Elecciones en Alemania: el último reto para Merkel, una de las mujeres más poderosas del mundo
Cuando en 2015 la revista estadounidense Time eligió a Angela Merkel como personalidad del año, no dudó en calificarla como "la mujer más poderosa del mundo".
Un mundo que ha cambiado mucho desde que, en noviembre de 2005, Merkel se convirtió en la primera mujer en asumir la jefatura del gobierno de Alemania.
La Unión Europea (UE) sumaba miembros en lugar de perderlos, Benedicto XVI sucedía a Juan Pablo II como Papa en Roma, y una nueva red social llamada Facebook ganaba adeptos a la par que los perdía la mensajería instantánea Microsoft Messenger.
Doce años y una profunda crisis económica después, poco sigue igual. Pero Merkel se mantiene.
Ella siempre estuvo ahí, convertida en el "símbolo de la estabilidad alemana", un símbolo que en las elecciones de este domingo se pondrá nuevamente a prueba.
Las encuestas vaticinan que los alemanes renovarán su confianza en la dirigente con la que el país sorteó los años más convulsos de la historia reciente.
Merkel ya es la mujer que más tiempo lleva al frente de un gobierno occidental, al superar los 11 años de Margaret Thatcher en Reino Unido y de Golda Meir en Israel. Con su nueva candidatura opta a un cuarto mandato, algo que antes sólo lograron Konrad Adenauer y Helmut Kohl.
Thatcher, Adenauer, Kohl, Meir? A estas alturas nadie duda de que los libros de historia le reservarán un espacio destacado a la canciller alemana.
Pero, ¿quién es esta dirigente que ha hecho de la moderación, la discreción y la perseverancia sus señas de identidad?
Infancia en la RDA
Angela Merkel se crió en un país que ya no existe, la comunista República Democrática Alemana (RDA), la mitad que quedó al este del Muro levantado en Berlín en 1961.
Su padre, el pastor luterano Horst Kasner, eligió el camino inverso al de la mayoría: cruzó del oeste al este para dedicarse a su labor evangélica.
La primogénita de una familia religiosa en un Estado oficialmente ateo, Merkel creció en el sobrio ambiente del seminario de Waldhof, un gris complejo en las afueras de Templin, al norte de Berlín, en el que los religiosos atendían a centenares de discapacitados.
Ella comentó alguna vez lo mucho que aprendió al tratar a diario con estas personas.
En Waldhof, la joven Merkel escuchaba atentamente las conversaciones de sus mayores, que giraban en torno de la teología y la filosofía de Immanuel Kant y otros pensadores de la prolífica escuela alemana.
En una sociedad controlada al milímetro por los servicios de seguridad, ella no fue de los que peor lo pasaron. Erika Benn, su profesora de lengua rusa en Templin, dijo en una entrevista con The New Yorker que la familia de Kasner "era de la élite".
Hábil en sus relaciones con las autoridades, el pastor Horst siempre logró que a los suyos no les faltara lo básico y la omnipresente Stasi, la policía política de la RDA, no los molestara.
Aún así, las cosas no eran fáciles. Herlind, la madre de Angela, nunca logró permiso oficial para ejercer su profesión de maestra de inglés.
Algunos de quienes vivieron en aquel ambiente criticaron a Merkel por nunca haber alzado su voz ni rebelarse contra el sistema.
Ulrich Schoeneich, autor del libro "La primera vida de Angela M." la acusó de haber obtenido su doctorado por su activa participación en la Juventud Alemana Libre, la organización juvenil promovida por el Estado.
Ella admitió que formó parte de aquella organización, sobre todo por "oportunismo". Pertenecer a ese grupo le permitió acceder a estudios superiores, explicó.
Aunque en sus intervenciones públicas acostumbra a señalar lo mucho que la marcó vivir encerrada por el Muro de Berlín, Merkel nunca fue una contestataria.
Ya entonces mostraba el que sería uno de sus principales rasgos, la total aversión a los extremismos ideológicos y los discursos altisonantes.
Antes que involucrarse en una peligrosa disidencia, eligió concentrarse en los estudios, en los que siempre se destacó. Logró graduarse en física, campo en el que durante algunos años se dedicaría a la investigación.
Pero todo cambió el 9 de noviembre de 1989. Los noticieros de todo el mundo abrían con las imágenes de la multitud que, con piquetes en mano, derribaba el Muro de Berlín y escribía el primer capítulo del final de la Guerra Fría.
También de la historia de la Alemania unificada, a cuyo frente llegaría a estar una mujer que, para entonces, ya tenía 35 años y se había separado de su primer marido.
Con la Alemania unificada nació la Merkel política.
Bajo el ala de Kohl
Ella no fue de las que se echó a la calle a festejar sobre los escombros de la gran barrera abatida. Las reacciones apresuradas nunca fueron lo suyo, ni las de júbilo ni las de pesar.
