Antes de la entrada triunfal de Camila Cabello al escenario del Movistar Arena, la artista cubana-estadounidense aparece en una pantalla rectangular gigante ubicada detrás del teatro en una suerte de sueño que termina haciéndose realidad. Su historia cuenta que nació en La Habana, se trasladó a Estados Unidos cuando era una niña, saltó a la fama en un programa de talentos junto a sus compañeras de Fifth Harmony, y luego de dejar el grupo superó el éxito con nombre propio.

Porque con tan solo un disco lanzado en enero de 2018, llamado “Camila”, montó una gira “Never be the same” que, a lo menos, mantuvo las cifras de público que acostumbraba cuando encabezaba la girl band. Y al momento de reencontrarse con sus fanáticos chilenos -se presentó en Lollapalooza en marzo pasado-, la complicidad es total: los 8 mil asistentes que llegaron al recinto del Parque O’Higgins, varios padres junto a sus hijas pequeñas, se encargaron de complementar un espectáculo sencillo con globos y carteles alusivos a sus canciones.

En agradecimiento, Camila Cabello -vestida con un top blanco cubierto por un corsé negro- despliega una serie de destrezas que destacan por su sobriedad. Canta particularmente parecido a sus registros en estudio, baila coreográficamente lo necesario pero se dirige atentamente a cada sector del Movistar Arena en razón de sus movimientos. De hecho, en un momento determinado sube a un grupo pequeño de fans para cantar con ella, a quienes pregunta sus nombres para darles un aplauso final.

Tal candidez, que parece completamente genuina, la convierte en una princesa Disney de carne y hueso llena de valores positivos. La chica de la puerta del lado o compañera de colegio que puede ser presidenta de curso, cantante de la banda escolar, apoyo en los trabajos sociales y la mejor partner para salir de fiesta. Toda en una. Porque es capaz de hablarle a su público de forma horizontal sobre sus problemas pasados, ser una aliada de la comunidad LGBT y preocuparse de los refugiados alrededor del mundo, como mostró en distintos pasajes del concierto.

Un show que divide en partes iguales entre la emotividad de las baladas pop y la fiesta de sus cortes bailables, una celebración que termina justamente a ritmo cadente con “Sangria Wine” y “Havana”, uno de los mayores hits de la última temporada de era digital. Una hora y 20 minutos de espectáculo donde exagerar no es parte del guión. 

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