La historia de la pionera Eloísa Díaz, la primera cirujana de Latinoamérica
Se graduó como médica en 1887, más de siete décadas antes de que las mujeres de su país pudieran votar.
Se llamaba Eloísa Díaz Insunza, era chilena y esta semana se cumplieron 152 años de su nacimiento.
El hecho fue destacado por Google, que el 25 de junio homenajeó a la primera cirujana de América Latina con uno de sus famosos "doodles" o dibujos que adornan a su buscador.
La proeza de Díaz, que fue la primera mujer en graduarse de la Universidad de Chile, se torna aún más increíble si consideramos las limitaciones que aún hoy sufren muchas mujeres en el mundo.
Sin ir más lejos, el homenaje a esta pionera coincidió con la noticia de que las mujeres en Arabia Saudita podían conducir solas por primera vez en la historia.
Incluso en los países desarrollados hay movimientos de mujeres que siguen luchando contra las desigualdades de género, como el abuso sexual y la brecha salarial.
De hecho, en Chile mismo hoy día sigue habiendo una diferencia de más del 20% entre lo que ganan los hombres y las mujeres, según los datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Este contexto sirve para entender el enorme esfuerzo y la gran valentía que supuso el logro de Eloísa Díaz.
Decreto Amunátegui
En la segunda mitad del siglo XIX, cuando nació Díaz, las mujeres en Chile solo podían asistir al colegio primario y a la Escuela Normal de Preceptoras, que era dirigida por religiosas.
Recién en las últimas décadas del siglo tuvieron acceso a los primeros liceos.
Pero el gran salto llegó el 6 de febrero de 1877 cuando se dictó el llamado decreto Amunátegui.
El decreto, dictado por el presidente Aníbal Pinto y firmado por el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Miguel Luis Amunátegui, autorizó a las mujeres chilenas a cursar estudios universitarios.
Díaz, que tenía 11 años cuando se tomó aquella histórica decisión, fue una de las primeras mujeres que aprovechó el nuevo acceso a la educación superior.
Brillante
Desde niña sobresalió por su brillantez académica.
Tras haber cursado la escuela en la capital, Santiago, donde nació, rindió su examen de bachiller con solo 15 años. Fue aprobada por unanimidad.
En 1880, tres años después del decreto Amunátegui, postuló a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, instituto que había sido creado cuatro décadas antes.
No fue la única mujer que entró a la carrera de Medicina: Ernestina Pérez fue otra pionera que estudió a la par y terminaría también graduándose como cirujana una semana después de Díaz.
No fue fácil para ellas. A pesar de que se les había dado acceso aún debían enfrentar limitaciones.
Tuvieron que asistir a clases acompañadas por sus madres, debido a los prejuicios de la época.
Y algunas versiones históricas señalan que cuando estudiaban anatomía se las separaba de los hombres por un biombo.
Con todo, ambas lograron graduarse en 1886, obteniendo su título profesional un año más tarde.
Díaz presentó como tesis un manuscrito titulado "Breves observaciones sobre la aparición de la pubertad en la mujer chilena y las predisposiciones patológicas del sexo", que publicaría en La Revista Médica de Chile y en Los Anales de la Universidad de Chile.
Fuerte compromiso social
Como médica, Díaz hizo importantes aportes a la medicina social.
Empezó su carrera profesional como ayudante en una clínica de ginecología y en 1891 se integró al plantel médico del hospital San Borja.
Pero su foco pasarían a ser los niños. Ejerció como profesora y médica en la Escuela Normal de Preceptores del Sur, lo que le permitió convertirse en una experta en las condiciones higiénicas en los colegios de su país.
En 1898 fue nombrada Inspectora Médica Escolar de Santiago y en 1911 se convirtió en la primera mujer en ocupar ese cargo a nivel nacional, como directora del Servicio Médico Escolar de Chile.
Cumplió esa función durante 30 años.
Su principal batalla fue que se establezca el desayuno escolar obligatorio. Incluso aportó dinero de su propio bolsillo para este fin.
También luchó por la vacunación masiva de escolares y se enfocó en terminar con el raquitismo y la tuberculosis.
Además, fundó jardines de infancia, policlínicas para personas de menores recursos y colonias escolares gratuitas.
Mujer ilustre
Recibió su máxima distinción en 1910, en Buenos Aires, donde concurrió como parte de la delegación chilena que participó del Congreso Científico Internacional de Medicina e Higiene.
Allí sus pares la nombraron "Mujer ilustre de América" por su trayectoria y su lucha incansable por los niños.
A pesar de su enorme prestigio y sus generosos aportes a su sociedad, Díaz terminó su vida pobre y olvidada.
Tras retirarse, a los 60 años, padeció una larga enfermedad y murió en un hospital de su ciudad natal, 25 años más tarde, en 1950. Tenía 84 años.