Mi querida hija Venus -dijo Saturno-, la mía es la trayectoria más amplia alrededor del Sol, y mi poder es mayor que el que los hombres suponen;
a mí me pertenece la muerte por ahogo en el triste mar, el encarcelamiento en oscuras bóvedas, el estrangulamiento y el morir ahorcado, el amotinamiento y la rebelión de las turbas, las quejas, los envenenamientos clandestinos;
cuando estoy en Leo, la venganza y el desquite son míos; y míos son la ruina de los altos palacios y el derrumbamiento de torres.
No sorprende encontrar a la astrología asomada en este extracto de "El cuento del caballero" de los "Cuentos de Canterbury" de Geoffrey Chaucer.
En la Edad Media, casi todo el mundo creía que los planetas tenían la llave del destino; que si Saturno aparecía en el signo zodíaco Leo, efectivamente podía tumbar torres y reinos.
Sin embargo, hay algo único en la astrología de Chaucer.
No sólo aparece muchas veces en sus obras sino que además, está mapeada con extraordinario cuidado para que concuerde con la narrativa, en algunos casos permitiéndonos descifrar exactamente cuándo se supone que tuvieron lugar los eventos.
Para poder hacer eso, Chaucer necesitaba saber mucho sobre las posiciones y movimientos de los planetas, las estrellas, el Sol y la Luna. Y el poeta ciertamente lo sabía.
De hecho, cuando Chaucer escribió sus famosas obras a finales del siglo XIV,sabía tanto de astronomía como la mayoría de los profesores de las universidades.
Y, a juzgar por el número de manuscritos copiados a mano que subsisten, su libro más popular después de los "Cuentos de Canterbury" no era una obra poética. Lejos de ello.
Era un manual astronómico.
Se llama el "Tratado sobre el astrolabio", y es probablemente el primer manual de instrucciones técnicas escrito en inglés.
Aunque nunca lo pudo completar, el tratado fue la biblia en ese tema por casi dos siglos.
Esa definitivamente es una buena ilustración de cuán distinta era la Edad Media:en ese entonces, era posible que los manuales de instrucción los escribiera un poeta famoso en vez de cualquier empleado.
De paje a las estrellas
No sabemos exactamente cuándo nació, sólo que fue a principios de la década de 1340.
Como joven bien educado e hijo de un padre prominente y rico, empezó su camino a la fama y la fortuna como paje de la Condesa de Ulster, nuera del rey Eduardo III y luego como secretario y diplomático en la corte real.
Su carrera como escritor empezó a finales de los 1360s, y 20 años más tarde ya era reconocido.
Para ese entonces vivía en Greenwich, el lugar que hoy en día aloja el Observatorio Real construido por Christopher Wren en el siglo XVII.
Allá, en la cima de una alta loma, es el lugar perfecto para mirar las estrellas. Y todo indica que eso fue lo que hizo Chaucer.
A vuelo de águila
El primer indicio de su entusiasmo por la astronomía aparece en "La casa de la fama", de 1379, en el que él mismo es el narrador. Cuenta que un águila se lo lleva al cielo y le ofrece enseñarle astronomía, pero Chaucer responde que está muy viejo para eso.
Evidentemente, no lo estaba.
Durante la siguiente década se instruyó sólo sobre las estrellas, los planetas y el zodíaco, leyendo manuales astronómicos de la época y aparentemente absorbiendo toda la información.
En el siglo XIV todavía se creía que la Tierra estaba en el centro del Universo, de manera que los cuerpos celestiales parecían moverse de maneras extrañas, y debido al eje inclinado de la rotación de nuestro planeta, el Sol cambiaba de posición al ponerse y levantarse a lo largo del año.
Todo esto había sido notado y tabulado por generaciones de astrónomos antes de Chaucer, y todo está resumido en el astrolabio.
Brillante, ornamentado y portátil
Ningún astrónomo medieval andaba sin su astrolabio; era el instrumento estándar para entender los movimientos de los planetas y las estrellas, y era lo suficientemente pequeño para llevarlas contigo.
No es desatinado decir que los astrolabios fueron las primeras máquinas calculadoras portátiles.
