Las escenas de caos y destrucción que ha dejado el asalto por parte de seguidores del expresidente brasileño Jair Bolsonaro al Congreso Nacional, la Presidencia y el Supremo Tribunal Federal de Brasil han recordado, inquietantemente, a las que se vivieron en Washington hace dos años.
Entonces, miles de seguidores del presidente Donald Trump atacaron el edificio del Capitolio para intentar frenar la certificación de las elecciones que dieron como vencedor a su rival político, el actual presidente Joe Biden.
¿En qué se parecen y en qué se diferencian ambos ataques?
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Las similitudes
1. La violencia
En ambos casos, los manifestantes han tomado los edificios institucionales por la fuerza, dejando a su paso un enorme rastro de destrucción.
Tanto en Washington como en Brasilia, los asaltantes consiguieron superar al pequeño número de policías que intentaron frenarles y se abrieron paso destrozando ventanas y forzando puertas.
El domingo, los bolsonaristas partieron desde las inmediaciones del Cuartel General del Ejército, donde se concentraban los seguidores del expresidente que piden una intervención militar tras el triunfo de Lula, y avanzaron unos ocho kilómetros hasta la plaza de los Tres Poderes en Brasilia para invadir los principales edificios de la República.
Vestidos con los colores de la bandera nacional, los asaltantes protagonizaron numerosos actos de vandalismo y arrasaron con todo lo que se encontraron a su paso. Rompieron cristales, valiosos muebles antiguos, además de obras de arte, material informático y archivos.
Como ocurrió en el Capitolio el 6 de enero de 2021, multitud de vídeos en redes sociales mostraron cómo algunos de los protagonistas se llevaban "trofeos" del Congreso brasileño.
En ambos casos, muchos de los manifestantes venían de lugares muy lejanos del país.
En el caso de la Washington, los manifestantes se habían congregado por la mañana en la explanada conocida como "The Ellipse", frente a la Casa Blanca, para escuchar los discursos de Trump y algunos de sus aliados. Desde ahí marcharon al Capitolio. Muchos habían llegado el día anterior.
En Brasilia, decenas de autobuses con participantes en el ataque llegaron en las horas previas desde otros puntos de Brasil a la capital para engrosar el campamento bolsonarista. Según el ministro de Justicia, Flávio Dino, se han identificado 40 de esos autobuses y quiénes los financiaron.
La violencia no solo fue matrial.
Unas 70 personas, según el ministerio de Sanidad brasileño, resultaron heridas el domingo, entre ellos policías y periodistas, que fueron apaleados por la multitud. Al menos 1.200 personas han sido detenidas.
En Washington cinco personas murieron, y unos 140 agentes resultaron heridos. Cuatro policías que respondieron al asalto se han suicidado desde entonces.
2. La narrativa
Tanto los seguidores de Donald Trump como los de Jair Bolsonaro están convencidos, sin prueba alguna, de que se ha cometido fraude en las elecciones que sus candidatos perdieron y que, por lo tanto, ellos luchan para enmendar una injusticia.
Al igual que Trump hizo (y continúa haciendo en EE.UU.), Bolsonaro lleva meses alimentando la narrativa de que los comicios en los que fue derrotado no fueron limpios, y ha sembrado dudas sobre los sistemas de voto electrónico, que dice pueden ser manipulados, siguiendo la misma retórica del expresidente estadounidense.
En unas elecciones muy ajustadas, Luiz Inácio Lula da Silva ganó el pasado 30 de octubre los comicios presidenciales y fue investido en el cargo el primero de enero.
Lula pudo presentarse y ganar gracias a que la condena por corrupción que le hizo pasar 580 días en la cárcel fue anulada por el Supremo Tribunal Federal.
En un país profundamente dividido, donde las posturas extremistas se han acentuado durante el mandato del populista ultraderechista Bolsonaro, el regreso al poder de un hombre de izquierdas y, precisamente, su paso de prisionero a presidente, ha sido demasiado para sus opositores.
Desde la derrota en las urnas de Bolsonaro, muchos de sus seguidores se han organizado en chats de WhatsApp y Telegram para planear manifestaciones y acampadas como las que tienen lugar frente a los cuarteles de varias ciudades del país.
Este discurso conspiracionista que se ha escuchado en Brasil recuerda al que ha formado parte de la estrategia del equipo de Donald Trump desde que perdiera las elecciones.
De hecho, desde la derrota en las urnas, el equipo de Bolsonaro, entre ellos su hijo Eduardo, han estado en contacto tanto con Trump como con sus estrategas Steve Bannon o con el exportavoz de su campaña, Jason Miller, según desveló el "Washington Post".
El propio Bannon, ideólogo de la nueva derecha radical populista y uno de los principales estrategas del Trump, ha calificado a Bolsonaro de "héroe", y ha alimentado la teoría del supuesto "robo electoral" desde su podcast "War Room" y en Gettr, la red social creada por el expresidente estadounidense.
3. El momento
Ambos asaltos se producen un par de meses después de las elecciones en las que sus candidatos fueron derrotados.
Joe Biden ganó los comicios el 3 de noviembre de 2020, aunque no fuera investido presidente hasta el 20 de enero de 2021.
Lula venció en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, que tuvo lugar el 30 de octubre de 2022, y tomó posesión del cargo el uno de enero, una semana antes del asalto en Brasilia.
Durante esos dos meses, la retórica en torno al supuesto fraude -jamás probado- fue aumentando en las redes y canales de comunicación de sus seguidores, hasta explotar en los ataques a las instituciones.
Este tiempo también ha permitido a los asaltantes organizarse.
En el caso de Brasil, el Ministerio de Justicia investiga ahora no solo a los que cometieron los actos de violencia el domingo, sino que persigue el rastro de aquellos que los iniciaron y financiaron.
