Como si Prince hubiese conocido su repentino final, no tuvo tiempo que perder. El icónico artista estadounidense murió este jueves a los 57 años, sin antes despedirse con gloria. En una jornada doble poco habitual —dispuesta de esa forma después de aplazar los shows por una fuerte gripe—, el músico nacido en Minneapolis, Minnesota, se presentó en el Teatro Fox de Atlanta, Georgia, donde hizo un repaso por cada una de las canciones que lo convirtieron en leyenda. Bajándose del escenario para no volver.
Tras 12 años sin presentarse en aquella ciudad, la crítica reparó en dos puntos fundamentales: la voz de "Baby I’m a star" nunca perdió el ritmo y entregó un espectáculo de primer nivel, impecable en sonido, en carisma, en provocación. Todo lo que evocó desde que cuando niño se sentara frente al piano dejado por su padre antes de irse de la casa al separarse de su esposa.
"Piano & a Microphone" se llamaba el show, que casi diez mil fanáticos agotaron con el correr de los días y que concordaron en que Prince “lo dio todo, como siempre hizo”, según comentaron a la revista People.
En medio de la solemnidad de la iluminación tenue, los candelabros en las esquinas y el olor a incienso que ensombrecía el aire, el impredecible artista de 57 años transitó por sus días de fama con canciones como "I feel for you"; el inicio de su rebelión sexual y política en "Dirty mind" amalgamada a "Little red Corvette"; y la sucesión de clásicos de la talla de "Cream" o "Nothing compares 2 U".
Y si los guiños también construyen el destino, Prince interpretó “Heroes” de David Bowie. Como un apretón de manos antes de volver a reunirse. Antes de tocar, en los finales de ambos conciertos, "Kiss" en el primero y "Purple rain" en el siguiente.
Desde 2015 que el artista, aprovechando su solitaria y tranquila estancia en Paisley Park, llamaba a los fanáticos a ver sus shows sorpresa en los alrededores de la mansión. Entre 10 y 12 conciertos en esa dinámica. Incluso, después de que su improvisada audiencia dejaba el lugar, se amarraba a la música para no irse jamás.
"Estuve en el escenario tocando y cantando solo para mí otras tres horas. Y fue maravilloso. No podía parar. Es como experimentar que has abandonado tu cuerpo. Como estar sentado entre el público viéndote a ti mismo. Eso es lo que quieres. Trascender. Y cuando eso sucede…", dijo en entrevista con El País.
Él mismo tenía la respuesta. Su trascendencia ya se la había ganado hace rato.