deuda
Entonces, ¿por qué Brasil está en este lío?
El principal consenso entre analistas de mercado -y también gente en el gobierno de Bolsonaro- es que el país comenzó a gastar demasiado dinero alrededor de 2013, durante el gobierno de izquierda de Dilma Rousseff.
Desde entonces, uno de los principales termómetros de la economía de Brasil ha sido el déficit fiscal, la cantidad de dinero que se gasta más allá de los ingresos del país.
Rousseff fue acusada de haber enmascarado el déficit fiscal de Brasil, para ocultar el gasto excesivo de su gobierno.
Desde su caída, todos los esfuerzos del gobierno se han dirigido a reducir este déficit fiscal.
Algunos economistas dicen que el principal culpable es el sistema de pensiones, con los brasileños jubilándose demasiado pronto (algunos a principios de los 50) y con demasiados beneficios (especialmente entre los funcionarios públicos).
Bolsonaro está proponiendo recortes de pensiones y una edad mínima de jubilación de 65 años para los hombres y 62 para las mujeres.
Durante los años de auge, Brasil tenía una deuda que era del 51% del tamaño de su economía. El creciente déficit fiscal elevó el nivel de deuda al 77,1%.
El gobierno dice que si no se hace nada, la deuda del país será del tamaño de toda su economía en 2023.