“Aún no me puedo desprender de esa imagen y es muy duro revivirla. Cerca de las 4 de la mañana del sábado 27 de julio me despertó la enfermera que cuidaba a la Juanita aquí en la casa y me dice que ella ya no quería ponerse morfina y que estaba saturando muy bajo el oxígeno. Fui a verla. Ahí, en su cama clínica, era como si sólo estuviera su cuerpo, pero ya no ella. Le tomé las manos y le dije: ‘Ándate en paz, descansa; ya hiciste todo acá, nosotros vamos a estar bien’. 

De repente ella me dijo: ‘¿Por qué se demoran tanto?’. Le había pedido a la enfermera que, además de despertarme a mí, llamara por teléfono a sus padres para que vinieran. Los estaba esperando. Ellos alcanzaron a llegar y la Juanita se fue… como que desapareció su alma. Siguió respirando un rato más, con intervalos largos, como si fuera vaciando lo que quedaba en sus pulmones; hasta que se detuvo. Le cerramos los ojos. Justo en ese momento llegaron cuatro de sus hermanos. 

Nada te prepara para un dolor y una pena así. Llevábamos nueve años enfrentado el cáncer de la Juanita, pero jamás te haces la idea de lo que es la muerte de alguien que amas.  Es como si te enterraran un cuchillo en el corazón, algo que sientes físicamente. Se va una parte de ti con esa muerte. Llevábamos tantos años siendo uno solo con la Juanita, en una relación tan potente, donde la fortaleza de uno dependía de la del otro, que con su partida se fue un 75% mío. Eso sentí esa noche.

 

“Nos cayó la bomba atómica”

A la Juanita la conocí en junio de 2014, en una cita a ciegas para que me acompañara al matrimonio de un amigo. La pasé a buscar a su casa y desde un inicio me llamó la atención. Porque era muy bonita, medía 1.75 metros -y a mí siempre me han gustado las mujeres altas-, pero sobre todo por su personalidad que la hacía empoderarse donde estuviera. No se intimidó con salir con alguien cinco años más grande. Nos pusimos a pololear un mes y medio después. 

En 2015 le diagnosticaron cáncer de mama. Ella tenía 22 años. Pero a esa edad uno es medio ingenuo, está entregado a otras cosas que tienes en la cabeza. Ambos habíamos tenido una vida perfecta. Nos había ido bien en el colegio, en la universidad, nos habían resultado todas las cosas, nunca un contratiempo. Yo por mi lado tenía además el referente de que mi madre había tenido cáncer y lo superó; o sea la idea de que sí puedes ganarle. 

A la Juanita le hicieron 30 sesiones de radioterapia, yo la acompañé a varias. Empezamos a abrir nuestra mente. En la clínica te encuentras con personas maravillosas, que llegan casi gateando a sus radioterapias y aún así están aferradas a la vida. No digo que la experiencia no fue dura, pero confiábamos en que era algo que pasaría. Los doctores siempre nos transmitieron tranquilidad, que el problema se iba a ir, lo que supuestamente ocurrió al menos en ese tiempo.

Nos casamos en agosto de 2017. Habíamos tenido que esperar hasta que la Juanita se titulara de diseñadora. Nos fuimos de luna de miel al Sudeste asiático, felices. Ella me lo diría tiempo después, pero en los últimos días del viaje no se sintió bien. Se cansaba, le dolía el pecho. Cuando llevábamos un mes de regreso en Chile, me pidió que la llevara a la clínica. Yo pensé que sería sólo un rato, pero no: hubo que hospitalizarla, hacerle infinitos exámenes. Y luego nos cayó la bomba atómica: tenía metástasis en los pulmones y en el esternón. Fuimos junto con mis suegros a buscar una segunda opinión a Estados Unidos, donde el diagnóstico fue aún más duro. Por las características de su cáncer, sería una condición que siempre la acompañaría. Nos acompañaría, porque era un tema de los dos

La Juanita aguantó nueve años con su cáncer (en 2019 hizo además metástasis de hígado) porque pudo acceder a los mejores tratamientos y especialistas del mundo. En todo este tiempo, ella se sostuvo en mí y yo me sostuve en la fortaleza de ella. Nos aferrábamos entre nosotros y hacíamos en conjunto una red de apoyo que nos subía el ánimo a los dos. Yo me preocupaba de transmitirle calma, felicidad, de alegrarle los minutos. Durante los siete años que estuvimos casados le hice el desayuno todos los días, excepto mi cumpleaños y Navidad en que lo hacía ella. 