Sin embargo, casi inmediatamente se sumaría al recién creado partido Amanecer Democrático, que pronto acabaría fundiéndose en la Unión Cristiano Demócrata (CDU, por sus siglas en alemán), la formación de centro-derecha del canciller Helmut Kohl.
Este enseguida apreció las cualidades de Merkel y la nombró ministra de Mujeres y Juventud. Más tarde ocupó las carteras de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear.
Merkel se convirtió en su leal colaboradora. A la sombra de Kohl, la figura de Merkel fue creciendo.
Pero en 1998, cuando la estrella de su padrino político se apagaba y un escándalo de financiación irregular manchaba su legado, ella se desmarcó con un mensaje público en el que reivindicaba la renovación en la cúpula de la CDU.
Kohl lo consideró una traición que nunca le perdonó.
Había llegado la hora de volar en solitario. Y ese mismo año contrajo su segundo matrimonio. Esta vez con otro científico, el químico Joachim Sauer. No tienen hijos.
En 2000 fue elegida líder de los democristianos. Cinco años después, ganaba las elecciones y sucedía al socialdemócrata Gerhard Schröder en la cancillería. Era la primera mujer en lograrlo.
Ya en el poder, dejó clara su apuesta por el pragmatismo. Adoptó una política económica de continuidad que respetó las reformas liberalizadoras de su antecesor socialdemócrata, la denominada "Agenda 2000", considerada la base de la fortaleza económica alemana en el siglo XXI.
Como gobernante, Merkel hizo frente a los más difíciles desafíos, pero siempre lo hizo fiel a su guión de mesura, incluso en las circunstancias más adversas.
Hizo todo lo posible, además, por reservar tiempo para su vida privada: se sabe que es una aficionada a la cocina. Del pastel de ciruelas de la canciller hablan maravillas quienes lo probaron.
La viñetista Heikko Sakurai, que lleva años caricaturizándola, recalca lo que el paso del tiempo mostró como uno de sus grandes activos: "Ella nunca tiende a los extremos", algo que el núcleo conservador duro del electorado de la CDU aprecia especialmente.
Con Grecia al borde del abismo
Y los apreció aún más después de la crisis financiera de 2008, que hizo tambalear las estructuras de la Unión Europea y del euro.
Haciendo equilibrio tuvo que hacer frente al colapso de Grecia y los sucesivos programas de rescate con los que los 28 Estados de la UE intentaron evitar un contagio que, entre 2010 y 2105, llevó a temer incluso por la supervivencia de la moneda común.
Merkel nunca alzó la voz, ni siquiera en las jornadas más angustiantes en las bolsas del mundo.
Dejó el papel de duro a su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y se dedicó a encontrar un balance entre quienes en el norte de Europa exigían firmeza frente a los griegos y los países sureños de la UE, que apelaban a la solidaridad y pedían relajar los programas de austeridad impuestos desde Bruselas.
Así resistió el desafío del referendo sobre el rescate que planteó el izquierdista primer ministro griego, Alexis Tsipras.
Atenas acabó aceptando las condiciones del acuerdo y Merkel pudo dar por desactivado el peligro de fractura de la eurozona. Aunque sus críticos afirman que los problemas estructurales que lo causaron siguen sin resolverse.
Nunca en aquellos cinco años Merkel perdió la compostura. Se limitó a invocar la responsabilidad de todas las partes y a reclamar el cumplimiento de los compromisos adquiridos.
Como siempre, optó por las soluciones posibles antes que las ideales.
La crisis del euro fue uno de los factores que alimentaron el auge de los movimientos euroescépticos y nacionalistas en toda la UE.
Apuesta por los refugiados
La guerra en Siria y la llegada masiva de refugiados a territorio europeo no hicieron sino agravar esta tendencia.
Sólo entonces Merkel, habitualmente descrita como una oradora anodina y siempre partidaria del perfil bajo, elevó su retórica.
A la vez que anunciaba que su país ofrecería asilo al más de un millón de refugiados que le pedían acogida, más que a ningún otro Estado miembro de la UE, les aseguraba a sus compatriotas: "Podemos hacer esto".
Esta fue, probablemente, la más arriesgada de sus apuestas. Muchos de sus votantes no la aprobaron. Durante meses, las encuestas mostraron un desgaste de su figura, y la CDU era castigada en sucesivas elecciones regionales por el auge del partido xenófobo Alternativa por Alemania (AFD, por sus siglas en alemán).
Incluso la Unión Social Cristiana, la formación hermana de la CDU en el decisivo estado federado de Baviera, censuró la medida.
También entonces Merkel eligió aguantar y no dejarse llevar por los vaivenes de los sondeos.
