Marina Popovic era una adolescente cuando se empecinó en ser piloto de avión; Rusia venía saliendo de la pesadilla Nazi, y ella quería seguir el ejemplo de las mujeres que se habían sumado a la lucha aérea. Pero era muy pequeña, primero, porque apenas rozaba el metro cincuenta de estatura, por lo que ni alcanzaba los pedales; y, segundo, después de la guerra las mujeres fueron nuevamente vetadas de pilotear aviones.
Pero Marina Lavrentyevna Vasilyeva, no se rendía fácil. A los 16 años ya tenía la altura suficiente -1.51- para dedicarse a su sueño, y fue a hablar con un militar de alto rango para que abogara por ella, y poder entrar a la escuela de aviación; le dijo que tenía seis años más de su verdadera edad. Y lo logró.
Desde entonces aprendió rápido y se volvió en una de las pilotos más destacadas de su país. Fue de hecho reclutada como una de las mujeres candidatas a ser la primera cosmonauta, pero tras dos meses de entrenamiento, se eligió en vez a Valentina Tereshkova para que hiciera la hazaña. Marina ya estaba casada con Pavel Popovich, el mismo un cosmonauta, y quien fue el padre de sus dos hijas.
Luego Marina se convirtió en piloto de prueba militar, y así rompió más de cien récords de aviación, al mando de cuarenta tipos de aeronave diferentes. En 1964, se convirtió en la primera mujer soviética –y en la tercera en el mundo- en romper la barrera del sonido piloteando un MiG-21, lo que la hizo ser conocida como “Madame Mig”.
Se retiró de la vida de piloto en los años 80, y recibió durante su vida decenas de condecoraciones de su país. Luego, se dedicó a escribir, y publicó una decena de libros, y dos guiones cinematográficos.
Los últimos años de su vida estuvieron dedicados a su última pasión: la ufología. Marina Popovich escribió sobre cómo, según ella, tanto los rusos como norteamericanos esconden información sobre las pruebas de vida inteligente en otros planetas.
Murió en noviembre de 2017 y fue enterrada con honores militares en Moscú.