La vida humana es tan preciosa, que parece de mal gusto ponerle precio. ¿Cómo puede una pila de monedas, papel o barras de oro igualar un año en la Tierra? La vida debería ser, literalmente, invaluable.
Pero esta es la pregunta más mórbida que los servicios de salud, en todo el mundo, tienen que hacerse de forma inevitable.
Los servicios sanitarios tienen pocos recursos para gastar en gente enferma y moribunda, y siempre que un nuevo medicamento sale al mercado, tienen que tomar una decisión: ¿merecerán los meses, o años ganados, el dinero que cuestan?
Nuestros instintos pueden ser obvios: debemos hacer todo lo que podemos para comprar más tiempo para la gente a la que queremos.
Pero Dominic Wilkinson, un médico de cuidados intensivos y experto en ética en el Centro Uehiro de Ética Práctica de la Universidad de Oxford, escribió recientemente un artículo provocador que cuestiona estas asunciones y nos pide que consideremos cuánto estaríamos dispuestos a pagar por tener una vida más larga.
Cómo se toma la decisión
En este momento, los tratamientos para enfermedades terminales tienden a evaluarse en base a dos cosas: cuánto aumentan la esperanza de vida, y cuál es la calidad de vida del paciente, utilizando una escala conocida como el Año de vida ajustado por calidad (QALY, por sus siglas en inglés).
Por ejemplo, un medicamento que te ayudar a vivir un año más, con la mitad de calidad de vida general, tendría una nota de 0,5 años según esta escala.
"Alternativamente, un medicamento que mejora tu calidad de vida un año y la dobla hasta alcanzar un nivel de salud total, también sacaría un 0,5", explica Wilkinson.
Con estos cálculos, un servicio de salud puede entonces empezar a poner precio y saber si un medicamento merece la inversión.
Las recomendaciones en Reino Unido, por ejemplo, son invertir entre US$30.000 y US$45.000 por cada año adicional de buena salud, una vez ha sido ajustado para tener en cuenta la calidad de vida.
Así que un medicamento que consiguió 0,5 en la medida QALY solo merecería una inversión de entre US$15.000 y US$22.500.
Esto significa, inevitablemente, que algunos tratamientos han sido rechazados por el Servicio Nacional de Salud británico porque son demasiado caros: el tratamiento para el cáncer de pecho Kadycla, por ejemplo, solo aumenta la esperanza de vida unos seis meses y cuesta US$141.000.
Incluso si la calidad de vida durante esos meses es igual que la de una persona sana, significa estirar los límites al máximo.
¿Quién tiene que ceder?
Otros proveedores de servicios sanitarios pueden tener otro criterio, evidentemente, pero tendrán que evaluar los costos y beneficios de alguna forma, antes de ofrecer financiar un tratamiento.
Los activistas dicen que las empresas farmacéuticas deberían reducir los costos de estos tratamientos, y que los servicios sanitarios deberían también invertir más y más dinero en medicamentos que comprarán a pacientes terminales un tiempo precioso.
Dados estos argumentos fuertes y emotivos, Reino Unido consideró recientemente aumentar el umbral para las enfermedades terminales: hasta un máximo de US$120.000 para cada "año añadido ajustado por calidad de vida"
Wilkinson dice que esta actitud es completamente comprensible, y son frecuentemente los médicos, así como los propios pacientes, los que argumentan a favor.
"Como médicos que cuidamos pacientes, nuestra ética nos lleva a defenderlos, a decir que sabemos que es caro, pero que nuestro primer objetivo es ayudar al paciente".
Pero el sacrificio inevitable que implica es restar esos recursos de otras áreas, como los servicios de salud mental, o la ayuda a discapacitados, medidas que pueden ser cruciales para mejorar la calidad de vida de la gente al comienzo o a la mitad de sus vidas.
¿Merece la pena castigar el bienestar de alguien para comprar a otra persona unos cuantos meses al final de su vida?
El clima de opinión pública
Cuando se toman estas decisiones, es importante calibrar la opinión pública. Y aunque se asuma que la mayoría de la gente pagaría enormes cantidades para comprar unos años adicionales, investigaciones recientes sugieren que no todos nosotros ponemos tanto valor a la simple duración de la vida.
Wilkinson apunta a un estudio que se hizo con 4.000 personas en Reino Unido, en el que claramente se explicaban las distintas formas en que los recursos limitados del servicio de salud podrían invertirse, y se preguntaba a los participantes por sus preferencias.
"Claramente indicaron que no se sentían cómodos dando más dinero a gente que estaba enferma terminal, en comparación con gente que se puede beneficiar en otras etapas de su vida".
Quizás más sorprendentes son los resultados de un estudio en Singapur que cuestionaba también a los ciudadanos mayores, aunque estén sanos, así como a los que sufren cáncer terminal.
"Lo sorprendente es que estaban preparados a pagar muchísimo dinero en cuidados paliativos para poder ser tratados en su propia casa, más que en medicamentos que extendieran su vida", dice Wilkinson.
De media, los participantes pagarían US$7.000 para un tratamiento para extender la vida un año.
Pero estaban dispuestos a pagar el doble, US$15.000, en tener mejores cuidados paliativos, como mejores tratamientos de enfermería que les permitieran morir en la relativa comodidad de sus casas, en lugar de en un hospital.
"Fue una forma fresca de pensar sobre cuestiones difíciles".
Cantidad de años o calidad de vida
Claramente, estos estudios no son la respuesta definitiva. Es difícil saber si estas opiniones son compartidas entre distintas personas en distintas culturas y con distintas enfermedades.
También se cuestiona la efectividad de un cálculo como la escala QALY a la hora de evaluar objetivamente el potencial de un tratamiento.
Pero Wilkinson cree que deberíamos al menos considerar estas opiniones diferentes antes de dedicar más tiempo y más dinero a extender la esperanza de vida.
"Aunque es muy comprensible querer comprar tratamientos más caros para los enfermos terminales, no creo que esto refleje lo que piensa la opinión pública o la opinión de los pacientes", dice.
"Y tampoco es claramente el enfoque ético apropiado".
A medida que la población envejece, y los tratamientos son cada vez más avanzados y caros, estas cuestiones se van a hacer cada vez más apremiantes.
El eminente cirujano estadounidense Atul Guwande ha cuestionado desde hace tiempo si es mejor aumentar la esperanza de vida en lugar de mejorar la calidad de los años que tenemos disponibles.
Azekiel Emanuel, exdirector del Departamento de Bioética Clínica de los Institutos de Salud de Estados Unidos, ha incluso argumentado que él rechazaría cualquier tratamiento para alargarle la vida a los 75 años, en lugar de entrar en un ciclo de tratamientos cada vez más intensos para prolongar sus últimos años.
Pocos de nosotros decidimos tomar una decisión tan drástica, pero cualquiera, a cualquier edad, debería considerar el valor de su tiempo en la Tierra y qué estamos haciendo para sacarle el máximo partido.