Las diferencias
1. El papel del Ejército y la Policía
A diferencia de lo que sucedió en EE.UU., donde los trumpistas estaban decididos a retomar el poder por sus propios medios, en Brasil los seguidores de Bolsonaro que no han aceptado su derrota llevan meses pidiendo una intervención militar para devolver al expresidente al Palacio de Planalto.
Hasta el pasado domingo, el Ejército brasileño, que ha tenido un papel preponderante durante el mandato de Bolsonaro, parece haber tolerado las acampadas de este tipo de manifestantes frente a sus cuarteles.
"Destacadas figuras militares han apoyado la agenda de extrema derecha de Bolsonaro durante mucho tiempo, e incluso recientemente han mostrado un apoyo absoluto a varias manifestaciones a favor del golpe de Estado que se han tenido lugar en diferentes partes del país en los días previos al ataque", afirma el profesor de Historia de América Latina, Rafael R. Ioris, en The Conversation.
Durante su presidencia, varios altos cargos militares han ocupado posiciones en el Gobierno, entre ellas el Ministerio de Defensa o incluso el de Sanidad durante el pico de la pandemia de covid. Se estima, además, que unos 6.000 militares en activo recibieron puestos no militares en el gobierno en los últimos 8 años.
Desde que asumió el cargo, Lula ha mantenido una posición "conciliadora" con las Fuerzas Armadas.
Según el historiador Carlos Fico, experto en la dictadura militar que gobernó el país de 1964 a 1985, "cualquier gobierno que asumiera ahora tendría dificultades (en su relación con los militares), a menos que fuera nuevamente de la extrema derecha. Entonces, creo que el intento de calmar los ánimos es comprensible", dijo en una entrevista con BBC News Brasil.
El papel de la policía durante el asalto también ha generado dudas.
Medios brasileños han divulgado videos que muestran una aparente pasividad de policías militares de la capital frente a los atacantes, incluso conversando distendidamente con ellos.
La persona a cargo de la seguridad del Distrito Federal, Anderson Torres, que había sido ministro de Justicia con Bolsonaro, ha sido destituido por el gobernador, y la abogacía del Gobierno reclama su detención.
Durante las elecciones, ciertos sectores de la policía también fueron criticados por establecer controles policiales en las carreteras para ralentizar el acceso a las urnas en regiones donde se iba a votar mayoritariamente por Lula.
2. Trump era aún presidente y Bolsonaro no
El asalto al Capitolio en 2021 se produjo aún bajo el mandato de Donald Trump. Aunque ya había perdido las elecciones, el magnate ocuparía la Casa Blanca hasta el 20 de enero, por lo que en aquel momento él ostentaba la máxima autoridad.
Bolsonaro, sin embargo, abandonó el cargo el 31 de diciembre y desde entonces se encuentra en Estados Unidos, concretamente en Florida.
Algunos medios brasileños interpretan esta partida como una estrategia para no asistir a la toma de posesión de su sucesor, mientras que sus opositores ven una fuga preventiva ante el fin de su inmunidad presidencial, que podría poner al expresidente frente a la justicia.
La misma mañana del asalto al Capitolio, Donald Trump dio un discurso ante sus seguidores en el que aseguró que jamás aceptaría el resultado de las elecciones, y en el que pedía a su vicepresidente, Mike Pence, que revocara el resultado.
Aunque no hizo llamamientos explícitos a la violencia, el discurso sí que estuvo repleto de imágenes violentas e incluso les pidió que marcharan hasta el Capitolio y que "lucharan como demonios" porque si no, dijo a sus seguidores, "ya no van a tener país".
Bolsonaro, aunque lleva meses alimentando las teorías de que las elecciones han sido fraudulentas, el domingo se desvinculó de los sucesos de Brasilia.
"Las manifestaciones pacíficas son parte de la democracia. Sin embargo, los saqueos e invasiones de edificios públicos como las ocurridas hoy, así como las practicadas por la izquierda en 2013 y 2017, se salen de la regla", expresó en una publicación de Twitter.
Ambos mandatarios, sin embargo, tardaron varias horas en reaccionar una vez que empezaron los incidentes.
Este lunes se supo que Bolsonaro había sido ingresado en un hospital de Florida, aunque su estado no revista gravedad.
3. El Capitolio estaba en plena sesión
Otra de las principales diferencias entre ambos ataques es que, mientras que el asalto en Brasilia se ha producido en domingo, con todas las instituciones cerradas, en Washington el Capitolio, el edificio que alberga el Congreso y el Senado de Estados Unidos, estaba en plena sesión.
Y no en una sesión cualquiera, sino en la que tenía como cometido certificar el resultado de las elecciones que habían declarado a Joe Biden vencedor.
Los insurrecionistas trumpistas pretendían, por lo tanto, frenar la transferencia pacífica de poderes.
A diferencia de lo que sucedió en Estados Unidos, los bolonaristas no solo invadieron la sede del poder legislativo, sino también la del ejecutivo y la del poder judicial, a la espera, posiblemente, de que otros se unieran en su lucha, entre ellos el Ejército.
Los manifestantes brasileños vagaron por los bellos edificios diseñados por Oscar Niemeyer vacíos, sin encontrarse apenas obstáculos hasta que la policía consiguió desalojarlos.
En el asalto al Capitolio, sin embargo, el edificio estaba lleno de representantes políticos y sus equipos, además de periodistas y fuerzas de seguridad, lo que provocó el pánico entre los presentes.
Muchos tuvieron que esconderse en sus oficinas, otros sus escaños en las cámaras, tras lo que pudieron ser evacuados en escenas que no se habían visto nunca en ese país.