¿Quién es el cantante mejor pagado del mundo?
En 2015, según Forbes, era probablemente Elton John, cuyas ganancias fueron US$100 millones. U2 ganó el doble, pero ellos son cuatro.
Si hubiéramos hecho esa pregunta hace 215 años, la respuesta habría sido: la señora Billington.
Elizabeth Billington era, según los conocedores de la época, la más grande soprano inglesa de la historia.
Sir Joshua Reynolds, el primer presidente de la Real Academia de Arte, la pintó escuchando un coro de ángeles cantar.
Para el compositor Joseph Haydn el retrato era injusto: los ángeles, dijo el músico, debían estar escuchando a Mrs. Billington cantar.
Elizabeth Billington también era una sensación fuera del escenario.
Todas las copias de una burda biografía sobre ella se vendieron en un sólo día. El libro contenía lo que supuestamente eran copias de cartas íntimas de sus famosos amantes, entre ellos -aseguraban- el príncipe de Gales.
En un homenaje más digno de su fama, cuando se recuperó de una enfermedad que la tuvo en cama durante seis semanas durante su tour de Italia, la Opera de Venecia estuvo iluminada en su honor durante tres días.
Tal era la fama de Elizabeth Billington -algunos usarían más bien la palabra notoriedad- que sus presentaciones disparaban guerras de pujas.
Los administradores de los que en ese entonces eran los dos principales teatros de opera de Londres, Covent Garden y Drury Lane, batallaban tan desesperadamente para que apareciera en sus escenarios que ella terminaba cantando en las dos sedes, alternando y ganando sumas de dinero que, hasta tratándose de ella, eran excepcionales.
En la temporada de 1801 le pagaron al menos US$13.000, una cantidad asombrosa para la época.
Sin embargo, traducido a la actualidad, es apenas un millón de dólares; 1% de las ganancias de Elton John.
¿Cómo se explica la diferencia? ¿Por qué Elton John vale 100 veces más que Elizabeth Billington?
Los límites de la voz
Casi 60 años después de la muerte de Elizabeth Billington, el gran economista Alfred Marshal analizó el impacto del telégrafo eléctrico.
En ese entonces conectaba a Estados Unidos, Reino Unido, India y hasta Australia.
Gracias a esas comunicaciones modernas, escribió, "hombres que antes alcanzaban posiciones destacadas pueden usar su genio constructivo o especulativo en empresas más vastas y extenderse por áreas más amplias que nunca antes".
Los industrialistas más grandes del mundo se estaban enriqueciendo más y más rápido.
La brecha entre ellos y los empresarios menos notables estaba creciendo.
Pero no todos los mejores y los más brillantes de todas las profesiones se podían beneficiar de la misma manera, apuntó Marshall.
Para contrastar escogió las artes escénicas. El "número de personas a las que puede alcanzar una voz humana", observó, "es estrictamente limitado", y por ende, también lo era la capacidad de aumentar los ingresos de los vocalistas.
Del código Morse a los surcos
Dos años después de que Alfred Marshall escribiera esas palabras, el día de Navidad de 1877, Thomas Edison solicitó una patente para el fonógrafo, la primera máquina capaz de grabar y reproducir el sonido de la voz humana.
Nadie parecía entender bien qué hacer con el nuevo aparato.
Un editor francés llamado Édouard-Léon Scott de Martinville ya había inventado algo llamado fonoautógrafo, un artilugio para proveer un registro visual del sonido de la voz humana, parecido a los sismogramas que registran los terremotos. Pero no se le había ocurrido tratar de convertir la grabación en sonido.
Poco después, la función de esa nueva tecnología se hizo evidente: podías grabar a los mejores cantantes del mundo y vender las grabaciones.
Del barril al disco
Al principio, hacer una grabación era un poco como hacer copias a carbón en una máquina de escribir: una canción sólo podía capturarse en tres o cuatro fonógrafos al tiempo.
En la década de 1890, había una gran demanda por una de las canciones del cantante afroamericano George W. Johnson; para satisfacerla, Johnson pasó día tras día cantando la misma canción hasta que su voz ya no aguantaba... entonarla 50 veces al día sólo producía 200 grabaciones.
