A 50 kilómetros de las aguas del Caribe colombiano, en la plaza de un pueblo aislado entre cerros, una expresiva escultura honra la memoria de un héroe excepcional.
Benkos Biohó es descrito como un hombre "brioso, valiente y atrevido" que a fines de 1599 comandó "un alzamiento y retiro de ciertos negros cimarrones", según relató el cronista español fray Pedro Simón.
El mero vocablo 'cimarrón' ya cuenta parte de esta historia.
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«Cimarrón, na. (De cima.) Adj., Amér. Dícese del esclavo o del animal doméstico que huye al campo y se hace montaraz». Diccionario de la Real Academia Española (1970).
La palabra evoca siglos de la cruel explotación de millones de africanos que fueron arrancados de sus hogares y llevados al otro lado del mundo para ser vendidos y tratados como objetos al servicio de sus amos.
Pero también habla de audaces rebeliones.
Benkos Biohó -junto con su esposa Wiwa, sus hijos y una treintena de hombres y mujeres- protagonizó uno de estos levantamientos al fugarse de Cartagena de Indias y derrotar a la cuadrilla de guardias enviados para atraparlos.
En su huída, no se detuvieron hasta llegar a ese lugar entre los Montes de María que en 1714, tras más de un siglo de lucha, fue legalizado con el nombre San Basilio de Palenque, por decreto real, en cuya plaza se levanta actualmente ese monumento.
"El palenque de San Basilio no fue el primero ni el único, pero es el más conocido por su estrategia libertaria y porque estuvo comandado por el rey Biohó, y finalmente porque se convirtió en el primer pueblo libre de América", le explicó a BBC Mundo Emilia Eneyda Valencia Murrain, fundadora de la Asociación de Mujeres Afrocolombianas (Amafrocol).
Los palenques eran comunidades fundadas por esclavizados fugitivos para refugiarse durante el período colonial.
Mientras que otros palenques se fueron desdibujando con el tiempo, San Basilio conservó parte importante de su legado ancestral, mucho de ello a través de la tradición oral, una tradición que recuerda que Benkos Biohó no estuvo sólo en su gesta.
Y que sin la ayuda de su esposa y otras mujeres habría sido mucho más difícil orientarse para alcanzar el triunfo.
Fueron sus mentes las que grabaron datos útiles y su astucia la que creó un sistema de codificación para mostrarle a los esclavizados los caminos hacia la libertad sin que sus subyugadores se percataran.
Memorizando el paisaje
Secuestrados y transportados, los africanos llegaban a América para dejar de ser y servir.
Pero por más esfuerzos de despojarlos de cualquier rastro de humanidad, esa es una cualidad terca que permanecía tanto en la nostalgia por lo que se les había arrancado como en los deseos de escapar del infierno.
Cuando la única alternativa era la fuga, en un lugar tan ajeno, ¿cómo saber a dónde ir?
Pues, en el litoral Caribe del llamado Nuevo Reino de Granada, las mujeres esclavizadas idearon una genial forma discreta de crear y ocultar a plena vista mapas de orientación hacia espacios de libertad.
Indígenas y africanos esclavizados sometidos a castigos corporales, Colombia (grabado de Ferdinand Denis, Colombie et Guyanes, L'Univers Pittoresque, 1837).
Las mujeres no despertaban tanta sospecha.
Además, tendían a salir más de sus entornos que los hombres debido a las labores que les asignaban.
"Normalmente se subvalora el potencial, la sabiduría, la astucia de las mujeres y por eso, en el caso de Colombia, han podido salvaguardar muchos secretos, para luego utilizarlos a favor de las comunidades: secretos curativos, culinarios, de siembra...
"Eso fue en parte lo que sucedió con ese proceso libertario del palenque de San Basilio", señaló Emilia Valencia, quien escuchó la historia de boca de palenqueras cuando fue a indagar "hace muchos, muchos años".
"Me contaron que el lugar nació porque, cuando las mujeres iban de hacienda en hacienda, ya fuera para hacer algún mandado o cualquier cosa, ellas se iban fijando en los caminos y en los puntos claves.
"Luego le transmitieron eso a los varones y entre todos trazaron la estrategia".
De raíz
"Hay que recordar que los esclavizados venían de diferentes pueblos de África, con idiomas distintos, y en un principio era difícil que se entendieran entre todos y todas".
Pero había un lenguage común que habían traído de su continente de origen.
"Eso que llamamos 'trenzas de raíz', la que va pegada al cuero cabelludo, que es específica de los pueblos africanos".
Y esas trenzas hablaban: contaban historias, declaraban el estatus social de quien las llevaba, dejaban claro cuál era su estado civil, qué religión profesaban, las identificaban como miembros de ciertas comunidades o étnias.
