Desde el recordado debut en el Monsters Of Rock del 94, donde compartieron escenario con Black Sabbath y los desenmascarados Kiss, que Slayer se siente como una banda local. Y no solo porque Tom Araya haya nacido en esta parte del mundo.

La banda de thrash metal abrazó a buena parte de una generación que hasta "Reign in blood" (1986) —el álbum que los convirtió en leyenda— no se sentía satisfecha con nada, ni social ni política ni musicalmente. Entonces llegó el grupo formado en California como un amigo más que nunca los abandonó. Se perdió a ratos, pero siempre volvió.

Incluso, durante la última década vinieron a saludar por tres años consecutivos —2011 en el Movistar Arena, 2012 en el festival Maquinaria y el 2013 con Iron Maiden en el Estadio Nacional—, aunque ya habían pasado seis años desde la última vez que fueron protagonistas.

La apuesta era mayor. Llegaban a presentar su último disco "Repentless" (2015), el primer lanzamiento después de la muerte de Jeff Hanneman (que alcanzó a componer la letra de la canción 'Piano wire'), y la renovación cayó en el domo mayor del Parque O’Higgins como un puñetazo en el mentón de los 12 mil asistentes.

Slayer - @fotorockchile 

Esa lúgubre introducción llamada "Delusions of saviour", que como tambores de guerra empiezan a enrabiar el ambiente, llega acompañada del tema que da nombre al álbum. 

Paul Bostaph golpea la bateria de manera seca, furiosa, y los riffs endemoniados de Gary Holt y Kerry King se intensifican con cada corte. Y Tom Araya, con la construcción de la nueva placa, calibró su voz como hace años no lo hacía. Sus gritos son atronadores, reales, la mejor interpretación de las líneas que cuentan decadencia y desesperanza por igual.

"Buenas tardes y bienvenidos, ¿van a tener un buen tiempo esta tarde? ¡Viva Chile... Viva Chile... Viva Chile, mierda!", es el grito de batalla del nacido en Viña del Mar. Discurso breve como su estadía en el país -se fue a los cinco años a Estados Unidos-, pero necesaria para dar una pequeña pausa luego de 30 minutos frenéticos.

El cansancio es evidente y los primeros seguidores ya empiezan a guardar distancia del sector más fiero de la cancha. Decisión correcta para el rumbo que lleva el espectáculo, que se agiganta ante la arremetida de "Mandatory suicide" -con el desgarrador grito final de Araya- y "Fight till death", dos de los momentos más certeros de la noche.

También "Seasons in the abyss", con esa oscura belleza instrumental que destaca de inmediato por sobre las demás canciones, y probablemente el tema donde más smartphones prendieron sus pantallas. 

Y el final es conmovedor. Reaparecen las cenizas de "Reign  in blood", el trascendental disco que cumplió 30 años, con un bis conformado por "Raining blood" y "Angel of death", como un repaso al instante que cambió el género.

Faltan piezas, sí, pero en impacto y sonido de Slayer sigue siendo el mismo. Y arrasa como huracán.

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