Aplicó lo que su biógrafo Stefan Kornelius definió como "la táctica del paso a paso".
Y si, como apuntan las encuestas, se impone en las elecciones, le habrá funcionado.
Recobrada su popularidad, en un reciente mitin de campaña se reivindicó: "Aquello estuvo bien; tuvimos que aceptar a toda esa gente".
Los detractores sostienen que esa política de puertas abiertas aumenta el riesgo de atentados yihadistas en suelo alemán.
Para la canciller quizá pesó más que Alemania es el segundo país del mundo con la población más envejecida y su gobierno rebajó a 63 años la edad de jubilación.
Sus simpatizantes subrayan que su trayectoria muestra que, pese a su discreción, Merkel es una líder audaz, capaz de tomar decisiones comprometidas como la de los refugiados.
Tras el accidente de la central japonesa de Fukushima no dudó en ordenar el cierre definitivo de todas las plantas nucleares de Alemania. Un reciente editorial de la revista británica The Economist criticó los costos energéticos de esa decisión, pero quienes la conocen no conciben que vaya a dar marcha atrás.
Merkel es una "corredora de fondo" que evita las reacciones excesivas cuando cambian las circunstancias.
"Las cosas llevan su tiempo. Me sorprende lo rápido que a veces perdemos el valor", dijo recientemente en una conferencia en Múnich. Una declaración que resume su forma de hacer política.
El labrador de Putin
Un vistazo al mapa de Europa muestra que pocos gobernantes han tenido la capacidad de resistencia de la canciller. De los líderes con los que se encontró en 2005, sólo el ruso Vladimir Putin se mantiene al frente de una de las grandes potencias.
Su relación con el presidente ruso no ha sido fácil. Es conocida la anécdota de que, en un encuentro en la ciudad rusa de Sochi en 2007, Putin hizo entrar en la sala a su perro labrador Koni, sabiendo que Merkel teme a los canes desde que uno la mordió en los 90.
Ella aguantó como lo hizo en la RDA, país en el que Putin estuvo destinado en su época de oficial de la KGB, el servicio de espionaje soviético. Ambos suelen hablar en alemán en sus encuentros.
La crisis en Ucrania y la anexión de Crimea por parte de Rusia fue el último gran escollo. Merkel impulsó las sanciones impuestas a Moscú por Estados Unidos y la Unión Europea. Lo hizo, como siempre sin aspavientos.
Una negociación atascada
Junto a la amenaza yihadista, el otro gran asunto internacional al que tendrá que hacer frente en su probable cuarto mandato será el Brexit, la salida de Reino Unidos de la UE.
Hasta ahora siguió en su línea habitual. No lanzó reproches contra Londres por su decisión de impulsar el referendop del Brexit, pero la firmeza de la delegación comunitaria en las negociaciones ya en curso indican que ni la canciller ni los otros jefes de gobierno europeos están dispuestos a rebajarles a los británicos el costo de su decisión.
Las conversaciones apenas han avanzado. Esta se presume también como una larga batalla.
Muchos analistas creen que, una vez forme su gobierno, Merkel buscará el entendimiento con el presidente francés, Emmanuel Macron, para promover una reforma de la Unión Europea que repare los daños sufridos en los últimos años.
Ella ha sido muy prudente hasta ahora. No dio pistas de cuál será su estrategia. Nunca lo hace porque teme que eso la perjudique. "No le gusta tomar partido, ella es muy lenta, es su manera de trabajar", asegura Sylke Tempel, del Berlin Policy Journal.
Al otro lado del Atlántico, Merkel tendrá otro "problema" con Donald Trump, con el que ya mostró varias discrepancias. El gobierno alemán lamentó la decisión del presidente de EE.UU. de retirar a su país del acuerdo del clima de París.
Desacuerdos con Trump
En uno de los comentarios más contundentes de una líder poco dada a ellos, Merkel aseguró: "Los tiempos en los que los europeos podíamos depender completamente de otros han terminado".
Sus palabras se produjeron poco después de participar en diversos encuentros internacionales con Trump y fueron interpretadas como un llamado a construir una estructura de defensa europea alternativa a la OTAN *la Organización del Tratado del Atlántico Norte), en la que EE.UU. es el principal contribuyente.
Cuando se encontraron en el Despacho Oval, llamó la atención que el mandatario evitó el apretón de manos que reclamaban los fotógrafos. Ella reaccionó con una mueca de sorpresa.
Sin duda, la química era mejor con Obama, quien en el pasado mostró su aprecio por Merkel. La buena conexión entre ambos se sobrepuso incluso al escándalo de la intervención estadounidense de sus comunicaciones que revelaron las filtraciones de WikiLeaks.
Si gana el domingo, quizás dentro de cuatro años Trump no esté en el poder y ella sea la canciller más duradera de la historia de la Alemania unificada.