Qué observar. Durante mucho tiempo se comentaba que Patricio Aylwin, luego de su muerte en 2016, había dejado entre sus papeles un libro inédito sobre el golpe militar, pero no se conocían las dimensiones de ese registro ni la calidad del texto. Ahora que se publica “La experiencia política de la Unidad Popular. 1970-1973” (Debate, 741 páginas) cabe señalar que es un documento histórico de primera magnitud, lleno de detalles reveladores sobre uno de los períodos más dramáticos de la historia de Chile.
- En un tono calmado, muy bien escrito, el autor se va internando en esos días con precisión, esquivando las parcialidades -lo que es imposible del todo-, aunque asume que su relato es también una defensa de la DC. Ya en las primeras páginas reconoce que en esos tiempos “personalmente me sentía agobiado, con una profunda frustración”.
- “¿Qué podríamos haber hecho? ¿Qué dejamos de hacer? En el sentido más profundo, el golpe militar fue la más grande de las derrotas sufridas por el PDC”, confiesa.
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Las campañas. En los primeros capítulos Aylwin hace una reseña sobre el país a fines de los 60. Aunque Chile tenía una posición precaria en el continente, superado por Argentina, Brasil y México, ostentaba ciertos índices positivos en educación secundaria y universitaria, en salud, calidad de vida y funcionamiento de sus instituciones. Sin embargo, se instaló la idea en todos los sectores de que eran necesarios grandes cambios revolucionarios, salvo en la derecha que buscaba acabar con la “politiquería”.
- El autor describe las dificultades de cada candidatura en un ambiente crispado, en que cada partido buscaba imponer su posición. Especialmente compleja fue la opción de Salvador Allende, que estuvo a punto de caer. Aylwin menciona un acuerdo nunca publicado entre los partidos de la UP, que fijaba los criterios que el candidato elegido debía seguir estrictamente. “El documento oficializaba la fórmula ministerial 3-3-3-2-2-1, es decir tres ministros socialistas, tres comunistas, tres radicales, dos del Mapu, dos de una de las colectividades que apoyaba a Rafael Tarud y una de la otra”. Esto, sumado a la idea de que las decisiones debían ser tomadas por todos los partidos de la UP, explica en parte los problemas de gobernabilidad en el oficialismo.
- Fue una campaña dura. Aparte de Allende estaban Jorge Alessandri, vilipendiado por los “pasquines” de izquierda y el DC Radomiro Tomic, acusado de ser un representante de la reacción. El gobierno de Frei sufría ataques furibundos desde la derecha y la izquierda. “La CUT, controlada por comunistas y socialistas, decretó un paro nacional que si bien terminó en fracaso, sirvió para animar el descontento y multiplicar las las quejas contra el gobierno . Y las actuaciones de Carabineros para mantener el orden dieron pábulo a la propaganda allendista para acusar de asesinos a Frei y al mismo Tomic”.
- Alessandri, que había vuelto como una gran promesa de contención del marxismo, el único capaz de ordenar el país, según sus seguidores, en su primera aparición en la TV tuvo una muy débil actuación. El mito se desplomó.
Los años peligrosos. Tras el triunfo de Allende, se vivieron unos meses de efervescencia. No había día en que se hiciera un anuncio importante, con una puesta en escena que llamaba la atención. “Para los principales dirigentes de la UP, y en cierto modo para el propio Allende, su ascensión al gobierno no era sino el primer paso en la marcha hacia la totalidad del poder, y el programa constituía un instrumento decisivo. Lo asumieron con extraordinario dinamismo”, escribe el autor.
- La derecha adoptó un rechazo frontal al gobierno, tildándolo de tiranía comunista, mientras aumentaban los paros, tomas, enfrentamientos. Allende incluso creó un gabinete de unidad nacional, con militares incluidos, pero fue un fracaso absoluto.
El último encuentro. Entre las revelaciones del libro, destaca un relato muy detallado del segundo y último encuentro reservado entre Aylwin y Allende, cuando ya parecía inevitable un quiebre institucional. El autor cuenta que el 14 de agosto recibió una llamada del Cardenal Raúl Silva Henríquez (“mi amigo, mi pastor”, dice Aylwin) para invitarlo a su casa el viernes 17 de agosto, a menos de un mes del golpe, a comer con Allende a las 9 de la noche. El Presidente buscaba una nueva oportunidad de diálogo.
- Esas 48 horas para Aylwin fueron de gran angustia, porque aquilataba la importancia histórica de la cita. El futuro del país estaba en juego. El viernes Aylwin llegó puntualmente, pero Allende se atrasó una hora y media. “Venía distendido, lo que me pareció que no correspondía al momento”, dice el líder DC. Durante la comida el mandatario se explayó en las dificultades de gobernar. Se dio un ambiente de cierta intimidad y Aylwin decidió tocar un tema delicado: “Usted, presidente, puede pasar a la historia con dos imágenes. Una, la del hombre que ofreció construir en Chile el socialismo en democracia, y que al cabo de tres años, no ha construido el socialismo, ha destruido la democracia, ha arruinado la economía y ha puesto en riesgo la seguridad del país; la otra, la de un hombre cuyo gobierno marque un hito, de tal manera que se diga: antes de Allende y después de Allende”.
- Aylwin se sorprendió ante la falta de respuesta del presidente. Le dijo que tenía que escoger, que no podía estar al mismo tiempo con Carlos Altamirano y con la Marina, con el Mir y con la DC. “La reacción de Allende no fue la que hubiese esperado, mis palabras habían sido en extremo duras y francas, pero él parecía no calibrar su profundidad”. El mandatario socialista solo atinó a decir que Aylwin no participaba del Gobierno, por lo tanto no podía darle lecciones.
- El autor reconoce que quedó consternado. Terminada la comida, fueron al escritorio del cardenal y tomaron whisky. Allende dijo: “Esto es Chile. En qué parte del mundo podría darse que el presidente de la República, masón y marxista, se reúne a comer en la casa del cardenal con el jefe de la oposición. Esto no se da en ninguna parte”. Ese tipo de comentarios era un gesto muy típico del presidente, dice el autor.
- Aylwin seguía inquieto con la charla ligera de la sobremesa. Directamente la dijo a Allende que Chile iba camino a una dictadura del proletariado. “El presidente me miró fijamente, y golpeándose una pierna, me dijo: Mientras yo sea presidente de Chile, no habrá dictadura del proletariado”. Allende se quejó: “Usted no me cree, y yo sí”. Aylwin respondió que no podía creerle si un día decía una cosa y el gobierno hacía lo contrario. La jornada terminó con malos presagios, ante la imposibilidad de llegar a acuerdos reales sobre los temas urgentes. El líder DC se marchó sorprendido de la liviandad del Presidente y de que no haya hecho ninguna propuesta concreta. Esa madrugada del 18 de agosto fue la última vez que Aylwin vio a Allende. La suerte parecía estar echada.