En el Nuevo Mundo, empezaron a hablar de libertad.
"Tras concertar con los varones, convinieron que iban a usar el trenzado, los peinados, como un código secreto que indicara los caminos por donde se debían escapar".
Las esclavizadas se convirtieron en cartógrafas sin lápiz o papel, que creaban y llevaban en sus cabezas mapas dibujados con cabello.
"Así fue que diseñaron lo que se conoce como los famosos mapas de fuga o las rutas de libertad o de escape", señala Valencia.
Y no sólo eso.
En esos peinados las mujeres además guardaban objetos de valor que les servirían una vez llegaran a los palenques, como fósforos, granos de oro o preciadas semillas para cultivar.
Trenzados para encadenados
Para planear las fugas, las mujeres se reunían alrededor de las cabezas de las más pequeñas en las que trazaban sus mapas.
"Los diseñaban con trenzas, por ejemplo, una enrrollada indicaba una montaña; las que eran como serpientes, sinuosas, indicaban que había una fuente hídrica -una quebrada o un río-; una trenza gruesa indicaba que en ese tramo había un destacamento de soldados", explica Valencia.
"Los hombres 'leían' los códigos que llevaban en sus peinados, desde la frente, que demarcaba el lugar donde se encontraban situados, hacia la nuca, que representaba el monte cerrado, el lugar hacia el que debían dirigirse en su huida", señaló en el estudio "Poética del peinado afrocolombiano" (2003) la socióloga Lina María Vargas.
Se lo había contado Leocadia Mosquera, una maestra del departamento de Chocó a quien su abuela le enseñó el secreto de los peinados.
Le reveló que no era sólo cuestión de representar los accidentes geográficos o alertar sobre la presencia de puestos de vigilancia: con sus cabezas encriptadas tenían que comunicarle a todos cuál era la estrategia.
Los trenzados también indicaban puntos de encuentro, marcados con varias hileras de trenzas convergiendo en un mismo lugar, cada una representando un camino posible.
En esos puntos se reunían durante la fuga para enterarse de cómo les estaba yendo y tomar decisiones.
El último punto estaba en la nuca.
Según explicó Leocadia, si -por ejemplo- se iban a encontrar bajo un árbol remataban la trenza verticalmente y hacia arriba, para que quedara levantada; si era la orilla de un río, la aplanaban en dirección las orejas.
Además, a veces había trenzas de diferentes longitudes por los mismos caminos, que le decían a distintos grupos hasta dónde llegar, pues los más fuertes debían guardar la retaguardia.
Toda esa información y más se paseó por ciudades y campos de la Colombia colonial a los ojos de todos pero la comprensión de sólo algunos.
La otra liberación
Lastimosamente, esos peinados de liberación con el tiempo se convirtieron en una herramienta de estigmatización.
"Sucedió algo particular", cuenta Valencia.
Emilia Valencia además es la creadora de Tejiendo Esperanzas, un festival anual que celebra la estética afrodescendiente.
"Las cimarronas ayudaron a conformar pueblos con el arte. Pero luego hubo una ruptura con los peinados.
"¿Por qué? Porque cuando ya quedaron aparentemente libres y empezaron a integrarse a la sociedad, las mujeres se vieron obligadas a renunciar a sus peinados, eso que era su tradición, su cultura".
Aunque algunas descendientes recibieron ese legado gracias a historias transmitidas de generación en generación, muchas lo tuvieron que mantener en la esfera privada y muchas más aún nunca se enteraron.
"Hubo una exigencia por parte de los empleadores y de la sociedad general de unificar un modelo hegemónico de estética, de belleza, entonces las mujeres negras se vieron obligadas a alisarse el cabello.
Desde entonces, dice Valencia, "todo pasa por el cabello... la violencia empieza desde el kinder.
"Ha sido terrible, pero vamos avanzando, gracias a las charlas, a los foros, a todos los procesos de formación y culturales.
"Hemos logrado descolonizar mentes y cuerpos y ahora es una maravilla ver como tenemos una vicepresidenta negra (Francia Elena Márquez Mina) y una ministra (de Educación, Aurora Vergara Figueroa).
"La doctora Aurora me llamó para darme las gracias 'por haberme ayudado a mi autoreconocimiento', dijo, pues ella también era de las que se alisaba el cabello, y le costó, pero ahora está muy contenta luciendo toda su prietitud -como llamamos nosotros a la máxima expresión de negritud- en público.
"Para las mujeres negras, pasar por esos procedimientos químicos de planchado y demás sólo para tratar de encajar créanme que es muy traumático y muy pero muy doloroso", concluye Valencia.