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Las inundaciones en Atacama, el desierto más árido del planeta, una historia que se repite

Atacama - Tatiana Izquierdo, CC BY-SA
The Conversation
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Las grandes inundaciones en el desierto de Atacama, en Chile, aunque muy escasas, son un fenómeno que se repite desde hace siglos, antes de que el cambio climático amenazara nuestro planeta.

El pasado 11 de abril, la Dirección Meteorológica de Chile emitió una alerta por precipitaciones moderadas a fuertes en la zona meridional del desierto de Atacama. El recuerdo de la catastrófica inundación de 2015 volvió a una población poco acostumbrada a la lluvia. Afortunadamente, esta vez cayó una tercera parte de lo pronosticado y, al contrario que en el fatídico 25 de marzo de 2015, apenas circuló agua por los cursos fluviales.

Aquel evento duró tres días en los que, en la parte alta de la cuenca, se registró más del doble de la precipitación de un año. Los cauces que habían permanecido secos durante décadas comenzaron a llevar agua y rápidamente se desbordaron con consecuencias catastróficas: decenas de muertos y desaparecidos y miles de damnificados.

En la capital de la región de Atacama, Copiapó, circularon más de 200 m³/s en el río del mismo nombre, que habitualmente está seco. Algo extraordinario para uno de los lugares más áridos del planeta.

Un gran volumen de agua, mezclada con fango y arena, desbordó en la ciudad, donde afectó al 72 % de su superficie y dejó más de 30 cm de barro acumulado en las calles. La ciudad colapsó y en boca de todos estaba el cambio climático.

Inundaciones periódicas en Atacama

Entender la respuesta del río Copiapó al contexto de cambio global es fundamental para preservar los ecosistemas y las comunidades humanas que este sustenta. Pero también lo es para desarrollar planes de gestión del riesgo de inundación adecuados a los escenarios futuros.

Esto es aplicable a cualquier río del planeta, pero es más relevante en las regiones áridas. Y es precisamente aquí, donde descifrar y prever esta conducta es más complicado, debido a que las series de datos disponibles apenas abarcan unas pocas décadas.

Han pasado nueve años de la inundación que sepultó la ciudad de Copiapó y la revisión de las inundaciones ocurridas durante los últimos 400 años da algunas pistas para resolver la duda: ¿podemos culpar al cambio climático de la inundación de 2015 o fue parte de la variabilidad natural del río Copiapó?

El análisis de archivos, documentos municipales y periódicos locales ha permitido obtener información directa o indirecta sobre el temperamental comportamiento de este río. Se han identificado hasta 36 crecidas desde la llegada de los europeos al desierto de Atacama.

Línea temporal con los eventos de inundación del río Copiapó. En rojo las inundaciones catastróficas, en naranja las crecidas extraordinarias y en verde las crecidas ordinarias. CC BY

De ellas, las más habituales fueron aquellas en que no ocurrió desborde. Además de estas, en estos cuatro siglos han ocurrido once episodios en los que el caudal creció extraordinariamente, saliéndose de su cauce y generando daños a infraestructuras y construcciones. Son, por tanto, eventos que perduran en la memoria de la población y de los que existen registros históricos.

Antecedentes en siglos pasados

Solo dos crecidas pueden considerarse tan destructivas como la de 2015: las catástrofes de 1655 y 1888. De la ocurrida a finales del XIX, existe mucha información: actas municipales, descripciones de afectados y, sobre todo, noticias en los periódicos locales. Los titulares hablan de barrios enteros desaparecidos y 2 000 personas sin hogar.

Carta de la vecina de María Zárate a la Ilustre Municipalidad de Copiapó tras la orden de desahucio para ampliar el cauce del río tras la inundación del 14 de agosto de 1888. Archivo Municipal de Copiapó

La paleohidrología nos permite reconstruir los caudales que circularon por este mismo río hace más de 120 años. Esta ciencia estudia las evidencias dejadas por las inundaciones pasadas, principalmente los sedimentos depositados por el flujo. La altura sobre el canal a la que aparecen esos sedimentos nos indica la altura mínima del agua y su edad el momento en el que se depositaron.

Los sedimentos de la inundación de 1888 aparecen hasta 4 metros sobre el canal en algunas zonas del valle bajo del Copiapó, lo que ha permitido estimar un caudal de 200 m³/s. Se trató, sin duda, de una inundación con magnitud similar a la de 2015.

En ese mismo punto, aparecen, sobre los sedimentos de 1888, otro nivel de arenas a casi 5 m sobre la base del río. Para alcanzar esa altura, el río debió llevar un caudal de casi 250 m³/s, muy superior al evento de 2015.

Su datación indica que ese sedimentó se depositó probablemente entre los años 1602 y 1682, coincidiendo con la inundación histórica de 1655 de la que sabemos aún muy poco.

Sedimentos depositados por las inundaciones del río Copiapó sobre la roca en la que está encajado a varios metros por encima del canal actual (vegetado). Durante las inundaciones de 1888 y 1655 el agua alcanzó 4 y 5 m respectivamente sobre el nivel canal. Tatiana Izquierdo

Carlos María Sayago (1840-1926), historiador atacameño, narra cómo en 1655 las aguas del río crecieron tanto que inundaron el valle, erosionando y arrastrando una gran cantidad de sedimento. Este breve apunte permite inferir importantes episodios de erosión en la parte alta y media del valle, tal y como ocurrió en 2015.

La incorporación de los datos históricos y paleohidrológicos en el estudio de las inundaciones en zonas áridas nos aporta nuevas piezas a un puzle complejo. La variabilidad multicentenaria de los eventos extremos del río Copiapó dificulta aventurar cuál será su respuesta al escenario futuro en el que nos adentramos.

Tal vez este tipo de eventos se hagan más frecuentes y catastróficos, como parecen reflejar algunos modelos. Lo que está claro es que, tal y como nos indica las crónicas y el registro geológico, las inundaciones no son tan extrañas en el desierto más árido del planeta.

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Tatiana Izquierdo recibió fondos de la Agencia Nacional de Investigación (ANID) de Chile a través del proyecto COPIFLOOD (FONDECYT 11160405) y de la Universidad Rey Juan Carlos a través del proyecto VARHIDRO (M2994 de la convocatoria IMPULSO).

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