Un grupo de científicos halló fragmentos de poliestireno en las entrañas de colémbolos, unos minúsculos antrópodos terrestres, en las costas de la isla Rey Jorge, una de las regiones más contaminadas de la Antártida debido a la presencia de estaciones de investigación científica, infraestructuras militares y del turismo.

Estas micropartículas de plástico ya fueron detectadas en organismos vivos en todos los océanos del mundo, hasta en el fondo de la fosa de las Marianas, en el Pacífico, la más profunda de las que se conocen.

Pero "a menudo se olvida la contaminación terrestre", según los autores del estudio.

Los colémbolos fueron analizados mediante imágenes infrarrojas que permitieron detectar de forma "inequívoca" trazas de poliestireno en los intestinos de estos pequeños animales que pueden saltar como las pulgas.

El hecho de que estos ejemplares, muy presentes en los suelos de la Antártida - que no están recubiertos de hielo y que representan menos de 1% del territorio -, "ingieran microplástico, implica que estos materiales creados por el hombre entraron profundamente en la cadena alimenticia", según los autores.

"El plástico entró en una de las cadenas alimenticias terrestres más recónditas del planeta" y esto "representa un nuevo factor de estrés potencial para los ecosistemas polares que ya hacen frente al cambio climático y al aumento de las actividades humanas", advierten.

Los investigadores destacan el problema específico que plantea el poliestireno expandido, cuya porosa estructura facilita la instalación de musgos y microalgas, que a su vez atraen a otros organismos.

Los efectos de ingerir microplástico entre los animales ya sean marinos o terrestres son objeto de varios estudios en el mundo, que tratan de evaluar el impacto de los productos químicos presentes y de patógenos susceptibles de fijarse en los restos flotantes.

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