Paloma Alonso-Stuyck, Universitat Internacional de Catalunya
En el Día Internacional de la Amistad, observamos que la psicología aporta algunas luces sobre ella. La primera atañe a su esencia: ¿qué es lo que hace que las amistades sean tan importantes en la vida? La amistad es una de las modalidades del amor. El dicho “a la tarde te examinarán en el amor”, de San Juan de la Cruz (Dichos de luz y amor, 64), responde a la cuestión, al mismo tiempo que nos sitúa ante la principal tarea vital: aprender a querer.
Rastreando su origen llegamos al laboratorio en el que se aprende a querer: la familia. Las relaciones familiares nos constituyen como personas, conforman el ADN de la sociedad. De cómo son nuestras relaciones con los demás y con el planeta depende el propio estilo de vida y la sostenibilidad social.
Un descubrimiento inesperado
La amistad se diferencia de otras relaciones interpersonales por ser un descubrimiento inesperado, gratuito. Los amigos no nos vienen dados, pero llegan a formar parte de nosotros: no seríamos los mismos sin ellos. Establecen el espacio y el tiempo de nuestras coordenadas existenciales.
La amistad requiere tiempo. La neurociencia revalida la afirmación de Aristóteles al rastrear su huella en el ciclo de la vida. Por ejemplo, en la frondosidad de las redes de neuronas construidas gracias a las relaciones emocionales pasadas. Esa fortaleza psíquica es la que permite una apertura flexible al presente y una proyección confiada al futuro.
En la estructura de la personalidad, las relaciones amistosas tamizan de intensidad los afectos, recrean de intimidades la inteligencia y se manifiestan en compromisos de la voluntad. Así se asumen como propios los sueños y alegrías del amigo: pensar, sentir y querer con los demás.
Soledad estando en compañía
Sin embargo, el sentimiento de soledad puede sobrevenir aun estando en compañía. Efectivamente, la influencia del entorno, de la cultura que nos rodea, es grande. Los rasgos de la sociedad colorean las relaciones de cada generación con matices propios. Estas tendencias diferenciales se manifiestan en las escalas de calidad de la amistad.
Actualmente se habla de “relaciones líquidas”, es decir, poco confiables. Quizá por eso se escuchan voces de alarma que impelen a restaurar el tejido social, a forjar weavers: tejedores de relaciones.
Algunas investigaciones asocian el grado de felicidad al número de amigos, más que la intensidad de la amistad. Pero lo cierto es que cada uno tiene su estilo relacional irrepetible y para todos es asequible lograr el encuentro personal.
Lo ideal es encontrar la proporción, situar el centro de gravedad personal en un punto medio entre el retraimiento hacia dentro y el desbordamiento hacia fuera. En un extremo estaría la persona antisocial con miedo a los demás; en el otro, la gregaria que huye del vacío interior.
Más suicidios en sociedades individualistas
¿Está sobrevalorada la amistad? No parece que sea así, ya que las sociedades intensamente individualistas son las que ofrecen un índice de suicidios mayor. Este dato duro nos hacer ver el sentido de la amistad.
La esencia está en que somos seres relacionales. La persona se entiende saliendo de sí misma al encuentro de otro yo. Mirando solo hacia dentro de sí se hunde en la oscuridad. Necesitamos sentir que alguien confía en nosotros. Queremos escuchar: “Qué bien que existas. No me imagino la vida sin ti”.
Por eso la tarea educativa podría resumirse en afinar la conciencia. Enseñar a leer el lenguaje de la naturaleza, despertar el amor por la vida. Ser capaz de descubrir la belleza encerrada en cada ser.
La actitud de fijarse en lo bueno facilita querer bien al otro, querer su bien. En eso precisamente consiste la amistad, en querer al amigo, en saber perdonar. Eso solo es posible a partir del conocimiento personal que lleva a reconocer las propias fortalezas y debilidades. Querernos como somos para querer a los demás como son.
Amistades más o menos duraderas
Todos tenemos la experiencia de amistades más o menos duraderas. ¿Cuál es la diferencia entre ellas? Se habla de amigos circunstanciales, buenos amigos y amigos íntimos por el grado de conocimiento recíproco.
La amistad se consolida al compartir una pasión, al empeñarse en mejorar la sociedad, pero siempre requiere reservar tiempo, cultivar las relaciones a pesar de las aparentes urgencias que nos presenta la vida profesional.
No es posible llevar una vida plena sin amigos, por eso vale la pena cultivar un interior rico, capaz de abrirse a amistades de calidad: estables y positivas. Una personalidad decidida, que no reaccione a cómo los demás le tratan, sino que lleve su propio estilo personal, siempre dispuesto a cultivar una “rosa blanca”, como decía el cubano José Martí.
Paloma Alonso-Stuyck, Dra. Psicología, especialidad Relaciones Familiares, Universitat Internacional de Catalunya
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