El horror cabe en un pequeño cuarto que tiene una camilla, un escritorio, un ventilador de pie y papeles apilados sobre un archivador. Es un consultorio médico en El Salvador, pero para muchas es un refugio.
Acá llegan decenas de adolescentes y mujeres por semana. Cuando la doctora Zulma Méndez cierra la puerta, cuentan cómo han sido violadas, golpeadas, quemadas.
Casi siempre son hombres los que las dejan así. Casi siempre, también, van allí antes de pedir ayuda al vecino, a la familia, a la policía.
"Las ves golpeadas, fracturadas, vienen con evidencia y no quieren denunciar por miedo a que las persigan o haya alguna represalia", explica la internista.
Méndez lleva 15 años dirigiendo el departamento de VIH/sida del hospital San Rafael, en el municipio de Santa Tecla, limítrofe con San Salvador.
Es la unidad con más pacientes con VIH a nivel nacional, alrededor de 1.400, enumera la médica.
Personas de todas las edades visitan la consulta, pero sobre todo mujeres de bajos recursos, que a menudo han sido víctimas de abusos sexuales y agresiones por parte de sus parejas o de pandilleros.
La mayoría desconoce que han sido contagiadas con VIH.
"Las ves golpeadas, fracturadas"
Es un húmedo viernes de octubre y, mientras cae la tarde, Méndez, de 43 años, estampa con un sello recetas médicas.
"Esta semana fue muy dura", dice, con un tono de voz que parece más un susurro.
La internista atendió a una muchacha que fue raptada y violada por varios hombres dentro de un automóvil.
También llegó a la emergencia del hospital una adolescente de 17 años, cuya cabeza y manos fueron cortadas con un machete. La fiscalía acusa a su pareja, un hombre de más de 50 años, de haberla atacado.
"Casos tan extremos no vienen todos los días, pero sí con bastante frecuencia. Las niñas que más veo llegan con golpes o violadas", explica Méndez.
Violencia
La doctora es un canal para entender la dimensión y barbarie de la violencia contra la mujer en El Salvador, uno de los países más peligrosos para ser mujer en el mundo.
La nación de 6,3 millones de habitantes tiene la tasa más alta de muertes violentas de mujeres de la región, España y el Caribe, con un promedio de 13,5 por cada 100.000 mujeres.
El año pasado, una mujer murió de forma violenta cada 18 horas, según un reporte de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), que analiza cifras oficiales.
El feminicidio es la expresión más extrema de violencia, pero son más numerosos los casos que denuncian algún tipo de delito sexual o violencia doméstica.
De las 3.243 denuncias por delitos de violencia de género contra las mujeres que recibió la Policía Nacional Civil (PNC) entre enero y junio de este año, el 85% correspondió a delitos sexuales y violencia doméstica, según recoge Ormusa.
Méndez les pone rostro a esos números. Algunas pacientes llegan con historias tan brutales que para la médica es imposible olvidarlas.
"Me vino una chica a la que el marido estuvo violando durante tres días. La amarró, le echó alcohol y le prendió fuego. Le quebró las costillas, la mandíbula, la nariz, la quería matar...", describe.
"Para muchas, es muy normal"
Con frecuencia, las pacientes se sientan frente a la doctora Méndez justificando los golpes que les dan.
"Para muchas mujeres, es normal que tu hombre te violente, desde que te pegue 'poquito' a solo cuando está tomado, o ya casos más extremos", explica, y añade que es comprensible en un contexto donde a sus madres y vecinas "las violentan también".
"Les decimos 'dejálo', pero para ellas es difícil, porque aunque (el hombre) aporte US$15 al mes o nada, la figura masculina representa un respaldo social", continúa.
Méndez cuenta que ella y otros colegas les han dado dinero en algunas ocasiones a víctimas para que huyan del entorno donde las agreden.
El gobierno salvadoreño intenta combatir el flagelo con diferentes iniciativas, entre ellas la creación de juzgados especializados y una unidad de la fiscalía para casos de violencia contra la mujer, además de refugios y una ley especial que las protege.
Pero la impunidad no ayuda. Solo el 5% de los casos relacionados con violencia contra la mujer recibieron sentencia en 2016 y 2017, según un análisis de cifras oficiales de la fiscalía hecho por Ormusa.
Pese a las iniciativas gubernamentales, el diagnóstico de Méndez es que la situación es peor que hace 15 años, cuando empezó a trabajar en el hospital.
"Hay más pacientes, más sida y en gente mucho más joven. La gente es más pobre que antes. El país ahora está dividido en zonas controladas por pandillas y eso impide el libre movimiento. Además, antes irse a Estados Unidos de forma ilegal costaba US$3.000; ahora cuesta US$9.000", dice.
Las desapariciones de niñas y mujeres, advierte la especialista, es otro fenómeno alarmante.
"A muchas mujeres las matan y las desaparecen. Saben que si dejan a una víctima en ese estado, pueden contarlo y denunciar al agresor".
Entre enero y junio de este año, la PNC recibió más reportes de desapariciones que de feminicidios (280 y 212 casos, respectivamente).
Méndez ha atendido a pacientes que escaparon de una peor suerte. "Me contaban que los hombres las violaban y al lado tenían una pala para hacer un hoyo y enterrarlas", describe.
Monitoreo
La internista se ha acostumbrado a archivar expedientes de las pacientes que no volvieron más, ya sea porque las mataron o desaparecieron, dice.
La preocupación por estas ausencias llevó a la médica a formar una red de médicos que sale a buscarlas a sus casas o sitios de trabajo para verificar sus estados de salud y entregarles medicinas.
Algunas no vuelven porque viven en zonas dominadas por pandillas enfrentadas con las que controlan el área donde queda el hospital. Entrar en territorio enemigo las pone en peligro.
Otras no regresan porque sus parejas se lo prohíben, cuenta Méndez.
Es el caso de Mercedes*, una joven vendedora ambulante que sufre constantes abusos por parte de su compañero sentimental.
Méndez se fue en su auto a buscarla. Al verse, se abrazaron y su paciente se desahogó contándole que el hombre la golpeó la noche anterior.
La médica le dijo que en el hospital podían ayudarla a ponerse en contacto con un abogado. Mercedes agradeció el gesto, pero no se convenció.
"No es fácil. Son mujeres en un ciclo de violencia que nunca termina", dice la doctora, mientras se marcha de vuelta a su auto. "A veces quisiera tener un edificio y llevarlas a todas a vivir ahí".
"A un pasito"
Méndez cuenta que ella también viene de una familia pobre y que fue el acceso a la educación lo que hizo la diferencia en su vida.
"Estuve a un pasito de estar como mis pacientes", dice.
Para ampliar el equipo que la apoya en la consulta, Méndez no contaba con el presupuesto. Así que recurrió a una solución alternativa: instaló, con permiso del hospital, una venta de panes a las afueras del centro y empleó a tres mujeres con VIH que lo atienden.
Con lo que produce el quiosco, explica, pagan los salarios adicionales para tres de los ocho empleados que laboran en la unidad.
El entusiasmo con el que trabajan es proporcional al alto volumen de pacientes que atienden. Nunca dejan de sonreír.
Pese a ello, Méndez lanza una sentencia demoledora: "Es muy probable que la mitad de mis pacientes estén muertos en los próximos 10 años".
Semanas después de conocernos, me escribe para avisarme que en un mes murieron tres de sus pacientes de forma violenta.
"Y así las cosas... normales :(", dice el mensaje de texto.
*Este nombre fue modificado para proteger a la víctima.