Por: Phillip Ball

¿Qué se pone a hacer uno después de que describe la naturaleza del Universo por primera vez en la historia?

En los años 20, Albert Einstein ya había puesto en marcha la teoría cuántica y había resuelto lo de la relatividad. Se embarcó entonces en su última gran expedición a los misterios más profundos de la física, una que pasaría a ser su sueño incumplido: la búsqueda de una teoría unificada que vinculara todas las fuerzas de la naturaleza en una sola ecuación maestra.

Ese es el Einstein que más conocemos, el que trataba de resolver los más oscuros y obstinados enigmas del mundo.

Pero al mismo tiempo, estaba trabajando en otra cosa.

Estaba inventando un nuevo tipo de nevera.

¿Por qué -uno se podría preguntar- cuando se estaba convirtiendo en una celebridad internacional por haber remodelado el Universo y transformado nuestra idea del tiempo, decidió ponerse a crear un electrodoméstico?

Lo que nos dice el refrigerador

Sí, Einstein también era un inventor. Nunca fue una parte principal de su trabajo pero se lo tomaban en serio.

Sin embargo, sigue sonando un poco estrafalario que el hombre que nos dio E=mc2 y encorvó el espacio-tiempo se estuviera preocupando por mantener la leche fría.

No concuerda mucho con las imágenes que generalmente tenemos del ícono científico: el joven genio incubándose en la oficina de patentes suiza o el sabio de cabellos blancos montando bicicleta, sacando la lengua y charlando con celebridades en Princeton.

La equivalencia entre la masa y energía que cambió el mundo.

¿Qué pasó con Einstein durante los años intermedios?, le preguntamos a Katy Price, catedrática de la Universidad Queen Mary de Londres, quien ha investigado su celebridad emergente en los años 20.

"Realmente no pensamos mucho en cómo llegamos del Einstein joven al de más tarde, y ese es el período en el que todo está cambiando", señala.

"En todo el mundo se reportaba sobre la sensacional nueva teoría del Universo. El titular en New York Times, por ejemplo, fue 'Jazz en el mundo científico'... durante su visita a Inglaterra dio conferencias en alemán sobre la teoría de la relatividad y a pesar de ello causó sensación".

"En la prensa describían mucho su apariencia: la ropa que usaba, su pelo, sus ojos... 'parece un hombre cálido, es bueno con los niños, toca violín'... Deseaban humanizar a la persona que nos dio esa teoría matemática intensamente abstracta".

Pero todo esto contrastaba marcadamente con lo que estaba pasando entretanto en su nativa Alemania.

¡Ay, la vida!

Uno se imaginaría que Einstein estaba pasando por su mejor momento, disfrutando de su éxito y fama.

Pero de hecho, ese período de su vida fue difícil, tanto en la ciencia como en el hogar y en Alemania.

Su vida personal era tema complicado.

Ya se había casado dos veces, estaba enredado en varias aventuras amorosas y su relación con su segunda esposa Elsa claramente no era color de rosa.

Un sector de la prensa alemana tampoco lo quería mucho. Criticaban sus ideas internacionalistas poco patrióticas. Y desde esos años 20, esa crítica ya estaba teñida de antisemitismo.

Para 1933, el diario nazi Völkische Beobachter abiertamente atacó su ciencia por venir de un judío.

"El ejemplo más importante de la peligrosa influencia de los círculos judíos en el estudio de la naturaleza ha sido proveído por el señor Einstein, con sus matemáticamente toscas teorías que consisten en algo de conocimiento antiguo y unas adiciones arbitrarias".

Así que no había mucho consuelo para Einstein en la ciencia.

Llegó hasta a temer por su vida.

"Y con razón", dice Price.

"En el New York Times, en medio de toda la cobertura de sus conferencias, también hay una noticia de que en Berlín, a un líder antisemita lo multaron por tratar de organizar un complot para matar a Einstein".

"Así que, efectivamente, unos lo querían asesinar a él y otros querían asesinar su ciencia", agrega Price.

Él, en todo caso, quería resolver aquello del espacio, el tiempo y la fuerza de gravedad pero su búsqueda de la Teoría de Todo no estaba realmente yendo a ningún lado.

Y entonces...

Un día de 1926 leyó una noticia en un diario sobre una familia que había muerto envenenada por los gases tóxicos que se habían escapado de su refrigerador.

