Cuando cae la tarde en Plaza de Armas: crónica del lado más oscuro entregado a la delincuencia
Plaza tomada. Santiago se fundó en 1541 y cuando se diseñó el trazado de la ciudad se dejó un espacio para una plaza central. A su alrededor se levantaron edificios administrativos y al medio estaba la horca para los condenados a muerte. Se llamó Plaza Mayor, Plaza de la Independencia, pero con el tiempo mantuvo su actual nombre, Plaza de Armas.
O “plaza tomada”, como la describen vecinos y trabajadores del sector. Raquel (los nombres han sido cambiados, por temor a represalias) lleva viviendo 35 años en el barrio. Dice que está mucho peor que antes. Hay mucha prostitución.
Su hijo adolescente, sorprendentemente, dice que está feliz, que le gusta mirar a la niñas. La madre reconoce “estar muy preocupada. Hay mafias. Se ponen de acuerdo y te ponen una marca en la espalda para saber que eres un objetivo para robar. Así me pasó a mí”.
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Y dice que “esto está muy mal, pero viene de antes. Los extranjeros se tomaron la Plaza de Armas, sobre todo colombianos, venezolanos. Hay mucha prostitución y chicas. Por ahí están sus encargados, que son tipos gigantes, morenos, ¿los ves? Ten cuidado”.
Cortinas a medio abrir. El Comedor Central es un restaurante de comida chilena que abrió con bombos y platillos ocho meses antes de la pandemia, junto a otros locales como Barra Chalaca, del grupo de Gastón Acurio. Se hizo una gran inversión, pero el Covid y el estallido social los tienen ahora haciendo malabarismos para sobrevivir.
El famoso Bahamondes, donde se inventó el completo italiano en los años 20, luce cerrado. Aquí cerca estuvo el Chez-Henry, que fue el restaurante más elegante de Santiago, cuando Santiago era más pobre.
En el Comedor Central atiende Rosana, que viene de Cali. Trabaja acá hace cuatro meses, pero lleva ocho años en Chile y dice que el ambiente está lejos de haber mejorado. “Se ve mal la cosa. Hay mucho inmigrante que hace robos violentos. La semana pasada me estafó un extranjero: me cambió 40 lucas en monedas de 500. Pero después lo revisé y eran 20 mil”.
“Lo más perturbador es que hay mucho comercio sexual. Tú ya sabe quiénes son las niñas que se venden. Incluso hay niñas muy chicas. Adolescentes casi. Cuando llegan los pacos y echan a los comerciantes ambulantes, queda la escoba, pero no se soluciona el problema. Ya no hay turistas europeos, ni de EEUU ni Brasil. Vienen de repente a almorzar y se van rápido. No se quedan más que eso, porque después de las siete de la tarde la cosa se pone bien fea”.
El artista de la Plaza. Es un jueves pasadas las 8 pm y los locales comienzan a cerrar. Una mesera del Marcopolo, que es un clásico de comida rápida del barrio, que solía cerrar a las 11 o 12, dice “que el negocio está pésimo, roban todo el día y los criminales no andan desarmados, sino que andan con cuchillos. Hay extranjeros pero también chilenos. Después de las ocho o nueve no conviene andar por acá”.
Mientras luces se van apagando, y la plaza se llena de muchachas y muchachos prostitutos. Un artista callejero famoso de la Plaza de Armas, que lleva 30 años trabajando acá, pinta afiches con spray. Comenta que el negocio “se fue a la ch…, antes cobraba diez, ahora cobro cinco. Por culpa de los delincuentes”. Asegura que no hace rayados ni grafitis: “Esos cabros que andan con spray dejaron la escoba en las paredes de la ciudad. Está todo feo”.
Dos carabineros le hacen preguntas. “¿Lo quieren llevar preso?”. “No”, dicen. “Nos gusta el trabajo que hace”. Uno de ellos dice que está estudiando para ser suboficial. Tiene 37 años. “La violencia explotó”. Llegan a las 09:00 am y se van a las 9 de la noche, justo cuando la delincuencia recrudece. Creen que vienen otros efectivos de reemplazo, pero en realidad no están seguros. Una vecina comenta: “Casi no hay carabineros en las noches”.
La fauna. El dueño de Comedor Central es un reconocido chef, se llama Cristián Correa y también tiene el Mulato de Lastarria. “Basta que te sientes un rato a tomar un café o una cerveza en la terraza y a mirar detenidamente y te das cuenta de la fauna que hay, de lo que pasa, el comercio sexual, drogas. Nosotros estábamos enfocados para el turista de alto nivel. Teníamos antes platos como centolla entera, bandejas de mariscos, cosas que ya no se venden, por el precio y el cambio de público. En términos de ticket no nos conviene tener porque no se consume. Era para el ejecutivo, para el turista extranjero. Ya no vienen”, acepta.
Confiesa que irse del barrio siempre es una posibilidad. “Las ventas han bajado un 60%. Pero también creo que es una cuestión de tiempo y de seguridad. Cuando la seguridad vuelve, regresan los buenos augurios. Hasta que eso no pasa, dependemos de un factor externo. El tiempo para que se recupere el barrio. Si es muy largo ese tiempo no hay espalda que aguante”.
Respecto a la gestión de la alcaldesa Hassler, afirma que “la cosa está desorganizada. No se toman cartas. No basta con decir: ‘oye, vamos a sacar los ambulantes’. Necesitamos soluciones reales, perdurables. No sé qué pasa adentro del municipio, pero el el resultado final no se ve. Ese es el tema”.
Ya es de noche cuando Sara, que viene de República Dominicana, se ofrece por 20 mil pesos. Tiene poco más de 20 años. Lleva a sus clientes a un departamento en el Portal Fernández de Concha, otrora uno de los edificios más aristocráticos de Santiago. En la entrada un tipo con cara de malas pulgas, decide quién puede pasar.