No hay actos de conmemoración oficiales sobre los hechos que ocurrieron en Pekín en 1989. Pero esa afirmación, pese a ser objetivamente correcta, es demasiado neutral.
En realidad, lo que pasó en la plaza de Tiananmen se recuerda fielmente cada año en un evento nacional masivo que bien podría definirse como un acto de "olvido".
En las semanas previas al 4 de junio, la maquinaria de censura más grande del mundo se pone en funcionamiento y activa su enorme red de algoritmos automatizados y decenas de miles de expurgadores humanos que limpian cualquier referencia que haya internet, aunque no sea directa.
Aquellos a quienes se considere demasiado provocativos en sus intentos de evadir los controles pueden ser encarcelados, con sentencias que pueden llegar a los tres años y medio de prisión, como le sucedió recientemente a un grupo de hombres que trató de conmemorar el aniversario con la etiqueta de una marca de licor chino.
El simple hecho de compartir imágenes en Twitter -una plataforma a la que ni siquiera pueden acceder la mayoría de los internautas en China- puede hacer que te detengan.
Vigilando el cementerio
Hace unos meses, en el festival nacional de limpieza de tumbas de China -día en que la gente visita las tumbas de sus seres queridos- la BBC organizó un encuentro con una anciana cuyo hijo, Wang Nan, recibió un disparo en la cabeza en la plaza de Tiananmen, poco después de que las tropas se abrieran paso por la ciudad.
Como cada año, Zhang Xianling, de 81 años, estaba planeando llevar flores al pequeño y tranquilo cementerio cerca del Palacio de Verano de Pekín en donde están enterradas las cenizas de su hijo Wang Nan, que tenía 19 años.
Pero encontramos el cementerio lleno de guardias de seguridad vigilando la lápida de la familia.
Fuimos interrogados por agentes policiales uniformados que revisaron nuestros pasaportes y credenciales de prensa, y anotaron nuestros datos.
Y una escolta policial acompañó a Zhang desde el cementerio para mantenerla bien alejada de los periodistas.
El archivo de la BBC contiene un extenso registro de los hechos, en los que la muerte de Wang Nan jugó tan solo una pequeña parte.
El video muestra a los soldados avanzando, apuntando con sus armas hacia la multitud situada frente a los vehículos en llamas.
Captura el pánico de los manifestantes que se esfuerzan para transportar a pie o en bicicleta los cuerpos ensangrentados, heridos por las balas, al hospital.
"Le rogaron que dejara de disparar"
A plena luz del día, el 4 de junio de 1989, todavía pueden escucharse disparos esporádicos en la ciudad, y una turista británica visiblemente afectada, Margaret Holt, se ha visto atrapada sin quererlo en uno de los momentos más decisivos del siglo pasado.
"Un soldado estaba disparando indiscriminadamente hacia la multitud y tres jóvenes estudiantes se arrodillaron frente a él y le rogaron que dejara de disparar", explica. "Y él las mató".
"Un señor mayor levantó su mano porque quería cruzar la carretera, y le disparó", continúa.
"El cargador de su pistola quedó vacío, así que trató de recargar el arma, y la multitud se acercó y lo colgó de un árbol", cuenta.
Toda la descripción le lleva apenas 24 segundos.
Pero esa misma brevedad subraya la brutalidad de la fuerza usada para despejar una protesta pacífica, y la agitación de las multitudes que la padecieron.
También sugiere por qué, todavía hoy, las autoridades se esfuerzan tanto por enterrar toda discusión sobre lo que ocurrió.
Vientos de cambio
Las protestas que sacudieron Pekín y docenas de otras ciudades en la primavera y verano de 1989 fueron provocadas por un evento completamente ordinario: la muerte en abril de un líder marginado del Partido Comunista, Hu Yaobang, un defensor del liberalismo económico y político.
El duelo público liderado por estudiantes evolucionó rápidamente en manifestaciones callejeras a gran escala en las que se pedía que su reputación fuera restaurada y que se honrara su legado con reformas para la libertad de prensa, para la libertad de reunión y para acabar con la corrupción oficial.
En Pekín, hasta un millón de personas se congregaron en la plaza de Tiananmen, en el corazón político de la capital, con un carnaval de banderas, pancartas y carpas.
Con los vientos de cambio que ya soplaban sobre Europa del Este, el líder soviético Mijaíl Gorbachov había llegado a Pekín a mediados de mayo para participar en la primera cumbre chino-soviética en 30 años.
Para los líderes chinos, así como para quienes protestaban, el país parecía estar al borde de un momento histórico, y el Partido Comunista estaba dividido sobre cuál era la mejor manera de responder.
Finalmente, ganaron quienes apostaron por una línea dura.
La noche del 3 de junio y en la mañana del día siguiente, se lanzó un asalto militar a gran escala en la plaza, con tanques y soldados avanzando hacia ella y disparando.
Algunos contraatacaron con sus propias manos, y varios manifestantes incendiaron vehículos blindados con cócteles Molotov.
Hoy en día, el continuo secretismo, la censura y la inexistencia de algún informe oficial hacen que sea imposible saber cuántos murieron esa noche.
