Cuatro meses después de haber sufrido una gran lesión cerebral a causa de un brutal asalto en la calle, el galés Paul Pugh estaba reunido con su equipo médico para hablar de un tema complicado: su futuro.
"Era una reunión importante con mi especialista, los terapeutas de fisioterapia y con mi familia para hablar de cómo iba a ser mi vida y mi futuro", le dijo Pugh a la BBC.
Tras el asalto sufrió una fractura de cráneo y se pasó más de dos meses en coma.
"Cuando me empezaron a hablar yo me sentí asustado y algo se desencadenó en mi cerebro: me pasé la reunión entera riéndome".
"En realidad yo estaba llorando desconsoladamente, pero en la superficie se veía como si me estuviera riendo".
Al principio nadie entendía su comportamiento. Su familia incluso pensó que "estaba montando una escena en público, que quería llamar la atención".
Pasaron varios años antes de que los ataques de risa descontrolada del joven fueran diagnosticados como risa patológica, también conocida como síndrome o afección seudobulbar.
Un cruce de cables en el cerebro
Esta condición se manifiesta cuando se crea una desconexión entre el lóbulo frontal del cerebro, que controla las emociones, y el cerebelo y el tronco cerebral, que regula la expresión de esas emociones.
Se produce un momento literal de cruce de cables.
Andy Tyerman, neuropsicólogo clínico especialista en lesiones cerebrales dijo que el término se refiere a "la expresión descontrolada de emoción que es desproporcionada o inapropiada para el contexto social y que puede ser contradictoria con lo que la personas siente realmente".
"Una persona puede también parecer muy angustiada por algo que antes solo habría sido una pequeña contrariedad", dijo el especialista, de la organización británica de ayuda a pacientes con lesiones cerebrales Headway.
La risa patológica puede afectar a pacientes que han sufrido lesiones cerebrales o tienen condiciones neurológicas, como derrames, esclerosis múltiple o mal de Alzheimer.
"Yo sé cuando lloro o río, pero los demás no"
En el caso de Pugh, él se reía cuando pensaba que estaba llorando.
"Yo sé cuando lloro o río, pero los demás no", dijo.
"Algunas personas se enfadaron y reaccionaron con sarcasmo o incluso con agresividad y trataron de herir mis sentimientos porque pensaban que yo me había reído de ellos", cuenta.
"Es increíble lo importante que es la risa. No la valoras pero tiene un efecto muy poderoso. Si compartes una broma con alguien eso es algo especial".
Aunque el diagnóstico fue un shock y a veces atrae atención no requerida, Pugh dice que ahora puede sentir cuando un episodio de risa patológica es inminente y trata de controlarlo.
"Siento que me va a venir la risa unos segundos antes de que sucede, a veces puedo controlarla aunque en ocasiones no. La risa no dura mucho tiempo, como mucho un minuto, pero puede causarme muchos problemas si la gente no la entiende".
El galés ha desarrollado su propio método para evitar un episodio "pensando en algo o en alguien malo pero sin sentimiento", dijo. Así, estima que puede controlar nueve de cada 10 ataques de risa.
Un ataque brutal y sin provocación
Pugh dice que su familia ha sido muy comprensiva con él en los 10 años que han pasado desde su ataque, que lo dejó 13 meses en el hospital.
Tenía 27 años y había salido de noche con sus amigos cuando fue atacado sin provocación por cuatro hombres desconocidos, que lo golpearon y le dieron patadas en la cabeza.
"Tuve que volver a aprender a andar y a caminar y tuve que asumir que nunca me voy a recuperar totalmente", dijo.
Ahora tiene dificultades para hablar y para moverse, necesita usar una silla de ruedas y padece fatiga crónica.
Pero a una década del ataque en lugar de centrarse en lo que no puede hacer concentra sus energías en lo que sí puede conseguir, por eso participa en una campaña para prevenir la violencia alimentada por el consumo de alcohol, con la que da charlas en escuelas, universidades y centros de juveniles.
Los cuatro hombres responsables de su ataque fueron encarcelados con condenas entre los nueve meses y los cuatro años.
"El que me pateó la cabeza a quemarropa y con todas sus fuerzas, que casi me mató, ya está libre. ¿Y yo qué? Diez años después todavía estoy cumpliendo sentencia", dijo.
"No quiero que nadie, nadie se quede en la situación en la que me quedé yo y mi familia".