Las tareas del hogar son de esas cosas que debemos hacer sí o sí, salvo que queramos vivir en un chiquero.
Si una persona vive sola, se las arreglará por su cuenta. Pero en el caso de las parejas, se deben distribuir las labores domésticas.
El problema es que, lamentablemente, esto no siempre es así y a veces las mujeres terminan realizando una gran cantidad de tareas que los hombres no notan y, además, discuten que ellos hacen la mitad de todo.
Muchos hombres creen que aportan por igual a que la casa esté limpia, la comida esté lista, los niños hayan hecho sus tareas y estén bañados y acostados, entre muchas otras cosas. Sin embargo, una inmensa mayoría sólo nota cuando algo no está.
Pero, ¿por qué sucede esto?
Según una publicación del diario británico The Guardian, filósofos creen haber descubierto por qué en pleno siglo XXI algunas mujeres continúan asumiendo una cantidad desproporcionada de tareas domésticas y de cuidado de los niños, mientras los hombres creen que realizan la mitad del trabajo.
Tom McClelland y Paulina Sliwa escribieron en la revista Philosophy and Phenomenological Research que la disparidad se debe a la “teoría del cumplimiento”, la idea de experimentar objetos y situaciones con acciones implícitamente asociadas.
“Sugerimos que las disparidades en el trabajo doméstico y de cuidado surgen no solo como resultado de creencias, deseos y sentimientos profundamente arraigados”, dice McClelland.
“Sino también como resultado de diferencias de género en el nivel de percepción: que dos compañeros en el mismo entorno doméstico pueden experimentar panoramas de asequibilidad muy diferentes”, agrega.
La percepción de asequibilidad de género significa que “una pareja casada de diferente sexo, Jack y Jill, por ejemplo, pueden diferir en la forma en que perciben el entorno doméstico: cuando Jill entra en una cocina desordenada, ve tareas por hacer –escribe Sliwa– mientras que estas percepciones no le presentan a Jack una tarea correspondiente”.
“Es muy plausible esperar que Jill termine haciendo una mayor parte de esas tareas”, afirma Sliwa.
“En el transcurso del día, diferencias tan pequeñas se suman rápidamente a disparidades significativas, y Jack sobreestimará sistemáticamente su contribución al trabajo doméstico y también la contribución de Jill”, continúa la visión de los filósofos.
En este caso, la hipótesis de percepción de asequibilidad de género pone a Jill en un “círculo vicioso”, argumenta Sliwa. “Termina esforzándose en hacer la tarea o esforzándose en ignorarla conscientemente. Además, si Jill quiere delegar la tarea a Jack, esto también requiere esfuerzo de su parte”.
McClelland, por su parte, advierte que la percepción de asequibilidad de género no significa que las mujeres no puedan exigirles a sus parejas masculinas.
“La falta de sensibilidad a las posibilidades de las tareas domésticas no es una discapacidad visual; no es como, digamos, daltonismo”, dice.
“En ausencia de la percepción de la capacidad, aún puede razonar su camino hacia lo que se debe hacer”, continúa.
También subraya que “las normas sociales y los panoramas de acceso de los individuos están inextricablemente vinculados: las normas sociales dan forma a los accesos que percibimos”.
Sin embargo, esto no quiere decir que los esfuerzos individuales no son suficientes para cambiar el estado de las cosas.
“La sociedad necesita intervenciones a nivel de políticas, como una licencia parental más prolongada”, afirmó.