Cuando uno piensa sobre fútbol en Madrid la mente inevitablemente tiende a pensar en el Real y el Atlético.
Se trata de dos de las superpotencias del fútbol europeo, cuyos éxitos le dan a la ciudad el derecho de ser considerada la capital mundial del balón.
Ambos han coincidido en dos finales de la Champions League en las últimas cinco temporadas y suman en conjunto 43 títulos de la Liga.
Es por eso que no extraña que en Madrid la atención se centre en todo lo relacionado con merengues y colchoneros y en lo que sucede en sus estadios, el Santiago Bernabéu y el Wanda Metropolitano.
Pero la realidad es que no son los únicos que hacen brotar de orgullo a una ciudad que respira fútbol por cada uno de sus rincones.
De hecho, hay lugares en los que los colores de los dos gigantes del fútbol español quedan relegados a un segundo plano, donde hay aficiones que aseguran representar con más autenticidad lo peculiar de la escena futbolística de la ciudad.
Se trata de los hinchas de los equipos Getafe, Leganés y Rayo Vallecano, quienes transpiran con orgullo la otra manera de vivir fútbol en la capital española.
Andy West, experto en fútbol español, lo sintió en primera persona.
Los Azulones del Geta
Desde la estación de Atocha en el centro de Madrid, a solo 15 minutos en tren hacia el sur, aparece Getafe, una ciudad periférica que ha sido absorbida por el crecimiento urbano de otras zonas en la provincia de Madrid.
Quizá su ubicación anónima para el exterior y su fracturada historia, que vio al club disolverse y reformarse en 1983, explican que Getafe sea el club madrileño al que más le ha costado establecer un sentido de identidad.
La percepción generalizada de que es un club invisible para el resto quedó impresa en el periódico "Las Provincias" después de una tensa eliminatoria por la Copa del Rey contra el Valencia, donde en un artículo se preguntó sarcásticamente: "¿Dónde está Getafe? ¿Has estado alguna vez en Getafe? ¿Has conocido a alguien en Getafe? ¿Existe?".
Este tipo de desdén ha conducido a que el club desarrolle, comprensiblemente, cierto complejo de persecución, expresado en el veterano capitán del club, Jorge Molina, tras quedar eliminados del torneo copero por lo que consideraron un arbitraje injusto.
"En Getafe somos poca gente y parece que molestamos un poco (...) Los malos vamos a ser nosotros, como siempre", lamentó Molina, cuyas palabras fueron aprovechadas por los aficionados azulones para lanzar una campaña de respeto pidiendo un mayor reconocimiento por el mundo.
Es verdad que tal vez no sea el club más moderno -recién abrió su cuenta en Twitter en 2015 y la tienda del club es un pequeño local que hace esquina en la planta baja de un edificio-, pero su reputación es un tanto injusta.
Su estadio, el Coliseo Alfonso Pérez, que está enclavado entre edificios y una autopista, es una cancha bien mantenida, amena y compacta.
Su presidente, Ángel Torres, es un empresario decidido, duro, que merece el crédito de haber mantenido al equipo en la máxima división en 14 de las últimas 15 temporadas pese a tener un presupuesto pequeño.
Tal vez al resto de España no les guste mucho -o incluso hagan ver que no saben de su existencia- pero es evidente que Getafe se ha ganado el derecho de ser tomado más seriamente.
Los héroes de la clase trabajadora
La otra cara de la moneda la representa el Rayo Vallecano, club que nunca ha tenido problemas para encontrar su lugar en el mundo.
Desde su distintivo uniforme (blanco con una banda roja en diagonal, como Perú), su peculiar campo (solo se han construido gradas en tres lados de la cancha) y sus famosos y ruidosos aficionados, el Rayo es uno de los clubes más característicos del fútbol español.
En específico por el inseparable lazo que lo une con el barrio que representa, Vallecas, una zona trabajadora y multicultural, con alta densidad de población, ubicada al sureste del centro de Madrid.
Su imagen de ser un club con los pies sobre la tierra se resume en el título de un libro sobre el club, Working Class Heroes ("Héroes de la clase trabajadora"), escrito por el periodista irlandés radicado en Madrid Robbie Dunne.
"Ellos son como un regreso a los tiempos en que el fútbol era para y por los aficionados. Hay una autenticidad que es difícil de encontrar y si bien tiende a ser un poco difícil para ellos, los aficionados del Rayo no lo quisieran de otra forma", le dijo Dunne a la BBC.
"Es un club impulsado por los aficionados y esa es una identidad muy importante. Es más que un simple equipo de fútbol, se trata de pertenencia".
Esos sentimientos tuvieron eco en Alfredo Marcos, aficionado del Rayo. "Es un club especial y único", comentó.
"El Rayo infunde unos valores que van más allá del fútbol, como humildad, esfuerzo en el trabajo e igualdad".
"El club no pertenece a Madrid, sino a Vallecas, que es uno de los barrios más grandes de Europa con cerca de 500.000 habitantes. Se trata de un zona muy tradicional y el Rayo nos representa en la cancha".
El club no tiene pretensiones de grandeza, y nunca ha tratado de ser más grande de lo que es.
Y si bien eso puede que limite su potencial para aspirar a trofeos (nunca han ganado uno), no hay nada que lo haga cambiar: los aficionados no lo permitirían.
Los "Súper Pepinos" de Leganés
Mientras el Rayo es el equipo madrileño para los trabajadores de Vallecas, el Leganés está trabajando duro para establecerse como el club de la capital más abierto a las familias.
Leganés, situado cerca de Getafe en el sur del centro de Madrid, era un distrito agrícola y esa historia le granjeó al club un inusual apodo: los Pepineros.
Y desde que subió a la primera división por primera vez en 2016, el Leganés se ganó el cariño de los neutrales al explotar al máximo el potencial cómico de su apodo. Durante su primera temporada en La Liga, le regalaban a cada equipo visitante una cesta de pepinos, e inauguraron un nuevo trofeo, "El Pepino de Oro", con un amistoso de pretemporada contra el Rayo.
Un cartel fuera de su pequeño pero elegante estadio Butarque anima a los hinchas a disfrutar ese "sentimiento de cultivo de pepinos", y el ambiente antes de los partidos es animado por la mascota favorita de todos: el Súper Pepino.
La actitud accesible y con sentido del humor del club les ha permitido atraer a un inusualmente elevado número de hinchas jóvenes. Butarque estaba lleno de familias para el partido del domingo ante el Valencia.
Uno de estos aficionados era Juan Pedro Fernández, que asistió con su hijo de 4 años Rubén. El pequeño explicó que muchos de sus amigos de la escuela apoyan al Real o el Atlético y dijo: "Yo prefiero al Lega. Somos más simpáticos que ellos".
El padre de Rubén, como cualquier otro hincha del Leganés, quedó asombrado por el reciente ascenso a la primera división, después de haber crecido viendo al equipo jugar en la cuarta división ante unos cientos de espectadores como mucho. Y aunque está disfrutando de la oportunidad de enfrentarse a los equipos grandes, es realista sobre el futuro.
"El club tiene límites", señaló. "Es imposible para nosotros competir con el Real Madrid o el Atleti. Están en un mundo diferente. Lo máximo que podemos hacer es intentar mantenernos en la primera división".