Ahora es común pero en esa cita a ciegas que tuve a principios de los años 90, el que mi acaudalado galán hiciera una llamada telefónica apenas nos subimos al auto me sorprendió, aunque quizás no por la razón que él esperaba.

Era la primera vez en mi vida que tenía tal experiencia.

Cuando terminó su llamada, me preguntó complaciente dónde quería cenar.

Le respondí que en mi casa... y sola.

El personaje sentado al volante quizás quería presumir: en ese entonces eran pocos los que se podían dar el lujo de vivir acompañados constantemente de un teléfono.

Pero a mí me pareció el colmo de la mala educación que a alguien le pareciera bien tener una conversación telefónica, sin que siquiera fuera urgente.

Nunca imaginé cuántas de esas medias conversaciones iba a tener que escuchar de ahí en adelante, cuando los celulares estuvieron al alcance de todos.

Sé que estoy mostrando mi edad y que debo sonar anticuada. Tienen toda la libertad de criticar mi reacción.

Sin embargo, me consuela saber que estaba lejos de ser la primera o la última en opinar que los modales no se tienen que perder sólo porque la tecnología nos abra cada vez más posibilidades.

Mejor que eso: los primeros en tener esa opinión fueron los adorables geeks a los que les apasiona la tecnología.

Red (net) + Etiqueta = netiqueta

La necesidad de un protocolo se hizo evidente mucho antes del advenimiento masivo de los celulares.

En los años 80, los usuarios de Usenet, un sistema global de discusión establecido más de una década antes de que existiera la World Wide Web o Red informática global, enunciaron una serie de normas de comportamiento que debían tenerse en cuenta al mantener contacto "electrónico".

Por varios años, Usenet se usaba casi exclusivamente en universidades, así que cada septiembre, llegaban nuevos estudiantes, que recibían acceso al sistema así como las reglas de netiqueta.

Estas son algunas de ellas:

Todo iba relativamente bien: los novatos aprendían a comportarse como dictaban las normas y le pasaban el conocimiento a los que llegaban después, siempre en el mismo mes.

Pero en septiembre de 1993 el servicio de internet America Online (AOL) empezó a ofrecer Usenet a sus muchos usuarios.

Desde entonces, el torrente de nuevos usuarios no ha cesado, por lo que el selecto grupo pre-AOL denomina a los nuevos usuarios como el Septiembre Eterno o El septiembre que nunca terminó.

La nostalgia de esa época en la que los novatos llegaban sólo una vez al año y recibían -y cumplían- instrucciones está plasmada en el sitio web www.eternal-september.org en el que un calendario suspendido en ese mes de ese año cuenta el número de días desde ese pequeño apocalipsis.

De manera que este domingo 8 de abril de 2016, en la Era del Septiembre Eterno es domingo 8.258 de septiembre de 1993.

De "no pongas los codos en la mesa" a "no pongas el celular en la mesa"

Hora de comer...

Como ya es historia, durante esos más de 8.000 días que pasaron desde aquel septiembre, la tecnología siguió dándonos maneras previamente inimaginables de estar en contacto con conocidos y extraños.

A medida que los artilugios se iban multiplicando, nacían nuevas formas de ser descorteses, aunque nos esforcemos por no serlo.

El timbre del teléfono, por ejemplo, a veces nos deja entre la espada y la pared: ¿será feo que rechace la llamada sólo porque estoy con alguien? ¿Qué haces si es fundamental contestar pero tu amiga está al frente en un mar de lágrimas?

Eso cuando lo pensamos, pues hay que aceptar que no siempre nos detenemos a hacerlo. Hemos formado algunos hábitos que no son buenas costumbres.

Quizás por ello no es raro encontrar intentos de establecer un código de Tecniqueta, con muchos deseosos de contribuir con sus reglas.

¿Qué tal estas, sugeridas recientemente por John Arlidge, periodista de tecnología?

Sin esperar a reglas acordadas, a petición del público, con el paso del tiempo empezaron a haber espacios en los que el uso de ciertas tecnologías no está permitido: algunas bibliotecas, museos, templos de oración y teatros.

En algunos trenes hay "vagones silenciosos", en los que no se puede escuchar música, así sea con audífonos, hablar por teléfono e incluso teclear haciendo ruido.

Y si tienes suerte, además, hasta te puedes topar con anuncios maravillosos en restaurantes del estilo de "Lo sentimos: no tenemos wi-fi. Va a tener que hablarle a la persona con la que vino".

Publicidad