"Desesperación", dice sentir el francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura 2008, cuando mira a su alrededor y ve que "casi la totalidad del mundo está en guerra".
En una entrevista con BBC Mundo durante el Congreso Internacional de la Lengua Española, CILE 2016, en San Juan de Puerto Rico, que finalizó este fin de semana, el nómada y aventurero J.M.G Le Clézio –como suele abreviarse su nombre-, compartió su visión del mundo actual y los recuerdos de varios años viviendo en Latinoamérica.
El autor de más de 40 novelas, además de libros infantiles, ensayos y artículos de prensa, habló en un español casi perfecto sobre su origen africano por su relación con la remota isla Mauricio al sur del Océano Índico; sus viajes en canoa a través de ríos en Panamá y Colombia para atravesar el agreste Tapón del Darién y los fértiles cultivos del estado mexicano de Michoacán de la década del 70.
Le Clézio, que vivió durante su infancia la Segunda Guerra Mundial, fue escogido en 1994 por los lectores francófonos en una encuesta realizada por la prestigiosa revista Lire como el "más grande escritor vivo de la lengua francesa".
Hoy comparte con los lectores de BBC Mundo sus temores ante un mundo donde cada vez se levantan más murallas.
Usted mencionó en su presentación del Congreso de la Lengua que "el mundo no ha cambiado en 400 años desde que se publicó "Don Quijote". ¿A qué se refiere exactamente?
"Tengo una impresión muy amarga. Siento desesperación al ver que el mundo se está reduciendo, en lugar de expandirse, de aumentar su volumen. Se disminuye, se hace más pequeño, más prudente y más congelado.
Hay bombardeos por todos lados. Hay niños y adultos que se mueren a cada momento. Ahora mismo, mientras usted y yo hablamos, hay gente que está muriéndose en alguna parte del mundo por culpa de las guerras, de ataques.
Siento desesperación de ver que el peligro aumenta a cada momento, el riesgo permanente.
Y son guerras típicamente poscoloniales, guerras de segunda mano. Son las grandes naciones haciendo guerras en medio de las pequeñas naciones.
No es más que la imposibilidad de esas poblaciones pobres de entrar en los países ricos. Significan la desconfianza que tienen las naciones desarrolladas por las poblaciones pobres y en condiciones de necesidad.
Es trágico que se construyan murallas, porque la naturaleza humana es de abolir las murallas. De encontrarse.
La cultura es como agua y las murallas no pueden contener el agua por mucho tiempo. El agua siempre pasa y así mismo, pasan las personas de diferentes orígenes, clases sociales y culturas.
Y el escritor se encuentra muy naif, sin armas en ese combate, porque tiene la impresión de que sus libros no son leídos, o son leídos por gente que no actúa en la vida".
¿Cómo afecta su trabajo como escritor esa realidad de guerra que usted ve en el mundo?
"Hay que tener mucha fuerza de voluntad para seguir escribiendo.
Varias veces dejé de escribir. Durante la época de la guerra de Vietnam era para mí imposible escribir. Me sentía paralizado por lo que pasaba. Estaba en Tailandia en aquel momento y la guerra estaba muy cerca.
Y después, durante la primera guerra del Golfo [Pérsico], también se secó completamente mi inspiración.
Podíamos escuchar a los aviones pasar cuando iban a bombardear, veíamos a los soldados embarcando en las naves de guerra.
Esta es una época muy triste y muy dura".
Usted vivió en muchos países del mundo, entre México, Panamá y Colombia. Cuénteme cómo fue esa experiencia y cómo Latinoamérica ahora.
"América Latina más que un continente, son dos continentes. Están el conteniente norte y el continente sur de América. No hay unidad política. Tiene una historia común, un lenguaje común, pero muchas variedades políticas. La situación de cada país es diferente.
México, por ejemplo, está padeciendo una época muy mala en su historia por la inseguridad interna. Para mí es un pesar pensar en algo que había podido ser y no fue.
En los años de la revolución mexicana, México era como un faro alumbrando al mundo.
Todos los intelectuales llegaban allá porque era el país de la libertad, de la invención social, de las reforma agraria, de los pluralistas, de la literatura de los contemporáneos.