Generalmente están hechos de bronce brillante, cubiertos de símbolos zodiacos y líneas talladas que muestran el sendero de los planetas. Tienen agujas ornamentadas y curvas sobre ruedas que giran prometiendo abrir los portales secretos del Universo...
¡Si sólo supieras cómo usarlos!
Para eso, tenías que leer a Chaucer.
U, hoy en día, consultar a alguien como Silke Ackermann del Museo de Historia de la Ciencia en Oxford, Inglaterra.
"Ves este dibujo aquí", me preguntó, mostrándome la figura de un perro tallada en un astrolabio.
"Hay una constelación que contiene la estrella Sirio o Sirius -la estrella del perro- y alrededor está todo el mapa del cielo del hemisferio norte".
"Si apuntas el astrolabio hacia el cielo y buscas a Sirius, que es muy brillante y centellea en distintos colores -blanco, púrpura, verde-, usando toda la información que te da este instrumento puedes referir la estrella al lugar en el que estás y sabrás qué hora es".
En otras palabras, al averiguar cuál es tu posición en el Universo, sabrás cuál es la hora, lo que en esa época era tremendamente importante, pues los relojes que había no eran muy confiables.
También te muestra la posición de todas las estrellas, "al ubicar a Sirius, tienes un mapa fiel de todo lo demás", completa Ackermann.
"Si hay una mujer contigo que acaba de dar a luz, sabrás dónde están las constelaciones y podrás hacer un horóscopo...".
"¡Puede hacer toda clase de cosas maravillosas! Puede determinar tu posición, en términos de latitud, tu lugar en la Tierra; puede ayudarte a determinar la altura de una montaña o una torre y la profundidad de un pozo; puede usarse para hacer horóscopos; te dice cuánto durará el día, cuando amanecerá y atardecerá...".
"Hasta la invención de la computadora, este era el instrumento más sofisticado que te podías imaginar", declara Silke Ackermann.
Es un Universo en tu bolsillo.
iAstrolabio
¿Cómo habrá podido este poeta inglés hacer un instrumento tan valioso; de dónde sacó el conocimiento?
"Se ha investigado mucho y creemos que leyó la obra de un astrónomo y astrólogo judío persa del siglo VIII llamado Masha'Allah ibn Atharī quien escribió el primer tratado sobre el astrolabio", responde la experta.
"Ese texto acumula sabiduría griega que llego al mundo islámico y con contribuciones de los judíos, que eran una suerte de mediadores. De manera que es la manifestación de una aproximación multicultural".
El astrolabio además daba prestigio.
"Tener un astrolabio era un símbolo de estatus. Era como tener el mejor teléfono inteligente, con todas las aplicaciones posibles".
Más que eso. Era una suerte de GPS medieval.
"El GPS te puede dar algo que el astrolabio no: longitud -la posición este/oeste-que era tan importante para la navegación, pero ningún instrumento de esa época podía darlo", puntualiza Ackermann.
Sin embargo, puede hacer todo lo demás. "Y el GPS no puede darte la altura de las montañas, la profundidad de los lagos, el ángulo de un campo, si necesitas estudios topográficos", añade, antes de preguntarse si realmente nuestro GPS es inferior.
Descarta rápidamente esa idea porque "lo que realmente lamento es que hayamos perdido nuestro conocimiento del firmamento. La mayoría de la gente mira hacia arriba y no sabe siquiera en qué fase está la Luna".
Pero a cambio, señala David Last, profesor emérito de la Universidad de Bangor y ex presidente del Real Instituto de Navegación, la humanidad ha llegado lejos: hemos creado algo asombroso.
"Una constelación de satélites que nos dan la hora y posición con una precisión antes inimaginable y de la cual depende mucho más que el individuo que no sabe cómo llegar al supermercado: la agricultura, las finanzas, las comunicaciones y demás".
No obstante, hay algo que el astrolabio tiene que es envidiable, admite Last.
"Los aparatos de hoy en día son tan complicados y los manuales están escritos tan mal que incluso gente como yo, considerados 'expertos', tenemos dificultades para manejarlos. Sería una buena idea pedirle al poeta laureado que produzca la próxima edición del manual de instrucciones del GPS".
De ser así, Chaucer dio un consejo que es tan válido ahora como lo era entonces: escribirlo como si fuera para un niño de 10 años y no dudar en decir las cosas más de una vez.