Cuenta la filósofa italiana Gloria Origgi que hace unos años se descubrió en el sur de Italia un negocio fraudulento de aceite de oliva adulterado.

La empresa mezclaba aceite de avellana con aceite de girasol y vendía la mezcla bajo la etiqueta de "aceite de oliva extra virgen".

Cuando acusaron de fraude al director de la compañía, éste no entendía el revuelo.

Gracias a su empresa, la gente podía comprar aceite con la etiqueta "extra virgen" a un precio razonable, muy por debajo del precio del aceite de esas características.

No importaba que el aceite no fuera el que anunciaba la etiqueta: el intercambio era beneficioso para todos. "Ellos fingen que compran aceite de oliva y tú pretendes que lo vendes", justificó.

Todos hemos experimentado alguna vez una preferencia similar por los intercambios de baja calidad, o mediocres, pero Origgi y el sociólogo Diego Gambetta conceptualizaron la idea y le pusieron un nombre: "kakonomía".

La palabra viene del griego y se puede traducir en algo así como la "economía de lo malo".

La kakonomía va en contra de la creencia generalizada de que siempre esperamos lo mejor, tanto de las organizaciones para las que trabajamos como de nuestros amigos o de nuestras parejas.

"La vida es dura. Estamos sometidos a mucha presión. A veces preferimos hacer menos y que el otro también haga menos", le explica a BBC Mundo Origgi, investigadora de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, en París.

Hacer lo menos posible…

Por ejemplo, un profesorprefiere tener un alumno de doctorado que no trabaje muy duro, así él no tiene que dedicar tanto tiempo a leer lo que el alumno escribe.

El alumno también lo prefiere porque así no tiene que esforzarse tanto.

Al final, el estudiante recibe un título de una universidad que pretende ser exigente (pero no lo es) y prestigiosa, y todos están contentos.

Origgi y Gambetta adaptaron su concepto de un área de la economía, luego aplicada a muchas otras disciplinas, conocida como teoría de juegos, pero dando la vuelta a sus supuestos.

La teoría de juegos suele asumir que en cualquier intercambio la gente siempre se comporta de forma racional y egoísta, maximizando sus beneficios y minimizando los costes.

Y aunque algunos admiten la existencia del altruismo, en realidad casi todos comparten la idea de que siempre esperamos que los otros den lo mejor de sí mismos, aunque nosotros no lo hagamos.

Pero Origgi y Gambetta, profesor de Teoría Social en al Instituto Universitario de Florencia, rompieron con esta idea: a veces, queremos dar menos y que el otro haga lo mismo.

La razón, obvia, es que no queremos quedar en evidencia, sentirnos culpables o que el comportamiento del otro nos avergüence.

Yo confío en que no vas a cumplir tu promesa porque quiero sentirme con libertad de no cumplir con la mía y no sentirme mal por ello.

Lo que lo hace interesante es que la kakonomía funciona siempre con un doble acuerdo: el explícito, de alto nivel y alta calidad, y un pacto implícito, de bajo nivel, porque esto es lo más beneficioso para todos.

Pero si una de las dos partes lo incumple (por ejemplo, el alumno de pronto se pone a trabajar duro; o la persona que siempre llega tarde un día decide llegar puntual) la otra parte lo percibirá como una ruptura de confianza.

En grupos amplios, es posible que esa persona acabe siendo aislada y apartada.

Una forma de poder blando

Por eso, la kakonomía está más extendida en sociedades donde los contactos interpersonales son más intensos.

"En las sociedades individualistas donde los acuerdos dependen solo de tu propio compromiso y no del comportamiento de los demás, rebajar los estándares o la calidad es mucho más difícil", explica Origgi.

Por eso, no es coincidencia que los creadores del concepto sean ambos italianos, porque la kakonomía está más extendida en los países latinos, afirman.

La kakonomía necesita que los miembros del grupo se conozcan bien y sepan calcular cuáles son los términos de ese acuerdo no implícito.

A largo plazo, la kakonomía genera carteles: grupos de personas que se cierran y se protegen entre ellas para conservar sus privilegios.

Y, a nivel general, extiende los resultados decepcionantes y la mediocridad a lo largo de las organizaciones y los grupos sociales.

Pero la kakonomía, opina Origgi, no siempre es nociva.

Históricamente se pueden encontrar ejemplos en los que sin oponerse abiertamente a las normas, la sociedad las aplicó con laxitud y esto fue beneficioso.

Origgi y Gambetta ponen como ejemplo la actitud de los italianos con respecto a los judíos en la Italia dirigida por Benito Mussolini.

"Algunas veces los estándares son injustos y la kakonomía es una forma de poder blando de los débiles", relata Origgi.

Otro ejemplo lo obtuvieron de una amiga estadounidense que vivía en Italia y decidió hacer obras en su casa.

"Los obreros italianos nunca entregan lo que prometieron, pero lo bueno es que tampoco esperan que les pagues lo que prometiste", les dijo un día.

Aun más importante, la kakonomía es lo que nos permite vivir con flexibilidad y ser un poco mediocres de vez en cuando.

"El mundo sería terrible si se nos juzgara mal porque no podemos permitirnos un cierto estándar o si no supiéramos lidiar con la mediocridad", concluye la filósofa.

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