A pesar de las profundas incógnitas con las que estaba lidiando en física, algo de esta triste historia debió haberlo conmovido pues empezó a hacer algo para resolver el problema.

Quizás fue por distraerse; quizás es un reflejo de su reconocida sensibilidad.

El caso es que Einstein conocía a una persona que podía ayudarle: un brillante joven graduado de la Universidad de Berlín llamado Leo Szilard.

Szilard era un experto en termodinámica, la ciencia que describe cómo se mueve el calor, y eso es lo que hace una nevera.

Y, bueno, uno no rechaza una solicitud para colaborar con Einstein, ¿cierto?

Un campo electromagnético para la nevera

En esa época, los refrigeradores no eran muy comunes pero, aunque se parecían más a una caja fuerte que un electrodoméstico, en principio no eran muy distintos a los de hoy en día.

Usan un fluido llamado el refrigerante para absorber el calor de adentro y soltarlo afuera, que se contrae y expande y circula por un circuito de tuberías.

En ese entonces, los refrigerantes eran gases tóxicos como amoníaco y dióxido de sulfuro. Se escapaban pues todas las partes móviles se desgastaban y dañaban los sellos.

Einstein y Szilard se dieron cuenta de que los refrigeradores serían más seguros si había menos partes móviles.

El diseño patentado.

Se deshicieron de la parte del ciclo que condensaba y evaporaba el refrigerante y la reemplazaron con una bomba de compresión que diseñaron sin partes mecánicas móviles.

Funcionaba usando un campo electromagnético que movía metal líquido -mercurio- el cual actuaba como el pistón para comprimir el gas.

A la fábrica

En 1927, la división de refrigeración de la firma de productos eléctricos sueca Electrolux compró una de las postulaciones a patente de Einstein y Szilard por el equivalente a unos US$10.000 de hoy en día.

Aunque la nevera tenía sus problemas. Uno de ellos era que el mercurio al moverse hacía mucho ruido: "Aullaba como un chacal".

Pero uno por uno se fueron solucionando los problemas y para 1932 ya había varios prototipos prometedores del refrigerador Einstein-Szilard en los laboratorios de AEG.

Y entonces... catástrofe.

La República de Weimar ya había atenuado la demencial hiperinflación del marco alemán en los primeros años 20 pero ahora los efectos de la Gran Depresión de 1929 estaban desestabilizando al gobierno y el comercio.

En medio del caos y la inestabilidad que impulsó la elección del gobierno Nacional Socialista de Adolfo Hitler, AEG se vio forzado a cerrar su investigación en refrigeración.

Y con Einstein y Szilard exiliados de Alemania, los planes para lanzar el nuevo refrigerador quedaron congelados.

Hasta más de 70 años después...

Las neveras fueron cambiando, pero la de los dos científicos se quedó en papel.

Aunque la nevera de Einstein aún tenía el problema de que no se les ocurrió cambiar el refrigerante por uno que no fuera tóxico ni para los humanos ni para el medioambiente, hay razones para sacar sus diseños del congelador.

"El interés para nosotros era que no tenían partes móviles", le cuenta a la BBC Malcolm McCulloch, un ingeniero de la Universidad de Oxford que en 2008 trató de construirla.

"Eso es muy útil en lugares o en sitios remotos en los que no hay gente calificada para repararlos a mano. La segunda razón por la que nos pareció interesante es que podíamos usar calor residual", explica.

"Además, para mí una de las grandes ventajas es que no necesita electricidad".

En cuanto a Einstein y Szilard

Es improbable que les haya preocupado mucho el fracaso de su nevera.

Para 1933 estos dos judíos exiliados tenían problemas más grandes con los que lidiar.

En 1936, Szilard, quien unos años antes había patentado la Bomba Atómica, le asignó esa patente al Almirantazgo británico para mantenerla secreta.

Dos años más tarde, la idea se convirtió en una posibilidad real cuando la fisión nuclear de uranio fue descubierta... en Alemania.

Y en agosto de 1939, Einstein y Szilard le escribieron una carta al presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt advirtiéndole que los alemanes podían estar construyendo una bomba atómica y urgiendo a los estadounidenses a investigar.

Esa carta condujo al establecimiento del Proyecto Manhattan y al lanzamiento de bombas nucleares sobre Japón en 1945.

Hoy en día, las bombas nucleares, y no las neveras, son consideradas como parte del legado de Einstein.

Apuesto a que él habría deseado que fuera al revés.

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