Soy la típica madre –muy ocupada– de dos adolescentes, trabajo como periodista deportiva, entrenadora de corredores, de hecho, corro maratones.

Y también tengo una bolsa de colostomía colgando de mi cintura.

Es de esas cosas que nunca esperas que te pase, especialmente cuando eres un atleta de tiempo completo.

Eso sí, cuando te enfrentas a la adversidad, te puedes permitir que te tire para abajo o te adaptas, sobrevives y te vuelves más fuerte.

Para ser honesta, yo no sabía nada sobre bolsas de colostomía.

Nunca comprendí cómo funcionaban o para qué servían. No conocía a nadie que tuviera una y ni en un millón de años me imaginé terminar con una propia.

Pero la vida tiene la divertida costumbre de lanzarte las pelotas más difíciles cuando menos lo esperas.

No podía comer

En 2010 –tenía 37 años– estaba preparándome para correr una versión de las famosas carreras de triatlón conocidas como Ironman (3,8 kilómetros nadando, 200 kilómetros en bicicleta y después una maratón) cuando de repente me enfermé, me diagnosticaron una peritonitis y me sometieron una cirugía de emergencia.

A esa cirugía le siguieron tres años de miseria, una larga lista de complicaciones y cinco operaciones de importancia en el abdomen.

No podía comer ningún alimento sólido porque mi intestino no funcionaba adecuadamente, y sobreviví a punta de líquidos y caramelos por meses.

Toqué fondo y por un tiempo me pregunté si iba a comer de forma normal otra vez, sin contar que ya daba por descartado volver a correr.

Una operación en 2012, me volvió a la vida con una colostomía que funcionó. A partir de allí comenzó el proceso de volver a comer como la gente normal, aunque me tomó dos años antes de poder comerme un banano.

Pero sobretodo volví a correr.

Correr, entrenar y ejercitarme siempre han sido mi vida. Es mi trabajo y pasión. Y no iba a permitir que una pequeña bolsa de colostomía se interpusiera en mi camino.

Nadie puede verla, no tiene olor y cuando funciona adecuadamente, puedes comer lo que quieras.

La científica en mí lo encuentra realmente interesante. Es un asombroso desarrollo médico y gracias a los avances actuales en bolsas y productos, no es la terrible historia que alguna vez fue.

Los retos inesperados

Por supuesto, no siempre es una cama de rosas y e implica lidiar con algunos desafíos.

Algunas veces se presentan filtraciones –lo que nunca es algo bueno– y siempre en los momentos más inoportunos.

Una vez tuve un goteo cuando estaba dirigiéndome a dictar una conferencia. Otra vez me pasó cuando estaba a punto de empezar una carrera.

Una vez que estás cubierta por el "contenido", todo lo que puedes hacer es cavar en lo más profundo de tu sentido de humor y siempre, siempre, cargar con dos mudas de ropa.

El mayor –y posiblemente más sorprendente– problema con alguien que carga una bolsa de colostomía es la deshidratación.

Una gripe este año me llevó al hospital y tuvieron que hidratarme con una sonda intravenosa. Esa es la razón por la que elegí no beber más: una gota de alcohol me deja con la peor de las resacas.

Pero más allá de esto, hay millones de otras condiciones médicas que pueden ser mucho peores y en la mayoría de los casos –mientras no me deshidrate– no hay nada que deje de hacer por la bolsa de colostomía.

Monto bicicletas en la montaña con mis hijos en los Alpes, camino, corro, hago senderismo por la costa, me visto de manera normal y algunas veces me olvido que llevo una bolsa.

Ayudar a los demás

Nueve meses después de mi última cirugía me inscribí en la maratón de la montaña Jungfrau en Suiza y en 2014 me convertí en la primera persona en correr, con una bolsa de colostomía, la carrera "Himalaya 100", que tiene una distancia de casi 160 kilómetros durante cinco días en las alturas del Himalaya indio.

Cuando regresé de esa carrera me sentía invencible. Si hice eso y sobreviví, entonces podía hacer cualquier cosa.

Pero no digo esto para impresionar. Lo único que quiero es compartir mi historia y mostrar que tener una bolsa atada al cuerpo no limita tu vida de ningún modo; sólo lo hace si lo permites.

Por supuesto, no estoy sola en esta aventura. Hay muchas personas que tienen mi condición, incluyendo a Rob Hill – un alpinista británico que escaló el Everest– y Spyros Barres, un corredor estadounidense de maratones.

Además pertenezco a un grupo de Facebook llamado "El estilo de vida de los atletas con colostomía", donde hablamos de nuestros logros deportivos, de cómo correr mejor y muy poco de nuestras complicaciones médicas.

De esta forma impulsamos y ayudamos a otros que están en la misma situación a darse cuenta que nada es imposible.

¿Esto me ha cambiado? En algunos casos, creo que solo fue retomar mi vida donde la había dejado –aunque nunca corrí aquella carrera de Ironman y ahora voy un poco más lento.

En otros aspectos, me cambió para bien. Me dio perspectiva sobre las cosas y me siento agradecida con lo que tengo.

Y me dio a entender que nada puede darse por sentado: caminar, correr, estar con mi familia es un tesoro.

Para mí, esta bolsa que cargo es un reto para superarme como una maratón o cualquier otra carrera.

No es una barrera, ni una incapacidad. Es solo una bolsa.

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