Hombres y mujeres han buscado largo y tendido la fuente de la juventud, el significado de la vida y el secreto de la felicidad.

Pues, bien, la juventud siempre se esfuma, la vida continúa siendo un misterio pero el secreto de la felicidad, parece, finalmente ha sido descubierto.

Según Adam Gopnik, es el yogurt con sabor a vainilla.

No es una broma y, a continuación, el escritor y ensayista estadounidense nos explica por qué.

Respuesta hedonista

Creerías que la gente no responde emocionalmente cuando come yogurt, que comer yogurt es una manera de evitar cualquier respuesta emocional.

Se podría argumentar que el yogurt es el alimento de desayuno que genera menos sentimientos, muy rezagado de la excitante emoción o cumbres hedonistas que se logran con tostadas, tocineta o mermelada.

Una respuesta emocional al yogurt.

Una vez estuve en una boda donde los novios intercambiaron mermeladas durante la ceremonia (ocurrió en California, naturalmente, pero en realidad fue así).

Nadie hace eso con yogurt.

Resulta que a mí me gusta el yogurt griego al desayuno, pero es algo que me ocupa mientras mi esposa habla de sus sueños, sus síntomas y sus planes. Luego, nuestro perrito puede lamer el residuo que queda en la taza de plástico.

Es un ritual que no tiene nada de romántico.

No obstante, un equipo de científicos de Austria, Finlandia y Holanda, ha dedicado estos oscuros días de invierno a investigar las respuestas emocionales de personas cuando comen diferentes tipos de yogurt.

Encontraron que, mientras los sabores de frutas en el yogurt no tenían impacto en la felicidad de nadie, sí había "una marcada respuesta hedonista a la vainilla".

Extracto de vainilla, bueno para oler, horroroso para beber.

El comer yogurt de vainilla hacía a la gente feliz.

Debo aclarar que ellos utilizaron una vieja técnica para medir la felicidad de sus participantes.

Preguntarle a la gente cómo se siente cuando consume algo, aparentemente es demasiado fácil. Es un principio de la psicología que la gente busca satisfacer a los psicólogos diciendo lo que creen que éstos quieren escuchar.

Lo que los psicólogos hicieron, en cambio, fue mostrarles a las personas fotografías de personas aparentemente aleatorias y les preguntaron a los participantes qué tan felices creían que eran los de las fotos.

Parece ser también que otro principio de la psicología es que proyectamos sobre otros –o las fotografías de otros- lo que nosotros mismos sentimos.

Expectativa y sorpresa

En todo caso, los investigadores quisieron profundizar más sobre el tema. ¿Por qué el yogurt de vainilla hacía a la gente más feliz?

Eso fue cuando el tema se amplió y empezó a abordar asuntos mayores que la misma felicidad y sus claves.

Una explicación simple es que la vainilla simplemente es, por naturaleza, agradable. Desde hace tiempo se sabe que el aroma de vainilla en las salas de espera de los hospitales calma a los pacientes y los hace más felices.

¿Será mejor la experiencia en una sala de espera de un hospital si huele a vainilla?

Personalmente no he notado el olor a vainilla en un hospital. Los cuartos de los hospitales tienen olor a cuartos de hospital, pero eso es lo que dice el estudio.

Y no es ningún accidente que el olor a vainilla es, por así decirlo, el aroma básico de nuestras vidas. Durante largo tiempo ha sido considerado instintivamente como el sabor más delicadamente placentero.

La otra teoría es que lo que estaba haciendo a los participantes del experimento tan felices no era simplemente el aroma y sabor de la vainilla. Era que no se les había informado por adelantado qué era lo que iban a comer.

Habían visto una sustancia blanca en un tazón y presumieron que lo que iban a comer era yogurt simple sin aderezos.

Al probarlo, descubrieron que sabía a vainilla, y su placer aumentó con la sorpresa de que no sabía a yogurt simple sino a yogurt de vainilla.

El elemento de placer inesperado fue el secreto. El secreto de la felicidad no fue comer yogurt de vainilla, fue el no esperar comer yogurt de vainilla y luego comerlo.

Cualidades intrínsecas

Me imagino que se han dado cuenta, como yo, que ningún experimento de comida, o ninguna otra cosa, ha demostrado tan claramente los dilemas y secretos de toda la estética, erotismo y filosofía del placer.

Todos los argumentos de lo que nos trae placer en el arte, en la cama y en la vida tienen que ver cuestionamientos relacionados al yogurt de vainilla.

¿Qué es lo que nos hace admirar un cuadro como la Mona Lisa?

¿Son las cualidades intrínsecas de algo más poderosas que el contexto en el que lo percibimos? O, ¿serán esas que llamamos propiedades intrínsecas solo el efecto de la expectativa y la sorpresa?