Cada tres meses le hacían un PET. Disfrutábamos ese tiempo entre uno y otro examen. A medida que se acercaba, nos bajaba la incertidumbre, el susto. Y frente a muchos de esos resultados que salían malos, nos sentábamos, llorábamos, mandábamos todo a la cresta, y luego decíamos: ‘Ya, pasemos la página, vamos para adelante, sigamos teniendo la vida que queremos’. Posiblemente uno de los dolores más grandes que compartimos, producto de esta enfermedad, fue no haber podido tener hijos, pues ambos queríamos. Nunca nos dijeron lo de congelar óvulos; y cuando quisimos hacerlo, ya era tarde.

Pese a las adversidades que nos tocaron, fuimos felices. Lo que nosotros nos propusimos desde un inicio era que nuestra vida no dependiera de la enfermedad, sino que ésta fuera sólo la base a partir de la cual construíamos. Claramente esa base fue creciendo y se fue complicando, pero la decisión era ser felices más allá de eso. Fuimos siempre transparentes, nos hablábamos todo, nunca nos escondimos nada. Cuando yo me bajoneaba o sentía rabia por lo que sucedía, buscaba escapatoria en el golf, en el gimnasio, que siempre me han ayudado mental y físicamente. La idea era estar bien para ser su mejor enfermero.

“Tenía una red SOS”

Soy ingeniero comercial y en enero pasado dejé mi trabajo para dedicarme 100% a la Juanita, lo cual agradezco hasta hoy. Yo la acompañaba a todo, a todas las quimios, la iba a dejar si tenía un almuerzo con una amiga, la iba a buscar después. Me sentía muy bien con eso, pero también no podía evadir la tristeza. Este verano, estando 24/7 con ella, me di cuenta de que empezábamos una caída libre. Abrí los ojos de hacia dónde iba esto. Pensar que no era así era como tapar el sol con un dedo. Eso fue muy duro. En febrero la Juanita empezó la ascitis, una retención de líquido que va apretando todos los órganos y produce mucho malestar, y que con el tiempo iría empeorando. En marzo empecé a escribir las palabras que leería en su funeral, tal como lo mencioné cuando éste se realizó cuatro meses después.

Yo trataba de mantenerme firme. Después de probar con psicólogos que no conecté, empecé a ir a la misma psicóloga de ella, quien conocía el caso desde el minuto uno. Me ayudó mucho, fue una contención. También tenía una red SOS: un chat con nuestras dos familias y algunos amigos. Cuando las cosas se ponían complicadas, mandaba un mensaje y estas personas se dejaban caer en la casa. En los últimos seis meses antes de la muerte de la Juanita, yo mandaba mensajes todos los días; como una especie de update de su situación. Era mi ritual antes de acostarme. 

En julio, la Juanita ya estaba muy mal. Para entonces ya llevábamos harto tiempo en que yo dormía dos, tres horas; y ella dormía, no sé, media hora al día, porque no podía más de la incomodidad. Yo me despertaba a la una de la mañana y se estaba moviendo; me despertaba a las tres, y ella estaba en el suelo buscando una posición cómoda. La ascitis ya era demasiado grave. De todas formas, era impresionante el nivel de fortaleza que tenía la Juanita. Incluso tres días antes de morir estaba dispuesta a hacerse una quimio si es que su cuerpo aguantaba. O en marzo, cuando tuve que cortarle todo el cabello, ella ya tenía los pañuelos listos, casi para usar uno por día. Jamás se descuidaba con los detalles, nunca se dejó estar. Tenía demasiadas ganas de vivir, le encantaba la vida. 

A nosotros se nos fueron cerrando las puertas en la cara, y aun así siempre nos mantuvimos aferrados de la mano. Tuve la suerte de haber estado con una persona que transmitía tanta fortaleza en su día a día, que se aferraba a su pedacito de esperanza, como decía. Es imposible haber estado con ella y no ser mejor persona. Con ella, yo crecí infinito y fui mi mejor versión. Aprendí mucho, gané claridad mental, sé cómo entregarme a las personas, qué tomar de cada una, con quién juntarme, con quién no, con quién disfruto. 

 

“El otro lado de la moneda”

Después de que partió la Juanita, empecé a escribir de todo esto en mi Instagram (en días, saltó de 800 a casi 13 mil seguidores). Primero, lo hice porque esta historia es demasiado linda. Y segundo, porque me interesa ayudar a gente que lo está pasando mal con temas parecidos. Es muy poco usual que este tipo de iniciativas las haga un hombre, porque generalmente son las mujeres las que están acostumbradas a expresar todo. Nosotros, en cambio, debemos estar embutidos en el trabajo, guardarnos todo, no ser frágiles, no ser sensibles, no llorar. Yo hago lo contrario a eso: mis mensajes parten desde las emociones. 

