Popole Misenga, judoca de República Democrática del Congo en los Juegos Olímpicos Río 2016, obtuvo su primera victoria en los JJOO de Río 2016 al debutar como integrante del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados.
El congoleño disputó su primer combate en la categoría de 90 kilos ante el judoca indio Avtar Singh.
Tras vencerlo, la asistencia prácticamente se vino abajo en aplausos y vítores regalando más emoción a su victoria.
Popole Misenga apostó por el judo y su sueño de formar parte del equipo de refugiados en los Juegos Olímpicos para abrirse una nueva ventana a la vida.
De torso imponente y cortas rastas coronándole el cabello, este deportista de 24 años creció en la RDC, donde murieron millones de personas durante la guerra civil de 1998-2003.
Una infancia terrible que afloró desde su primer entrenamiento en Brasil.
"Era muy brutal", recuerda Geraldo Bernardes, exentrenador de cuatro equipos brasileños de judo en los Juegos Olímpicos y que ahora supervisa a Misenga y otras promesas en la ONG carioca Instituto Reaçao.
En sus primeras prácticas en Rio "había un ambiente muy hostil. Lesionó a varios atletas", rememora el técnico.
Aunque el judoca ha suavizado su estilo en los tatamis, la rabia de un pasado que le maltrató continúa viva. "Lucho por mi vida", asegura. Todos los días toma tres autobuses en los que demora dos horas para ir a entrenar. Y el mismo calvario para regresar a casa.
Misenga descubrió el judo cuando era un niño en un campo de refugiados de la RDC, después de haber tenido que escapar de la región de Bukavu, en el este de país, donde la violencia perdura hasta hoy.
Su madre murió, nunca supo dónde estaba su padre y le separaron de su hermano y sus dos hermanas. Con pocos años tuvo que escapar solo al bosque. Era su primera huida.
Encerrados en celdas
El judo se convirtió entonces en tabla de salvación de Popole e incluso llegó a ser campeón nacional. Antes de que su pasión se convirtiera en una forma de esclavitud debido a los métodos espartanos a los que le sometían en su país.
"Eran adiestrados para ganar a cualquier precio", cuenta Bernardes, mientras Misenga se prepara para otra sesión. "Cuando no ganaban, eran encerrados en una celda con medias raciones de comida durante varios días".
"Mi vida era entrenar, entrenar, entrenar... Mi única idea era ganar. Estaba triste y enfadado. Cuando veía a gente en la calle, familias con padre y madre, me ponía triste. No confiaba en nadie", recuerda Misenga.
En 2013, llegó a Rio para disputar el Mundial de judo, en la categoría de menos de 90 kilos y, según cuenta, los dirigentes corruptos del equipo congoleño le robaron sus bonos de comida. Fue eliminado en su primer combate. Ya no podía más.
Entonces, sin hablar una palabra de portugués, sin dinero, ni contactos, huyó una vez más, ahora en compañía de otra judoca congoleña, Yolande Mabeka.
"No tenía ningún lugar dónde dormir, nada para comer, ni tampoco trabajo: fue muy complicado", recuerda.
Un refugiado en la favela
Finalmente encontró lugar junto a otros inmigrantes africanos en la favela de Bras de Pina. Ahora comparte allí un sofocante y pequeño apartamento con su pareja brasileña, el hijo que tienen en común, y los tres que ya tenía ella.
Un destino que no parece el ideal para que un refugiado encuentre su sitio. Los narcotraficantes controlan la zona y los impactos de las balas agujerean su fachada, mientras basuras y preservativos cubren el suelo de la calle.
"Esto no es la guerra como allí, en mi país, pero hay traficantes de droga. Los delincuentes disparan, la policía dispara", describe el judoca.
Pero si las favelas son castigadas por altos índices de violencia, también son solidarias entre sus vecinos. Y cuando Misenga se adentra en este laberinto urbano no es raro escuchar a alguien que le grite cariñosamente: "¡Popole!".
"Es como Hulk, ¡va a ganar a todo el mundo!", le lanza un admirador.
Su preselección para los Juegos Olímpicos le permite recibir una paga, alimentarse correctamente y dedicarse a entrenar en lugar de encadenar trabajos en construcciones. Para después, ya sueña con una formación de conductor de montacargas.
En el Instituto Reaçao, con su kimono usado, Misenga "se entrena desde hace un año y progresa", valora Bernardes. Y ahora comprende mejor los valores de solidaridad y respeto mutuo que fundamentan su deporte.
Aunque para su entrenador, Popole y Yolande todavía pueden alcanzar una meta aún más alta: "No queremos sólo campeones de judo, sino campeones de la vida. Nunca es demasiado tarde para comenzar cosas lindas y transformarse".
El Equipo Olímpico de Atletas Refugiados está compuesto por 10 deportistas provenientes de cuatro países. Se trata de dos nadadores sirios, dos judocas de la República Democrática del Congo y seis corredores africanos, uno maratonista de Etiopía y cinco atletas de Sudán del Sur.
Todos ellos encontraron refugio en Alemania, Bélgica, Brasil, Luxemburgo y Kenia.