La dura lucha contra el cáncer de mamas de Paula Sáenz a tres meses de tener mellizos
Hacía tres meses que Paula había dado a luz a mellizos cuando le tocó lidiar de repente con una frase que durante meses retumbaría en su cabeza: "PROLONGAR TU VIDA".
Tenía 35 años, tres hijos y un hogar lleno de proyectos.
Ahora, desde el otro lado de la línea telefónica, en Chile, Paula Sáenz me repite esas palabras que oía de los médicos y lo recuerda como una frase aséptica, lejana, que no creía que le estuvieran diciendo a ella.
Sin preaviso, lo que parecía un insignificante "quiste de leche" se transformó en un cáncer de mama con metástasis en los ganglios.
Uno más de los 1,7 millones de casos nuevos de cáncer de mama que se diagnostican cada año en el mundo, el más común entre las mujeres y también uno de los más letales.
Pero Paula solo lloró un rato en el momento de la noticia, junto a su pareja.
Las tres semanas siguientes se las pasó como "una pelota que va para todos lados, pa'lante y pa'atrás, llena de información".
Cuenta Paula, que es productora freelance de televisión, que por primera vez en su vida necesitó comprarse una agenda para anotar todas las citas médicas y exámenes que se tenía que hacer.
"Te cambia la película. De repente te metes en un mundo que... yo no lo podía creer".
"Yo decía pero, ¿por qué me hablan de "prolongar tu vida" si yo no me puedo morir?, ¡yo tengo muchas cosas que hacer!".
A los 20 días del diagnóstico Paula se sometió a una cirugía en la que le sacaron "un pedazo" del pecho.
Otros 20 días después empezó la quimioterapia.
El fantasma de la muerte
Con la palabra cáncer, "que es tan grotesca", dice Paula, empezaron todas las fantasías de la muerte.
Pensaba "voy a dejar a estos tres niños chicos... qué va a ser de mis hijos... no los voy a ver crecer... no los voy a ver en el acto del colegio...".
Y le daba vueltas a la ironía de su reciente maternidad: "¿Para qué haberlos parido si al tiro me voy?".
Cuenta que estaba muy asustada con la muerte porque nunca escuchó de un médico que iba a estar bien.
"Nunca me dijeron que me iba a sanar", recuerda.
"Me decían: 'Todo esto lo estamos haciendo para intentar prolongar tu vida', esa frase que a mi tanto me llamaba la atención".
Pelo en la boca
Tras la operación, Paula tuvo que hacer ocho sesiones de quimioterapia, un tratamiento del que poco sabía, solo que a la gente se le caía el pelo.
"Las primeras cuatro sesiones eran de las que te matan", recuerda, de esas "que te botan, que te dejan con náuseas, sin energía para nada".
"Las siguientes eran de las que no te sientes tan mal pero te dan unos dolores fortísimos en los huesos. Así me las describieron y así fueron".
"Al principio no me sentía mal y pensé que lo iba a lograr pero uno se demora dos días y te bota, definitivamente".
"Y empezó paulatinamente a soltárseme el pelo".
"En la mañana me levantaba y estaba la almohada llena de pelo... y entonces me lo corté muy cortito".
"Pero era muy insoportable. Tenía todo el día pelo en la boca, en la ropa...".
Paula aprovechó que su hijo mayor, de 3 años, tenía piojos para decirle que se iban a rapar el pelo juntos. Y como su pareja también era pelado y los mellizos también, "éramos la familia pelada".
"En eso funcionó perfecto la estrategia", comenta con humor.
Pero "lo de la caída del pelo es bien impactante para el resto".
"Una amiga me trajo de Londres uno pañuelos superbonitos, supermodernos, que se ponían de una manera distinta, un poquito más hippies... y con eso andaba yo todos los días, nunca salía a la calle con la cabellera pelada".
"Pero más que miedo a cómo me iba a ver yo, tenía miedo de cómo me iban a ver los otros", reflexiona, porque "pensaba que la gente se iba a impresionar, se iba a impactar, van a pensar que yo estoy muy mal...".
"Yo no quiero que me vean mal, porque yo estoy fuerte, yo tengo ganas, yo voy a hacerla".
"Yo no quiero seguir"
Pero el tratamiento con quimioterapia se le hizo a Paula interminable.
Empezó a sentirse muy desganada y llegó un punto en el que le dijo a su marido "yo no quiero seguir".
Le bajaron tanto las defensas que no podía estar cerca de sus hijos para que no la contagiaran de nada.
"A mi hijo le dio la escarlatina y yo lo veía pasar por la ranura de mi puerta".
Paula se decía a sí misma que solo tenía que aguantar un poco más, "esconder la cabeza y aguantar esta".