Cuando Emile Berliner introdujo grabaciones en un disco, en vez del barril que había ideado Edison, abrió el camino a la producción en masa.
Después llegó el radio y el cine.
Artistas como Charlie Chaplin podían llegar a todas las esquinas del mundo con tanta facilidad como los industriales de los que Alfred Marshall había hablado.
Para los Charlie Chaplins y Elton Johns del mundo, las nuevas tecnologías implicaron la multiplicación de su fama y dinero.
No obstante, para cantantes a sueldo, fue un desastre. En la época de Elizabeth Billington, muchos cantantes medio buenos podían vivir con lo que ganaban presentándose en auditorios, después de todo, Mrs Billington no podía estar en todas partes.
Pero cuando tienes la posibilidad de escuchar a los mejores cantantes del mundo en tu casa, ¿por qué pagar por oír a alguien no tan bueno en persona?
"El ganador se queda con todo"
El fonógrafo de Edison marcó el camino de la industria artística hacia esa dinámica que responde a la máxima "el ganador se queda con todo".
Los mejores actos pasaron de ganar lo que Mrs. Billington a ganar como Elton John, mientras que los un-poco-menos-buenos pasaron de ganar lo suficiente para tener una vida cómoda a no poder pagar las cuentas del mes.
Pequeñas brechas en calidad se convirtieron en vastas brechas en ganancias.
En 1981, el economista Sherwin Rosen llamó a este fenómeno "la economía de superestrellas".
Imagínate -dijo- la fortuna que habría amasado Mrs. Billington si hubieran existido fonógrafos en 1801.
Las innovaciones tecnológicas han creado la economía de superestrellas en otros sectores también.
La televisión satelital, por ejemplo, ha sido para los futbolistas lo que el gramófono fue para los músicos o el telégrafo en el siglo XIX para los industriales.
Si eras el mejor futbolista del mundo hace unas décadas, sólo un estadio lleno de fans habría podido verte jugar cada semana. Hoy, cientos de millones de personas en todos los continentes observan cada uno de tus movimientos.
A medida que se fue expandiendo el mercado del fútbol, se ha profundizado la diferencia entre los sueldos de los mejores con los muy buenos.
En los 80, los futbolistas de los equipos ingleses de la máxima división ganaban el doble que los de la tercera categoría. Ahora el promedio de los sueldos de la Premier League es 25 veces más que el de los jugadores dos divisiones más abajo.
Súbitamente
Los avances tecnológicos pueden cambiar dramáticamente quién recibe qué.
Y, a veces, son desgarradores pues pueden ser muy súbitos: las personas afectadas tienen las mismas habilidades que antes pero de repente no pueden ganar lo mismo.
A lo largo del siglo XX, innovaciones como el casete, el CD, el DVD mantuvieron el modelo económico creado por el gramófono.
Pero al final del siglo llegó el formato MP3 y las conexiones rápidas en internet.
De repente, ya no necesitabas gastar varios dólares para comprarte un disco de plástico con el que podías deleitarte con tu música favorita... la podías encontrar online, gratis.
En 2002 David Bowie le advirtió a sus colegas que se estaban enfrentando a un futuro muy distinto.
Bowie acertó.
Los artistas dejaron de usar los conciertos para vender álbumes y pasaron a usar los álbumes para vender tiquetes para los conciertos.
Pero no hemos retornado a los días de Mrs. Billington: la amplificación, los estadios, las giras globales y las promociones hacen que los músicos más admirados todavía se lucren de sus vastas audiencias.
La desigualdad sigue sana y salva: el 1% de los artistas en el zenit ganan más de 5 veces más por sus conciertos que el 95% de todos los que están en el nadir juntos.
El gramófono puede ser una tecnología anticuada, pero la habilidad de la tecnología para cambiar el panorama de ganadores y perdedores no ha perdido su modernidad.
Este artículo es una adaptación de la serie de la BBC "50 cosas que hicieron la economía moderna". Abajo encontrarás otros episodios de la serie.