Como ya viene siendo costumbre en este siglo, un golpe trágico golpea a los Estados Unidos, poniendo otra vez el tema de la seguridad, de las armas y del Estado Islámico en la noticia, aunque en esta pasada el debate ha estado puesto más en la homofobia que parece marcar el caso de Orlando.
En un solitario restaurante italiano de Newark, con aire de Tony Soprano, había varios televisores encendidos, en la Eurocopa, la Copa América y el béisbol, pero la gente estaba pegada en el informe desde Florida, que enfatizaba que el asesino había comprado una semiautomática un par de semanas antes, pese a que estaba en la mira del FBI.
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El debate electoral debería centrarse en ese tema, pero esta es una cultura extraña que no ha podido resolver el principal de sus problemas.
Anoche se entregaron los Tonys con amplio y generoso triunfo para un musical llamado “Hamilton”, sobre uno de los padres fundadores, creado e interpretado por un inmigrante puertorriqueño, Lin Manuel Miranda. Fue una ceremonia marcada por el dolor, la tragedia, la rabia, pero que también sirvió para enfatizar la importancia de la música en la revisión de la historia, los valores, las figuras, lo trascendente. A veces las artes ponen el acento donde corresponde.
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Alexander Hamilton fue el primer Secretario del tesoro, fundó un banco, luchó por darle un papel proteccionista al Estado y se peleó con Thomas Jefferson. Su figura estaba en un discretísimo segundo plano hasta que Miranda lo revaloró, en un momento de confusiones y disputas, lo que también es considerado un llamado de atención.
En Copa América se fue Brasil, con un gol absurdamente viciado, sumándose a la temprana salida de Uruguay, dos de los equipos más ganadores en los cien años de la competencia. Algo así como los padres fundadores, entre los que también estamos. Falta por definir sólo uno de los ocho finalistas, que saldrá de entre Chile y Panamá, y una sorpresa –así como están las cosas- no puede descartarse.
