Niños que mueren en los pasillos del hospital. Cuatro enfermos en la misma cama. Pacientes a los que les colocan el suero intravenoso sentados en su coche porque los centros sanitarios están saturados.
Bienvenidos al sistema de salud del Yemen de 2017.
Las terribles escenas mencionadas arriba las atestigüé recientemente en la capital, Saná, y son la consecuencia de una espiral de catástrofes sin control.
En un país en el que la infraestructura vital sigue siendo destruida por una brutal guerra, el número de afectados por el brote de cólera, una aguda enfermedad intestinal muy contagiosa, se multiplica día a día.
Pero a pesar de lo expandido del padecimiento los hospitales no huelen a vómito o a diarrea.
Lo que los inunda es el olor corporal, como testimonio de la sobrepoblación en muchas de estas instalaciones.
Aunque en las habitaciones y en los pasillos, abarrotados, reina el silencio.
Los pacientes nos miran sin expresión.
Los padres sujetan las manos de sus hijos, a muchos de los cuales los ojos ya se les voltearon.
Sobrecargado, el personal médico hace lo que puede, pero con frecuencia no cuenta con suficientes suministros o conocimientos, la razón por la que el cólera se está propagando tan rápido.
La enfermedad ya ha infectado a más de 200.000 personas en todo el país y se espera que pueda llegar a afectar a 500.000.
Los muertos superan los 1.300.
Este mal no debería ser tan feroz.
Prevenir el cólera es, en teoría, simple: tienes que lavarte las manos con agua limpia, beber agua limpia, comer alimentos que hayan sido cocinados o hervidos.
Pero el agua limpia es un lujo en Yemen.
Además, hace meses que a los empleados municipales de Saná no se les paga.
Así que no tenemos electricidad, la basura se acumula en la calle y el sistema de agua está dañado.
El alcantarillado dejó de funcionar el 17 de abril.
Diez días después surgió el brote de cólera.
Ante ello, es necesaria una respuesta contundente y hasta ahora la comunidad internacional no le está prestando suficiente atención a lo que está sucediendo aquí.
Hasta hace relativamente poco Yemen era un país que marchaba.
Situado en el extremo sur de la Península Arábica, siempre tuvo sus deficiencias, pero los sistemas de educación y de salud funcionaban.
Había agua corriente y electricidad las 24 horas del día.
Se recogía la basura.
Pero en un sorprendentemente corto periodo de tiempo, esto, que constituye los pilares de una sociedad saludable, se derrumbó.
La caída comenzó con la Primavera Árabe y se aceleró con la guerra que dura ya dos años.
La violencia es hoy parte de la vida diaria de Yemen. De hecho, estoy oyendo los ataques aéreos mientras escribo esto.
El sistema hospitalario ha colapsado y hace tiempo que el personal sanitario no cobra.
Los médicos que quedan están saturados de trabajo.
Mi organización, el Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC, por sus siglas en inglés) es el principal proveedor de atención sanitaria y control de infecciones y está tratando cerca de uno de cada cinco nuevos casos de cólera del país.
El ICRC ha fletado cinco vuelos chárter con grandes cantidades de cloro, líquidos intravenosos y otros suministros médicos en los últimos días.
Sus trabajadores sanitarios e ingenieros están apoyando la labor que se lleva a cabo en 17 centros de tratamiento contra el cólera del país.
Estamos mejorando la higiene y las condiciones sanitarias, y concienciando a la población sobre el cólera.
Proveemos de lo que podemos y donde podemos.
Y a pesar de la labor que están realizando también Médecins Sans Frontiéres (MSF) y la Organización Mundial de la Salud (OMS, dependiente de Naciones Unidas), no es suficiente.
Sencillamente, hay demasiada gente que necesita ayuda.
Estamos impresionados con el Ministerio de Salud yemení, cuyos miembros trabajan día y noche sin salario y sin protección, exponiéndose ellos mismos y a sus familiares a la enfermedad.
Su dedicación supera lo encomiable.
Para ayudar a motivarlos o simplemente para agradecerles su labor, el ICRC ofrece unos modestos bonos para el Eid al Fitr, la fiesta que marca el fin del Ramadán.
Pero sabemos que no es suficiente.
Ésta es mi tercera misión en Yemen. Amo el país. No hay ningún lugar en el mundo que me guste más.
Es compleja y fascinante, la Arabia que en su día soñé con visitar.
Pero esta última misión, más que un sueño, está siendo una pesadilla.
Creo que los ojos vacíos de los niños de aquí y de sus padres me seguirán atormentando durante los próximos diez años.
Yemen sufre ahora una triple tragedia: la población vive sitiada, mientras sufre la violencia de la guerra sin poder trabajar o tener acceso a alimentos nutritivos y atención sanitaria; el colapso económico ha provocado el aumento de la criminalidad; y ahora sucumbe ante esta crisis de la salud pública.
Todo esto nos está llevando a lo que podría ser el mayor brote de cólera de nuestro tiempo. El ministro de Salud, Mohamed Salem bin Hafiz, ya ha tildado el brote de "sin precedentes".
Llevo trabajando 11 años para el ICRC, pero es la primera vez que veo un sufrimiento tal.
La capacidad de recuperación de los yemeníes está siendo socavada.
Pero aunque un milagro hiciera desaparecer al cólera mañana, la guerra seguiría asolando al país.
Sin la posibilidad de conseguir los alimentos adecuados, la salud de la nación será mucho peor en el futuro.
La huella mortal del cólera seguirá creciendo y sus consecuencias paralizarán a una sociedad frágil y cansada por la guerra en los años venideros.
*Johannes Bruwer es el jefe adjunto de la delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja en Saná, Yemen.