No me esperaba esta explosión. La Juanita tenía impacto con La Ruta Saludable, pero yo siempre estuve en las sombras, era el enfermero, el piolita. Pero es bueno que la gente conozca el otro lado de la moneda, qué pasa con quienes cuidan a los enfermos. En Instagram encuentro un espacio de poder soltar estas emociones y encontrar una red de apoyo, de conversaciones. 

Escribir sobre la soledad, el dolor, el llanto, la muerte es también una forma de aceptarlas e integrarlas a tu vida. Estas cosas siempre llegan como un tsunami y, si no se han hablado antes, es difícil afrontarlas. Con mi madre (que es periodista) estamos escribiendo un libro con toda esta historia. Allí incluiré estos mensajes que subo en Instagram.

“Sus ojos me transmitieron lo que pasaba”

El primer mes sin la Juanita tenía pensamientos como que yo iba a cerrar los ojos, iba a abrirlos y ella iba a estar aquí. Hermosa como siempre, con pelo largo, sonriente. Después hice click: ella no va a volver, se fue. Recién se cumplieron dos meses de su partida y fue más duro que el primer mes. Pensé que yo estaba mucho más sólido, y no. Me fui al sur, a Riñihue, donde mis suegros tienen casa y es un lugar que me presentó la Juanita. Era el sur de ella. Estuve allá varios días solo y fueron de catarsis. Llorar, llorar, llorar. Últimamente he llorado más que en toda mi vida. 

No le hago el quite al duelo que me toca. Es muy a destiempo ser viudo a los 36 años, pero nunca he buscado razones de por qué a mí. Aunque la Juanita nunca lo dijera, yo supe cuando se acercaba el final.  Cuando estás con la persona que quieres, la conoces a la perfección. Y fueron sus ojos los que me transmitieron lo que pasaba. Vi allí la tristeza, la sensación de que todo se acababa

Recuerdo que la Juanita me decía que yo iba a encontrar a alguien muy rápido, pero que lo único que la tranquilizaba era que ella no iba a estar para ver eso. Así de transparentes eran nuestras conversaciones. No recuerdo haber peleado en serio, sólo cosas chicas como que ella quería grabar uno de sus platos y yo quería comer.

Cuando más la extraño es los domingos, que es el dia en que uno de verdad queda solo. También en las comidas durante la semana, porque paso los días en la casa. Pero también está la alegría. Siempre ha existido, sólo que ha estado escondida un rato. Eso fue algo que cultivamos en conjunto con la Juanita. Y ahora está volviendo a aparecer, armada con pequeñas instancias cotidianas. 

Después de haber vivido esta historia, uno no sale intacto. Es como que el cerebro te lo sacan, lo tiran al suelo, le pegan un buen rato y te lo instalan de nuevo. Físicamente también. En un par de días perdí cuatro kilos. En el golf pego mucho más despacio que antes. 

Estoy leyendo harto, porque dicen que es el gimnasio del cerebro. También haciendo harto deporte. Y empezando a entender qué es lo que me gusta a mí, después de haber estado tanto tiempo haciendo todo con la Juanita. No creo que se trate de reconstruirme, sino ver qué persona corresponde ser en esta nueva etapa. Estoy conociendo a un nuevo José Pedro y sé que la vida me va a tratar bien”.

 

¿Y qué pasa con La Ruta Saludable?

“Tomé todo lo de la Juanita. En (la marca y tienda online) iHope -que nació en septiembre del año pasado- ya éramos socios a medias, pero era ella quien la manejaba 100%. Yo ahora me hice cargo y es una locura la cantidad de trabajo. Tiene un potencial gigante. 

Esta iniciativa (una colección de accesorios con diseño propio) tiene que ver con la esperanza que siempre nos acompañó y la inspiración fue un viaje a Nueva York en 2017: fuimos a buscar una segunda opinión médica, que fue durísima, y a la salida nos topamos con esa gran escultura de Robert Indiana con las letras H, O, P, E, montadas unas sobre otras. Nos aferramos a eso desde ahí en adelante. La foto que nos sacamos ese día allí es mi imagen de WhatsApp.

Lo otro es La Ruta Saludable (cuenta Instagram de Juanita, con 251 mil seguidores, donde hablaba de su cáncer y daba recetas sanas, que luego se transformó en un emprendimiento con talleres y servicios de catering). El Instagram no sigue más, porque era personal de ella. Tampoco los talleres. Lo que sí se mantiene es El Atelier, el espacio donde se organizan comidas. Eso lo tomé yo. La idea eso sí es tener un freelance que me ayude a arrendarlo y esas cosas, porque no es mi expertise. 

De aquí a fin de año voy a estar 100% dedicado a esto, y de ahí veré qué hacer. Tal vez contratar a alguien que lo maneje y yo retomar proyectos que tenía antes, pero que debí suspender”.

Publicidad