Pero todavía le quedaba un camino largo: la segunda parte de la quimio, la radioterapia y cinco años más de hormonoterapia.
Fue ahí cuando acudió al psicólogo para que le ayudara a manejar lo que le estaba pasando, porque "solo aguantando no lo iba a lograr".
"Huesos que no sabía que existían"
Con la segunda parte de la quimio sintió tanto dolor que hasta se incomoda al recordarlo.
"Me dolieron huesos que no sabía que existían y que me aparecieron porque me dolían".
"Desde los dientes, el cráneo, la cara... todo, todo me dolía".
Después empezaron varios meses de radioterapia diaria, que comparado con la quimio "no es nada", comenta.
Paula siente que volvió a vivir aproximadamente un año después de su diagnóstico inicial.
"Empecé a trabajar, que era lo que yo más necesitaba también. Necesitaba el dinero y necesitaba salir".
Pero aún le quedaban cinco años más de un tratamiento hormonal que ella describe como "horrible" pero al que se acabó acostumbrando.
"Te acostumbras a vivir horrible. Es como una menopausia de cinco años: los bochornos, la baja líbido, la gordura, el bajo de ánimo...".
Seis años después del diagnóstico... "¡Florecí, po!"
Después de la terapia hormonal, Paula siente que su cuerpo empezó a volver a su estado natural.
"Y de ahí en adelante... ¡Florecí, po!".
"Pero es muy loco porque cuanto terminas tu tratamiento y te dicen 'ya está, ya no hay nada más que hacer', te quedas a la deriva".
"Yo estaba muy aterrada. Quería seguir haciéndome quimio porque pensaba que eso me iba a mejorar más".
"De repente me sentía como desprotegida".
Y durante los primeros tres o cuatro años Paula le tenía terror a los exámenes anuales en los que tenía que revisar su estado de salud. "Lo viví supermal. Tenía mucho miedo, mucho miedo".
Afortunadamente todos fueron positivos, pero aún así Paula no le pudo decir adiós a la enfermedad.
Vuelta a empezar, pero del otro lado
"Cuatro años después de mi cáncer le dio el mismo cáncer de mama a mi madre".
Tenía 71 años y a ella sí le sacaron la mama completa.
"Eso fue muy, muy aterrador para mí, saber que ella iba a pasar por lo mismo que yo pasé. Me volvieron los fantasmas del pasado... me costó mucho".
"Yo la acompañé cuando se hizo la primera quimio, y no pude estar ahí con ella, el olor es tan fuerte, tan característico, que me tuve que salir y dejarla sola..."
"Entendí y sentí lo difícil que es para 'el otro' tener a alguien cercano con cáncer, entendí lo que sufrió y se preocupó mi familia".
Hace 13 años que Paula empezó esta odisea.
Nunca se hizo un examen genético para saber si es portadora de alguna mutación del gen BRCA, apodado "el gen de Angelina Jolie", asociado a un mayor riesgo de cáncer de mama.
Pero su hija Sofía, ahora adolescente, sabe que siempre tiene que estar atenta a cualquier cambio que note en sus mamas.
"Pero no le tenemos miedo a nada... ese es el espíritu!".
Además, "no es todo tan oscuro", matiza Paula. "Pasan cosas lindas con estas enfermedades también".
"Te ayuda gente que no te esperas que te ayude, conoces mejor a tus amigos, ves como tu gente, tu familia y amigos se mueven por ti".
Además de esa energía positiva que recibió, Paula cree que lo que le pasó le ayudó a entenderse y a conocerse mejor.
"Yo no soy la misma. No soy muy distinta tampoco, pero tuve un cambio de giro superpotente".
"Esta experiencia solo te puede ayudar a ser mejor".
Ahora se hace revisiones anuales, "quizás con más susto que otras mujeres, pero mucho más relajada. Ni ando asustada ni pienso que los exámenes me van a a dar mal... para mí es como un trámite".
Todavía le cuesta vestirse porque dice que sus mamas "son muy raras", una más pequeña que la otra por la operación. Pero eso es algo que no le afectó demasiado a su autoestima ni a su identidad como mujer.
"Hoy día yo no me pierdo ni un acto del colegio de mis hijos. Ninguno. Esté donde esté, tenga el trabajo que tenga, no me lo pierdo".
Tras despedirnos, la línea se quedó conectada unos segundos más y escuché sin quererlo cómo al colgar Paula daba un respiro grande y profundo que me conmovió a 11.700 km de distancia.
Me sonó a alivio, a una exhalación de mil emociones, de mil recuerdos.
Al rato, por mail, me dijo "a mí también me hace bien hablar de esto".