Cristián Valdivieso, director de Criteria, analiza las lecciones del caso Bolsonaro para Chile
-A propósito de la elección en Brasil, escribiste en Twitter: “La rabia contra un “progrerío” vanguardista, más conectado con transformaciones para un futuro improbable que con las urgencias del presente, está tomando rostro de voto oculto en todo el mundo”.
-El futuro y el progreso se ven como algo muy incierto, desde hace un rato ya, por el calentamiento global, la crisis económica, las dificultades de la globalización, la pandemia, etcétera. Entonces, la idea de las trasformaciones para llegar a un mejor futuro, que plantea una izquierda a la vanguardia, ha ido perdiendo fuerza mientras ganan espacio y poder de voto las lógicas presentistas, del día a día.
-¿Esa tensión se observa en Brasil y Chile?
-Claro. En ese escenario aparece un derecha más desenfrenada, como la de Bolsonaro, incluso violenta. Construyen un discurso a partir de lo políticamente incorrecto, un lenguaje que de manera escondida va ganado espacio en sectores de la población, porque permite plasmar una suerte de rabia. Una molestia contra aquellas propuestas que están articuladas en torno a las cosas políticamente bellas, pero que están tan lejanas que no interpretan a la gente..
-¿Hubo un voto oculto por Bolsonaro?
-Sí. A Bolsonaro, las encuestas daban 30 por ciento y terminó sacando 43, entonces es evidente que hubo un voto oculto. No sabemos si la gente terminó votando contra Lula; o si en las encuestas ocultaban su apoyo a Bolsonaro; o nombraban otros candidatos y terminaron votando por él.
Lo que hay allí es que un presidente que, a ojos de toda la socialdemocracia y del sentido común progresista, era un pésimo candidato, terminó siendo una sorpresa. Después de cuatro años en que hizo lo que hizo, negó la pandemia, negó el calentamiento global y se opuso a todas aquellas cosas que supondríamos son los valores por los cuales la civilización puede avanzar, terminó sacando incluso más votos que cuando salió elegido. Quién se imaginaría hoy día que el ex presidente Piñera en Chile, o el mismo Boric, después de cuatro años sacarían más votos, aunque perdieran.
Algo pasó ahí. Y yo lo conecto mucho con lo que pasa en Chile, por ejemplo en la Convención, donde las normas progresistas se alejaron del sentido común.
El ingeniero chileno que traficaba drogas desde Europa escondiéndolas en discos de vinilo
-¿Es un votante pragmático, que desconfía de la política?
-En Chile hay mucho correlato de esa disyuntiva, donde manda la lógica del día a día y lo que importa son los valores materiales más que los ideales, lo cual hace que la gente haya tomado distancia de aquellos grupos progresistas, incluido el gobierno de Boric, que prometen un futuro distinto. Un ejemplo potente es el apoyo a gastarse los fondos de pensiones ahora y no después.
Los temas que importan son seguridad, economía, migración, todas aquellas cosas que hacen que la vida sea vivible. Hay un voto oculto contra el progresismo, porque el futuro se volvió impredecible. Ya no sabemos si el futuro va a ser tan bueno y majestuoso, porque ha habido muchas crisis en Chile, empezando por el estallido social.
-¿En este plano, los discursos que ganan son los concretos e incorrectos?
-Son favorecidos aquellos que están mucho más articulados en torno al presente; no a lo ideal sino a lo real. En el caso chileno, por ejemplo, el gobierno empuja el aborto sin causales, pero qué le dice la oposición: esto no es la prioridad del país. Ahí tienes muy bien ejemplificada esta tensión entre los valores post materiales y los derechos, versus las prioridades, las urgencias que hoy agobian a la gente. Otra muestra: el gobierno empuja un proceso de cambio constitucional, porque la constitución va ser el mecanismo que nos va a permitir un nuevo pacto futuro. Pero las prioridades de la vida cotidiana no están ahí.
-¿Y eso en Chile a quién favorece?
-Ese tipo de prácticas y situaciones, que desacreditan cualquier avance civilizatorio y cualquier avance en igualdad, es castigado por no ser relevante, por no estar en la centralidad de las urgencias de las grandes mayorías. Ese escenario termina favoreciendo a esa derecha más virulenta, a la cual no le importan las formas y que trata de hacerse de un lenguaje que permite hacer catarsis de rabia frente a situaciones que se han prometido cambiar y que finalmente no se han podido cambiar. Y que no están en el código de las preocupaciones e inquietudes de las grandes mayorías, particularmente de los sectores más vulnerables.
-¿Un ejemplo de este lenguaje incorrecto es cuando el diputado Urruticoechea, del partido republicano, dijo que una mujer no podía “desviolarse”?
-El punto es no confundir ignorancia con estrategia. Porque este personaje es ignorante respecto de qué supone una violación, pero sobre todo hay una estrategia nítida en su discurso. Usa un lenguaje desenfadado y virulento contra las mujeres. ¿Por qué? Porque la gran mayoría de las personas no se ha tenido que hacer un aborto. Es parte de la estrategia de la derecha radical en todo el mundo.
-¿Crees que el Presidente está consciente de esta tensión?
-El Presidente está consciente de eso. Cuando hace la cadena nacional por el presupuesto no habla nada de la constitución, e insiste mucho en que todo lo que él diga lo va a hacer. El problema no está en el decir, en el hablar, en el verborrear, sino en el gestionar, en el hacer, el concretar.
Se contrapone la idea de la gestión de gobiernos progresistas, que están muy dados a la oratoria, pero que en los hechos prácticos no logran concretamente mejorar la vida de las personas. ¿De qué me sirve un gobierno que habla de un futuro luminoso si no es capaz de mejorar concretamente mi vida diaria?
Esas son las dimensiones que hoy están en tensión. Y ahí aparece la derecha alternativa, radical, que ha tomado este lenguaje contra el progresismo para transformarse en una derecha más disruptiva, que va a romper con todo este supuesto progreso civilizatorio, con la reducción de las desigualdades de las minorías. Es una derecha hábil porque coloca estas demandas progresistas sobre minorías en contraposición contra las necesidades de las grandes mayorías.