La segunda piel invisible que todos tenemos hace mucho más que protegernos del mundo exterior
¿Alguna vez te sentiste incómodo o incómoda porque algún desconocido se te sentó demasiado cerca o alguien -incluso alguien que conoces- se te puso a hablar a centímetros de tu cara?
Nos ha pasado a todos y no es algo imaginario: el espacio personal es real. Y no solo es real, es necesario para poder interactuar con normalidad.
En su nuevo libro "The Spaces Between Us" (Los espacios entre nosotros) el psicólogo y neurocientífico de la Universidad de Princeton Michael Graziano explica que lo que llamamos espacio personal es en realidad algo similar a un campo de fuerza.
"Es un mecanismo básico que crea nuestro cerebro, sin el cual no podríamos funcionar en el mundo", le dijo a BBC Mundo.
Los expertos empezaron a estudiar el fenómeno en animales. Se dieron cuenta de que los animales se evitan unos a otros, en especial a los predadores.
"Actúan como si hubiera un espacio invisible que los rodea y cualquier cosa que entra en ese espacio es considerado una amenaza potencial, que lleva a que el animal retroceda", explicó Graziano.
Los primeros estudios en humanos, en los años '60 y '70, abordaron la cuestión desde el punto de vista psicológico.
Fue en años más recientes que la neurociencia se dio cuenta de que el espacio personal tiene un fundamento biológico.
Cómo funciona
Neurocientíficos como Graziano descubrieron que en el cerebro hay neuronas específicas que son responsables de vigilar el espacio alrededor de distintas partes de nuestro cuerpo.
La cara es la zona con mayor vigilancia: distintas neuronas protegen distintas secciones. Le siguen los brazos.
¿Cómo sabe el cerebro cuando alguien ha invadido nuestro espacio personal?
No es por percepción extrasensorial. "El sistema se basa en la información que llega por los sentidos, en especial la vista, incluso lo que vemos de manera inconsciente", afirmó Graziano en referencia a la visión periférica.
Pero el mecanismo también se activa con la memoria.
"Estudiamos ciertas neuronas que se encargan de vigilar los objetos que están cerca del cuerpo. Luego apagamos la luz y vimos que incluso en medio de la oscuridad -e incluso si retirábamos los objetos- las neuronas protectoras seguían activas", señaló el experto.
Para ser menos torpes
Este mecanismo va más allá de garantizar nuestra seguridad e integridad física.
También es necesario para poder funcionar coordinadamente en el mundo.
Por ejemplo, sin esta segunda piel invisible que nos permite percibir aquello que nos rodea seguramente golpearíamos nuestros hombros contra el marco cada vez que atravesamos una puerta o no podríamos manejarnos en una oficina llena de objetos.
Según Graziano, los seres humanos directamente no hubiéramos podido desarrollar el uso de herramientas si no tuviéramos este sistema de monitoreo neuronal que nos ayuda a entender dónde están las cosas en relación con nuestro cuerpo.
Si bien todos nacemos con este concepto de espacio personal ya integrado -es decir, no es una conducta aprendida- los expertos han visto que puede ser modificado por diferencias culturales.
Eso explica, seguramente, por qué en los países latinoamericanos la gente se saluda y abraza más, una conducta que en muchos países sajones sería considerada una violación del espacio personal.
Trump
También la personalidad puede influir en cuán grande o pequeño es ese espacio personal.
Sorprendentemente, contra lo que podría sonar lógico, las personalidades más fuertes o aquellos de estatus más alto tienden a tener espacios personales más chicos.
El ejemplo perfecto es Donald Trump, "probablemente una de las personas con el espacio personal más pequeño en el mundo hoy", según Graziano.
El presidente de Estados Unidos ha sido criticado muchas veces por encimarse mucho a otras personas, violando sus espacios personales.
Según Graziano esa conducta muestra que el mandatario se siente muy seguro de sí mismo y no teme ser invadido por otros.
En cambio las personas de carácter nervioso o de bajo estatus suelen necesitar mucho espacio a su alrededor para sentirse seguros.
Ping pong
En su libro, Graziano cuenta cómo pudo rastrear el origen neuronal de lo que llamamos espacio personal.
Lo hizo analizando el comportamiento de monos. Con ayuda de un robot, colocó pelotas de ping pong a distintas distancias de los primates y así pudo ir identificando, una a una, las neuronas que se activaban con cada acercamiento.
Su trabajo permite entender un mecanismo que parece ser clave en nuestra interacción con el mundo.
Podría servir para ayudar a quienes, debido a problemas en su desarrollo, les cuesta procesar el espacio que los rodea y no pueden interactuar con objetos de manera coordinada.
Pero Graziano cree que esta información también podría ser muy útil en un mundo futuro en el que el ser humano convivirá con la inteligencia artificial.
"Si quieres construir un robot que tiene que llevarse bien con las personas tendrá que tener su propio espacio personal y entender el nuestro", señaló.