Ahora es un país quebrado, muchos de los intelectuales huyeron, están en otros países.
Es un pesar sobre todo porque no era inevitable. México fue por mucho tiempo un país pacífico, de cultura, de elegancia, de invención. Yo espero que esto sea una breve interrupción de una historia gloriosa".
¿Cómo era su vida en México?
"Viví en México por muchos años, entre 1968 y 1974. Primero en la Ciudad de México, después en el estado central de Michoacán, en la ciudad de Zamora.
Vivir en Michoacán era como vivir en un cuadro: era perfecto.
Una naturaleza muy bella, muy humana. Había campos cultivados, campos de arroz de riego en la sierra. Campos de fresas, bellos volcanes y poblaciones muy diferentes, muy interesantes, como los purépechas".
Viaje al centro de la guerra en Michoacán
¿Y luego, cómo llegó a Panamá?
"Llegué a donde los indios Embera en Panamá por una atracción recíproca. Viví un tiempo en Panamá, en un barrio cerca del puerto. Ellos también vivían ahí. Nos cruzamos en el puerto y cuando por fin les hablé, me invitaron a visitarlos en el Tapón del Darién.
Así que me fui en un barco y después tomé una piragua, subiendo los ríos. Como me gustó, me compré una piragua para mí y un motor fuera de borda y me fui a vivir como tres años con ellos".
¿Qué era importante para usted de vivir con Embera en la selva?
"Fue una época feliz, muy feliz.
En esa época tampoco escribía, pero era por la felicidad. En la acción de cada momento era feliz, compartiendo experiencias con ellos. Compartiendo el arroz y el plátano, viviendo en armonía.
Era un época muy feliz para mí tanto como para los Embera. No los molestaban, vivían dispersos en los ríos. Ahora están obligados a vivir concentrados en pueblitos donde no son bien soportados".
Es de las pocas personas que ha atravesado el Tapón del Darién, que separa Panamá de Colombia, ¿cómo lo logró?
"Recorrí Panamá hasta Colombia, con los indios Embera. Ellos iban a estudiar a Colombia para ser curanderos. Para ser brujos. Los mejores brujos están en Colombia. Van a hacer sus estudios en el Chocó [colombiano], cerca de Turbo, Quibdó, del Río San Juan y en Buenaventura.
Preparamos bien el viaje. No llevábamos armas pero llevábamos comida. Algunos indios iban adelante para esconder piraguas que servían para cruzar los pantanos del Río Sucio.
Después bajamos el Río Sucio, hasta que tomamos un camión para llegar a Medellín. Esa fue la gran aventura".
Ha mencionado varias veces la felicidad, ¿qué lo hace feliz?
"Soy feliz con las pequeñas cosas.
Es como llegar aquí. Puerto Rico se parece mucho a la isla de mi familia, Isla Mauricio.
Saliendo del avión intenté sentir el olor de las cañas de azúcar, aunque no las sentí porque en realidad quedan pocas, pero me gusta la belleza de la naturaleza aquí, de los árboles, hablar con la gente, caminar por el viejo San Juan".
Usted es francés pero también tiene nacionalidad de isla Mauricio, en el sur de África, algo que ha estado presente en buena parte de su obra. Cuénteme por favor como es su parte africana.
"Mi padre era británico y mi madre era francesa, pero ambos provenían de la isla Mauricio. Además eran primos hermanos, así que era una familia muy cerrada alrededor de la isla.
La isla Mauricio es como una especie de utopía, de lugar magnífico.
Pero mi parte africana la tengo también por mi padre, que fue médico toda su vida en Nigeria.
A ese país llegué a los 7 años, durante la Guerra. El resultado de ese viaje está reflejado en mi libro "El Africano". Es unreencuentro con África y con mi padre.
Además de ser importante porque ahí vivía mi papá, en ese momento el mundo no tenía fronteras.
A los 7 años el mundo resulta todo igual: un africano, un cubano, un americano es lo mismo para un niño. Aprende rápido a hablar y a jugar con los demás.
Así debería ser el mundo, sin murallas".