¿Admiramos un cuadro famoso porque es intrínsecamente bello o porque nos han persuadido nuestras expectativas de que así lo debemos ver?

Tomemos, por ejemplo, el cuadro de la Mona Lisa. En el siglo XIX, el punto de vista de los estetas, popular con críticos como Walter Pater, sostenía que era una imagen intrínsecamente bella y misteriosa; esas manos lánguidas, esas montañas azules, esa sonrisa.

El otro punto de vista, manifestado en nuestra época por el historiador EH Gombrich y sus discípulos, es que todas esas sobrias y serias mujeres italianas tuvieron que haber precedido a la Mona Lisa para que ésta tuviera el efecto que tiene.

Contra todas esas expectativas de sobriedad, una sutil sonrisa crea el máximo misterio.

Una pequeña sonrisa deleita cuando no ha habido una antes. Nuestras mentes están preparadas para nada y, de pronto, reciben vainilla y somos felices.

Teóricos de la música dicen algo similar: que el abrumador efecto emocional de la música no surge de los sonidos mismos sino de la expectativa de nuestros oídos.

Escuchamos los acordes de do menor de la Quinta Sinfonía de Beethoven como extremos porque para nuestras mentes do mayor es lo normal. El acorde mismo no es nada, nuestras expectativas los son todo.

El contexto engañoso

El sexo, por supuesto, es el mayor escenario de estos efectos.

La verdad es que mantenemos la llama de nuestros matrimonios mediante una habilidad de persuadir con sabores de yogurt.

Una segunda luna de miel le pone "sabor" al matrimonio.

Parecería curioso insistir en que tenemos que fingir que lo que estamos a punto de comer no es vainilla para poder disfrutar del hecho de que sí es vainilla pero, la verdad, es que hacemos eso todo el tiempo.

Intentamos crear una circunstancia en la que no sabemos cuál es el sabor de algo cuyo sabor conocemos muy bien, o suficientemente bien.

Una segunda luna de miel, una escapadita de fin de semana, son ejemplos del poder que tiene un contexto inventado.

Invertimos dinero en pasajes de avión, en tiendas de lencería erótica, en la farmacia o en la estantería de colonias para hombre; todo para crear un contexto de lo desconocido, de la incertidumbre.

¿Qué sabor, por decir algo, tendrá este yogurt? Pues, bien, es de vainilla pero, al convencernos de la fantasía de no saberlo, la vainilla es suficiente para hacernos felices otra vez.

De manera que el yogurt de vainilla por sí solo no es la clave de la felicidad; es el no saber lo que vamos a probar o fingir no saberlo y "descubrir" que es vainilla.

Lo que deberíamos rociar en las salas de espera de los hospitales es el aroma de la sorpresa o, por lo menos, deberíamos dejar la sala inodora, día tras días, si sólo para sorprender a los pacientes una mañana con el olor a vainilla.

Dulzura inesperada

Image copyrightAlamy
Image captionVainilla sin azúcar no es nada.

Desde que leí este estudio he estado comiendo yogurt de desayuno, esperando lograr ser feliz.

Y, ahora, estoy preparado para anunciar que la verdad del asunto es completamente diferente de lo que los psicólogos sugieren.

Pues la verdad, vergonzosamente ocultada por los científicos austríacos, finlandeses y holandeses, es que el yogurt de vainilla no contiene sólo vainilla. El yogurt de vainilla es, por encima de todo… dulce.

Siempre contiene azúcar y es ese azúcar adicional, tanto como el aroma de vainilla, que nos toma tanto por sorpresa a las ocho de la mañana y nos hace felices. La vainilla es una oportunista.

Una vez, de niño, estaba tan intoxicado por el aroma del extracto de vainilla que mi madre usaba en su repostería que entré a hurtadillas a la despensa de la cocina, encontré la botellita, la abrí y tomé un sorbo de lo que esperaba sería un trago delirante.

Era asqueroso, amargo y alcohólico. Todavía me queda el sabor en la boca.

Pero me enseñó una verdad; que el placer es engañoso y compuesto. Pues el aroma de vainilla no es nada sin el azúcar en el postre.

Todas nuestras vidas soñamos con lo dulce y quedamos alegremente sorprendidos cuando llega sin aviso.

Los poetas han conocido esta verdad durante siglos. Nuestros cuerpos y almas no desean solamente lo novedoso. Desean néctar, que nos llegue inesperadamente.

La vida tiene un secreto y la felicidad una clave. Pero no se encuentran en un aroma, ni siquiera en una sorpresa aromatizada.

La clave de la felicidad siempre es la misma y no es ni vainilla, ni la sorpresa sola.

El secreto es la dulzura inesperada.

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