La escena era más o menos así. 20:30 horas y Two Door Cinema Club terminaba su espectáculo en Lollapalooza Chile. Ahora, la ruta indicaba hacia el otro extremo, donde el Itaú Stage se preparaba para recibir el debut en nuestro país de The Weeknd. Y los espectadores que terminaban de ubicarse quedaban más cerca del escenario contrario. Nadie quería perderse el primer concierto del canadiense Abel Tesfaye. 

El nacido en Ontario es un fenómeno, uno de los últimos de la industria musical. Queda demostrado en los tipos de públicos que estaban pendiente de su show: desde niños pequeños con poleras con su rostro hasta los adolescentes de la generación Spotify. 

The Weeknd ha sabido conjugar su estatus de estrella del pop -incluso, considerado por varios como uno de los sucesores de Michael Jackson- con sus propias influencias. 

Pasa del R&B de corte electrónico en la oscura apertura de "Starboy" (single que da nombre a su último trabajo de 2016) y saca hits de pasarela como "False alarm" y "Can't feel my face", ayudado por proyecciones espaciales en las pantallas y el coro de un público que no se resiste a sus encantos. 

Pero, a la vez, se da el lujo de disparar rimas traídas del ghetto en "Low life" y "Six feet under", en esa parte de su catálogo que incluye colaboraciones con pesos pesados del rap como Future y Kendrick Lamar. 

Todo gracias a la noche como el eje que ajusta su relato. 

The Weeknd mide el pulso nocturno con maestría, se mueve entre las sombras, se pasea por todo el ancho del escenario con soltura y saca del repertorio unos pasos de baile aprendidos del "Rey del pop", dejando varios corazones rotos en el camino. 

Tantos como al interpretar "Earned it (Fifty shades of Grey)" -original de la película "Cincuenta sombras de Grey" con la que estuvo nominado a un premio Oscar- o una endemoniada "The hills", con fuego en las pantallas, y que en el Lollapalooza pasado fue cantada por Eminem. 

Ese es el nivel de impacto que genera su figura. 

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