Los diversos reportes de los periodistas extranjeros que estaban allí sugieren que hubo desde cientos de muertos hasta 2.000 a 3.000 muertos.
Al menos un cable diplomático, escrito al calor del momento, da una cifra mucho más alta.
Fue un momento en que la fuerza de defensa nacional asumió el papel de un ejército invasor en su propia capital, y que fue un punto de inflexión que continúa, de manera tácita, definiendo a China hoy.
El "hombre del tanque"
Quizás nada ilustre la efectividad de 30 años de censura china más que el "hombre del tanque".
El 5 de junio, un día después de los ataques, se vio una columna de tanques que salía de la Plaza de Tiananmen.
Imágenes de video muestran a un manifestante solitario colocándose frente al tanque delantero y moviéndose hacia los lados cada vez que el vehículo intenta pasarlo.
En un momento, el hombre, vestido con una camisa blanca y pantalón negro y sosteniendo dos bolsas de compras, se sube al tanque e intenta protestar contra la tripulación.
Para el mundo exterior, esta imagen icónica, yuxtaponiendo la represión autoritaria con el insaciable espíritu de desafío, define lo que sucedió en la Plaza de Tiananmen.
También se le atribuye cierta moderación al comandante del tanque, que no podía saber que los medios internacionales grababan el enfrentamiento.
El "hombre del tanque" no recibió disparos ni fue atropellado, sino que fue arrastrado a un destino aún desconocido hasta hoy.
En China, sin embargo, la imagen ha sido borrada de la conciencia pública.
Crimen
Hoy en día, la plaza de Tiananmen luce prácticamente igual a las imágenes de video de 1989.
Pero China como país ha cambiado enormemente en las últimas tres décadas.
A medida que se hace cada vez más rico y poderoso, el éxito parece ofrecer la última refutación a los kilómetros de reportes de prensa -incluidos estos párrafos- que insisten en que un capítulo oscuro del pasado todavía importa.
Bao Tong es un ex alto funcionario que vivió en primera fila los trastornos políticos de 1989.
Ahora es uno de los disidentes más conocidos de China, después de cumplir una condena de siete años en aislamiento solitario, por apoyar a los manifestantes de Tiananmen.
"Lo que me preocupa", dice, "es que en los últimos 30 años todos los líderes chinos han estado dispuestos a ponerse del lado del crimen del 4 de junio".
"Lo consideran como una valiosa lección, como un truco de magia detrás del ascenso de la nación. Lo consideran beneficioso", continúa Bao, refiriéndose a la idea de que China le debe su éxito actual a la represión.
"El Partido Comunista de China debe permitir que las personas discutan: víctimas, testigos, extranjeros, periodistas que estuvieron ahí en ese momento. Deben permitir que todos digan lo que saben y descubran la verdad", señala.
Como prueba de lo vana que podría ser su esperanza, Bao, quien es vigilado y seguido constantemente, recibió la advertencia de no aceptar más entrevistas con medios extranjeros después de hablar con la BBC.
Pero está seguro de que si las demandas de los manifestantes se hubieran escuchado hace años, el futuro de China no solo habría sido próspero, sino también más equilibrado y equitativo.
"Veo una China sin una gran muralla de internet, sin una clase privilegiada, con menos multimillonarios, pero al menos los trabajadores migrantes pobres podrían vivir libremente sin ser expulsados ??de las grandes ciudades, y (veo) una China que no necesita robar tecnología extranjera", dice.
Poder a toda costa
A pesar de que suscitaron la creencia de que se había producido un cambio, la ironía es que las protestas de Tiananmen pudieron haber retrasado la oportunidad de una reforma política en China por una generación o más.
Probablemente los estudiantes hubieran sido malos líderes, con sus propias tendencias autocráticas (como deja claro "Puerta de la paz celestial", el mejor documental sobre los acontecimientos, de Richard Gordon y Carma Hinton).
Pero el Partido Comunista vio que incluso las demandas más limitadas por un estado de derecho y una creciente democracia significarían el fin de su monopolio absoluto del poder.
Si las protestas nunca hubieran ocurrido, si los reformistas de mayor rango no hubieran sido silenciados, purgados o encarcelados, ¿podría China haber seguido el camino de otros estados asiáticos, como Taiwán y Corea del Sur, que ya habían comenzado a alejarse gradualmente del autoritarismo?
En China, ningún cálculo es posible: la generación anterior no puede recordar, la nueva generación ni siquiera puede saber.
[Aunque en un raro reconocimiento público de los acontecimientos, el actual ministro de Defensa, Wei Fenghe, declaró este domingo frente a un foro regional: "El incidente fue un disturbio político y el gobierno central tomó medidas para detenerlo, lo cual es la política correcta"].
Hasta hoy, la decisión de que el Partido se mantendría en el poder a toda costa sigue firme, y nunca más se le permitiría a un movimiento popular tratar de debilitar su dominio.
Treinta años después, el esfuerzo masivo de "olvido" continúa tan fuerte como siempre.